Para una mejor comprensión del diferendo Estados Unidos Cuba, se debe recurrir a destejer el significado del término “Diferendo”. Este vocablo que proviene del latín “diferendus” significa diferencia, contradicciones, discrepancias, entre un país y otros o entre los gobiernos a la política, el orden económico, social, cultural, etcétera. Esta expresión se utiliza en el marco de las relaciones Estados Unidos – Cuba.
Estas relaciones, desde una perspectiva histórica, deben ser analizadas desde determinados fundamentos filosóficos y uno de ellos es el principio de la causalidad. es decir, que, en condiciones iguales, a toda causa le sucede un efecto. La causa es siempre origen del efecto y le precede en el tiempo. Por su parte las Reglas de inferencia, permiten qué causas o intenciones son las más adecuadas para la explicación histórica en un momento determinado. Su comprensión exige un pensamiento formal y la elaboración de teorías explicativas que relacionan las diversas causas (económicas, jurídicas, sociales e ideológicas) en una red conceptual jerarquizada y compleja.
La noción causalidad se suele plantear en tres niveles de comprensión. El primero trata de identificar por qué ocurrieron los hechos. Se trabaja con simples problemas de causalidad lineal, en una mera relación de causa-efecto. El segundo nivel de comprensión introduce la acción intencional y se inicia con la identificación de los factores causales y acciones intencionales. El tercer nivel es más complejo, ya que se articulan la explicación intencional y la causal y se elaboran teorías explicativas más o menos complejas.
Estos elementos resultan de vital importancia para comprender otro de los principios filosóficos que es el historicismo, el cual refiere la evolución de un hecho, proceso, fenómeno desde su inicio, desarrollo, caducidad o en qué se ha transformado en la actualidad.
Teniendo en consideración estos referentes, se puede decir, que el Diferendo Estados Unidos –Cuba tiene su causa esencial en las pretensiones de aquel, de imponer a la Isla sus concepciones hegemónicas y geopolíticas, desconociendo el derecho de esta a su independencia y soberanía, así como definir el régimen económico, político y social que considere más conveniente. Su génesis se enmarca desde las aspiraciones expansionistas de Estados Unidos hacia Cuba de 1767-1867.Continua con el inicio del proceso revolucionario cubano desde 1868 a 1898; la ocupación norteamericana hasta 1959 y el triunfo de la revolución cubana de 1959 hasta la actualidad.
En este primer trabajo, se analizará las aspiraciones expansionistas de Estados Unidos hacia Cuba de 1767-1867, es decir, la génesis del Diferendo Estados Unidos Cuba.
En 1767, una década antes de que las Trece Colonias inglesas declararan su independencia, Benjamín Franklin, uno de sus padres fundadores, escribió acerca de la necesidad de colonizar el valle de Mississipi: (…) para ser usado contra Cuba o México mismo (…)
El destacado político norteamericano John Adams, vicepresidente de Estados Unidos en 1789, reelegido en 1792 y electo presidente en el periodo 1796 – 1800, en carta fechada el 23 de junio de 1783, dirigida a Robert R. Livingston, uno de los principales colaboradores de Thomas Jefferson en la redacción de la Declaración de Independencia y firmante de la Constitución de Estados Unidos por el Estado de New Jersey, expuso que (…) es casi imposible resistir la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra República Federal será indispensable.
Estado Unidos de América surgió como consecuencia de la guerra de independencia de las Trece Colonias. Recién constituido el Estado, se puso de manifiesto su vocación creciente por la expansión, hasta el punto de que, en 1778, John Adams, importante figura de la guerra de independencia y segundo presidente de ese país, exigió la conquista de Canadá, Nueva Escocia y Florida, y manifestó: “Nuestra posición no será nunca sólida hasta que Gran Bretaña no nos ceda lo que la naturaleza nos destinó a nosotros o hasta que nosotros mismos no le arranquemos esas posiciones…”.
Así quedó expresada la doctrina del “derecho natural” que, presente, en los derechos contenidos en la Declaración de Independencia, sirvió para justificar el expansionismo dictado por el Destino Manifiesto*.
En 1779 se estableció en La Habana el primer agente especial de Estados Unidos en América Latina, Robert Smith, con la misión de cooperar con los corsarios norteamericanos e interceder por ellos ante las autoridades españolas en caso necesario. A pesar de la ayuda que habían prestado España y Francia a los norteamericanos en su lucha por la independencia, para esa fecha se pusieron de manifiesto las primeras pretensiones anexionistas sobre Cuba. Recién constituida la nación del norte, Benjamín Franklin expuso la conveniencia de apoderarse de las Sugars Islands, con el propósito de organizar un monopolio de la industria azucarera.
Otro asomo de la pretensión anexionista sobre Cuba se encuentra en la carta enviada por John Adams * a Robert R. Levingston **, fechada el 23 de junio de 1783, donde se refería a las islas del Caribe como: “…apéndices naturales del continente americano (…) es casi imposible resistir la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra República Federal será indispensable para la continuación de la Unión”.
En 1787 Alexander Hamilton, primer secretario del Tesoro estadounidense, exhorto a que su país creara un gran sistema americano, superior al dominio de toda fuerza e influencia trasatlántica. Para lograrlo recomendaba: “La creación de un imperio continental americano que incorpore a la unión los demás territorios de América, aun bajo el dominio colonial de potencias europeas, o las coloque, al menos bajo su hegemonía “
El criterio general de los principales representantes del gobierno y de los intereses económicos de Estados Unidos era que Cuba debía formar parte de sus planes estratégicos expansionistas. Durante esa centuria, su línea política fluctuaba entre dos soluciones: para España, mientras no pudiera ser para estados Unidos; nunca para los cubanos.
A partir de 1790 comenzaron las manifestaciones de cubana en la Isla, mediante la oposición de los intereses económicos de los grandes terratenientes criollos a las clases dominantes españolas y a sus representantes en Cuba. Ocurriría un proceso de varias decenas de años para su fortalecimiento y plena consolidación.
En 1805, en una nota al ministro de Inglaterra en Washington, el presidente Thomas Jefferson emitió las primeras declaraciones con carácter oficial, expresivas de su interés de apoderarse de Cuba: “En caso de guerra entre Inglaterra y España, Estados Unidos se apoderaría de Cuba por necesidades estratégicas para la defensa de Louisiana y de la Florida”.
La “seguridad nacional” y el “interés nacional” son los elementos determinantes en la proyección geopolítica norteamericana, piedra angular de su política exterior hacia Cuba en particular, y hacia el mundo en general. En este pronunciamiento puede observarse ya como siempre han colocado su seguridad e intereses por encima de las demás naciones y de cualquier precepto jurídico internacional.
Ocupada España por los franceses en 1808, la Isla quedó abandonada a sus propias fuerzas. Al año siguiente Jefferson envió a ella a un representante para proponer al gobernador de Cuba, Don Salvador de Salazar, Marqués de Someruelos, el apoyo de su gobierno a la separación de España y al estrechamiento de vínculos bilaterales, pero recibió una negativa.
En 1810, con James Madison como presidente, llegó a Cuba un agente especial comisionado para establecer contacto con elementos anexionistas y realizar actividades conspirativas. En ese propio año, el mandatario estadounidense orientó a su ministro en Londres, William Picknay, poner en conocimiento de la administración de ese país que:
“La posición de Cuba da a Estados Unidos un interés tan profundo en el destino de esa isla, que, aunque pudieran permanecer inactivos, no podrían ser espectadores satisfechos de su caída en poder de cualquier gobierno europeo que pudiera hacer de esa posición un punto de apoyo contra el comercio y la seguridad de Estados Unidos”. 9 Madison fue más cauteloso que Jefferson; pero no cejó en el empeño anexionista.
Las rivalidades entre los capitales norteamericanos e ingleses determinaron la aceleración de la penetración yanqui en el sur del continente, especialmente en Cuba. Después de 1818 muchos estadounidenses se instalaron con sus capitales en ella.
En la primera mitad del siglo XIX, los terratenientes criollos vacilaban en emprender el camino de la independencia; su condición de esclavistas los mediatizaba. En ese periodo prevalecieron entre ellos, de forma alterna, dos corrientes: el reformismo, que perseguía el logro de ciertas concesiones políticas y económicas de la metrópoli; y el anexionismo, propenso a anexar la Isla a Estados Unidos. No obstante, de 1820 a 1830 sobresalió el sentimiento independentista con el sacerdote Felix Varela y el poeta revolucionario José María Heredia como figuras más representativas.
En los primeros años de la década del 20, los anexionistas gestionaron el respaldo norteamericano a sus intereses esclavistas. En febrero de 1822, el agente comercial de Washington en La Habana alentaba la idea de la anexión de Cuba en carta dirigida al senador C. A. Rodney.
A ese hecho se sumó que el capitán de la fragata norteamericana Macedonia, destacada en las costas de Cuba, recibió la misión de contactar en La Habana con los anexionistas criollos. En agosto de ese año informó al presidente Monroe el traslado de varios de ellos a Washington para: “…conocer las opiniones de nuestro gobierno…,” subrayando más adelante:” …es incuestionable que una conexión con nuestro gobierno sería grandemente preferida por ambas partes.”
El integrante del gabinete de gobierno, John C. Calhoun, defendió el criterio de anexar a la Isla con el apoyo del expresidente Jefferson, quien dijo en 1823:
“Confieso francamente haber sido siempre de la opinión que Cuba seria la adición más interesante que pudiera hacerse a nuestro sistema de Estados. El dominio que, con el promontorio de la Florida, nos diera esta ilsa sobre el golfo de México, sobre los Estados y el istmo que los rodea, y sobre los ríos que en él desembocan, llenaría por completo la medida de nuestro bienestar político”.
Años después, el patriota portorriqueño Ramón Emeterio Betances evaluó ese pronunciamiento y planteó:
“Protesto de nuevo del respeto que me inspira la memoria del gran estadista americano; pero, si es completa la franqueza, es verdad que, después de una comida copiosa y suculenta, no se saborea de antemano con mayor voluptuosidad la aromática taza de moka de Guantánamo. No son otros los argumentos del lobo de la fábula; y siquiera tiene el animal la excusa del hambre (…) Bajo el punto de vista militar y político, se han invocado muchas razones con el objeto de demostrar la necesidad para Estados Unidos-nunca para Cuba-, de la anexión de la Antilla: o por mejor decir y entendámoslo así de una vez de las Antillas: Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico”.
Temeroso de una acción que pudiera conducir a la guerra con Inglaterra, el secretario de Estado, John Quincy Adams, se opuso a toda acción que pudiera desencadenarla. Las discrepancias sobre la decisión a adoptar se dilataron hasta abril de 1823, cuando un enviado especial llegó a Cuba con la misión de conocer la situación política y, sin identificarse con ninguna corriente, informar a Adams cualquier propuesta que pudiera originarse.
En tales circunstancias surgió la conocida política de la “fruta madura”: En las instrucciones enviadas al ministro de Estados Unidos en España, con fecha 28 de abril de 1823, Quincy Adams especificaba:
“El traspaso de Cuba a Gran Bretaña sería un acontecimiento muy desfavorable a los intereses de esta Unión (…) La cuestión, tanto de nuestro derecho y de nuestro poder para evitarlo, si es necesario por la fuerza, ya se plantea insistentemente en nuestros consejos, y el gobierno se ve obligado en el cumplimiento de sus deberes hacia la Nación, por lo menos a emplear todos los medios a su alcance para estar en guardia contra él e impedirlo”.
En esa nota detalló también los motivos del interés norteamericano por Cuba, y la necesidad de preparar el camino para la anexión. La vigencia de la esencia hegemónica del documento recomienda citar otros fragmentos:
“Estas islas (Cuba y Puerto Rico) por su posición local con apéndices naturales del continente norteamericano, y una de ellas, la isla de Cuba, casi a la vista de nuestras costas, ha venido a ser, por una multitud de razones, de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión”.
Consideraba, además, tan fuertes e importantes los vínculos geográficos, económicos y políticos que unían a la Isla con Estados Unidos que, refiriéndose a la necesidad imperiosa de apoderarse de ella, apuntaba:
“Cuando se echa una mirada hacia el curso que tomarán probablemente los acontecimientos en los próximos cincuenta años, casi es imposible resistir la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra república federal será indispensable para la continuación de la Unión y el mantenimiento de su integridad”.
El autor de la teoría de la “fruta madura” señaló más adelante:
“Pero hay leyes de gravitación política como las hay de gravitación física, y así como una fruta separada de su árbol por la fuerza del viento no puede, aunque quiera, dejar de caer en el suelo, así Cuba, una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, e incapaz de sostenerse por si sola, tiene que gravitar, necesariamente hacia la Unión Norteamericana, y hacia ella exclusivamente, mientras que a la Unión misma, en virtud de la propia ley, le será imposible dejar de admitirla en su seno.”
La estrategia formulada por él originó la tesis del “fatalismo geográfico” y representó la esencia de lo que ocho meses después de la nota de Adams, el 2 de diciembre de 1823, el presidente James Monroe dio a conocer en su séptimo mensaje anual al Congreso, conocido en la historia con el nombre de Doctrina Monroe. Fue el futuro de Cuba la causa directa del surgimiento de ese instrumento geopolítico que advertía a las potencias europeas no intentar “meter sus manos” en América.
Realmente, el mensaje estaba dedicado en su mayor parte a problemas internos de Estados Unidos y se recurría al termino de Doctrina Monroe para designar solo dos fragmentos referidos a los problemas internacionales:
” Los continentes americanos, por la libre e independiente condición que han asumido y que mantienen, no deberán ser considerados ya como susceptibles de futura colonización por cualquiera de las potencias europeas”.
“La sinceridad y relaciones amistosas que existen entre los estados Unidos y aquellas potencias, nos obliga a declarar que consideraríamos peligroso para nuestra paz y seguridad cualquier tentativa de parte de ellas que tenga por objeto extender su sistema a una porción de este hemisferio, sea cual fuere. No hemos intervenido ni intervendremos en las colonias o dependencias de cualquier potencia europea; pero cuando se trate de gobiernos que hayan declarado y mantenido su independencia, y que después de madura consideración, y de acuerdo con justos principios, hayan sido reconocidos como independientes por el gobierno de los Estados Unidos, cualquier intervención de una potencia europea, con el objeto de oprimirlos o de dirigir de alguna manera sus destinos, no podrá ser vista por nosotros sino como la manifestación de una disposición hostil hacia los Estados Unidos”.
Para entender cabalmente la esencia de la referida doctrina debe tenerse en cuenta que Estados Unidos anunció esos principios eludiendo la propuesta del premier inglés, Canning, de hacer una declaración conjunta al respecto. El gobierno norteamericano actuó con rapidez y decisión para dejar a Inglaterra al margen, teniendo en cuenta las perspectivas de ampliar los vínculos comerciales con América Latina y eliminar las ventajas comerciales inglesas en el continente.
Una vez alcanzada la independencia de la metrópoli española, los nuevos estados latinoamericanos no estaban dispuestos a convertirse en objeto pasivo en la pugna diplomática entre norteamericanos e ingleses, pues desde el inicio mismo de la lucha primó en ellos la idea de unificarse y formar una confederación, de la cual Simón Bolívar fue promotor e ideólogo.
De 1820 a 1830 cobraron auge en Cuba las ideas independentistas. La conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar (1821-1823) fue el intento más importante en el que figuró el joven abogado y poeta José María Heredia. El empeño se frustró el mismo año en que Estados Unidos emitió su declaración de política exterior o Doctrina Monroe.
La batalla de Ayacucho (1824), donde fueron derrotadas las últimas tropas españolas en Suramérica, alentó a los independentistas cubanos, conocedores de los esfuerzos de Bolívar por excluir a Estados Unidos y consolidar una fuerte confederación que incluía sus anhelos por liberar a Cuba y Puerto Rico.
Mientras se desarrollaban los esfuerzos bolivarianos y de otros patriotas latinoamericanos, Estados Unidos se opuso con energía a tales propósitos. En 1825 fuerzas de México y Colombia laboraban por arrancar a Cuba de la soberanía de España.
Henry Clay, entonces secretario de Estado de la administración de Quincy Adams, en una instrucción del 27 de abril de ese año señaló:
“Los Estados Unidos prefieren que Cuba y Puerto Rico permanezcan dependientes de España… están satisfechos con la condición actual de estas islas en manos de España y sus puertos abiertos a nuestro comercio como ahora lo están. Este gobierno no desea ningún cambio político que afecte la actual situación”.
En enero de 1826, el embajador norteamericano en México, Joel Poinsett, informó a Clay:
“La cuestión de invasión a Cuba se ha agitado nuevamente en el Congreso de México (…) y fue unánimemente rechazada. Otra oposición fue debatida hoy en sesión secreta del Senado y fue aprobada. La sustancia de esta autoriza al Ejecutivo a llevar a cabo una expedición contra Cuba conjuntamente con Colombia”.
Las gestiones de Bolívar y de otros gobernantes de las nuevas repúblicas latinoamericanas, para ayudar a la causa de la independencia de Cuba, ocasionaron profundos temores a la administración estadounidense, que realizó todas las gestiones a su alcance por impedir su materialización porque prefería a Cuba en manos de España, hasta estar en condiciones de apoderarse de ella.
Con vista al Congreso de Panamá*, Bolívar envió directivas a los participantes con el objetivo de buscar consenso y aprobar la creación de una fuerza militar para liberar a Cuba y Puerto Rico; tentativa que encontró rápida oposición en el gobierno norteamericano. Refiriéndose a ello, el general José Antonio Páez, quien sería jefe de la proyectada fuerza, apuntó en sus memorias:
“El gobierno de Washington, lo digo con pena, se opuso de todas veras a la independencia de Cuba (…) ninguna potencia, ni aun la misma España, tiene en todo sentido un interés tan alto como los Estados Unidos en la suerte futura de Cuba…”.
En 1826, el senador John Holmes expresó en el Senado la opinión del Congreso y del Ejecutivo sobre los planes de Bolívar: “¿Podremos permitir que las islas de Cuba y Puerto Rico pasen a manos de esos hombres embriagados con la libertad que acaban de adquirir? ¿Cuál tiene que ser nuestra política? Cuba y Puerto Rico deben quedar como están”.
La visión política de Bolívar quedó diáfanamente explícita en sus palabras: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad”.
En 1845 se proclama el Destino Manifiesto, misión histórica inevitable que se atribuye los Estados Unidos de dominar la América.
En 1847 James Knok Polk, presidente norteamericano, en un editorial del Periódico Sun The New York publicó que: Por su posición geográfica, por necesidad y derecho, Cuba pertenece a Estados Unidos, puede y debe ser nuestra. Ha llegado el momento de colocarla en nuestras manos y bajo nuestra bandera.
Varios presidentes norteamericanos procuraron la compra de Cuba a los españoles: Polk en 1848 y Pierce en 1853.
Las principales acciones anexionistas se llevaron a cabo a partir de 1846, siempre vinculadas a representantes de los intereses esclavistas del sur. Este movimiento, unido al disgusto que producía en Cuba el régimen absolutista, dio lugar a varias conspiraciones y expediciones que, con fachada de independentistas, se efectuaron entre 1846 y 1855, destacándose el papel anexionista de Narciso López, de quien dijo José Marti: (…) Walker fue a Nicaragua por los Estados Unidos; por los Estados Unidos, fue López a Cuba. (…)
En 1857 asumió la presidencia estadounidense James Buchanan, quien había desarrollado su campaña electoral a partir de 1854 con la compra de Cuba como fundamental argumento en su plataforma. Para ello empleo la publicación del Manifiesto de Ostende. La esencia de este documento, redactado en 1854, quedó resumida en el siguiente párrafo:
“Los Estados Unidos deben comprar a Cuba por su proximidad a nuestras costas; porque pertenecía naturalmente a ese grupo de estados de los cuales la Unión era la providencial casa de maternidad; porque dominaba la boca del Mississippi cuyo inmenso y creciente comercio tiene que buscar esa ruta al océano, y porque la Unión no podía nunca gozar de reposo, no podría nunca estar segura, hasta que Cuba estuviese dentro de sus fronteras”.
Aunque el manifiesto no fue tomado en cuenta por el Departamento de Estado, sirvió a Buchanan en la consecución de su objetivo electoral, y confirmó para la historia la existencia del sentimiento imperialista en importantes sectores de su país.
Carlos Marx analizó con gran precisión la política de los intereses sureños y sus aspiraciones expansionistas hacia México y el Caribe, cuando planteó:
“El interés de los esclavistas sirvió de estrella polar a la política de los Estados Unidos, tanto en lo exterior como en lo interno. Buchanan, en realidad, había comprado el puesto de Presidente mediante la publicación del Manifiesto de Ostende, con el cual la adquisición de Cuba, sea mediante el hurto o la fuerza de las armas, se proclamó como la gran tarea de la política nacional. Bajo su gobierno, el norte de México fue ya dividido entre los especuladores de tierra estadounidenses, que esperaban con impaciencia la señal para caer sobre Chihuahua, Coahuila y Sonora. Las revoltosas y piraticas expediciones de los filibusteros contra los Estados de la América Central estaban dirigidas nada menos que desde la Casa Blanca de Washington”.
La Guerra de Secesión (1861-1865); la firma del Tratado Lyon Seward por los gobiernos de Norteamérica e Inglaterra, prohibiendo el comercio de esclavos; la proclamación de la abolición de la esclavitud por Abraham Lincoln, y los fracasos del reformismo en 1867 y de España por restaurar su dominio en América, constituyen el entorno en que surgió el pensamiento patriótico-revolucionario en el grupo más radical de la burguesía y terratenientes criollos, el cual encabezó a las masas populares en la Guerra de los Diez Años.
Por DrC Sayly de la Caridad Rodríguez Santana, Coordinadora del Observatorio Social Universitario.
Referencia Bibliográfica
Manual del Diferendo Estados Unidos Cuba.
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