José Antonio Echeverría Bianchi, nació el 16 de julio de 1932, en la ciudad de Cárdenas, provincia de Matanzas y fue el primogénito de su familia. A pesar de su padecimiento de asma, su infancia transcurrió de forma normal. Se graduó de bachiller en Ciencias en el Instituto de Segunda Enseñanza de Cárdenas y el 22 de agosto de 1950 matriculó en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de La Habana, carrera que eligió por su afición a las matemáticas y al dibujo.
Cuando ocurrió el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, estaba de vacaciones en Cárdenas y decidió regresar de inmediato a La Habana para sumarse a las protestas estudiantiles que protagonizábamos contra el cuartelazo traidor. A solo cuatro días de la asonada golpista, el 14 de marzo, José Antonio fue uno de los firmantes de la “Declaración de Principios de la Federación Estudiantil Universitaria”.
José Antonio estuvo siempre presente en las protestas, manifestaciones y enfrentamientos contra la policía de la tiranía batistiana. Fue un aguerrido combatiente por la libertad, de una dignidad y estirpe a toda prueba, un bravo luchador por la causa de la justicia cubana.
El 13 de marzo de 1957, poco después de las tres de la tarde, cuando me encontraba reunido en Santiago de Cuba con una representación del Movimiento de Resistencia Cívica, nos sacudió la noticia de que el régimen de Batista había sido derrocado. El valiente llamamiento de José Antonio Echeverría por Radio Reloj y el heroico asalto al Palacio Presidencial causaron la admiración del pueblo santiaguero. Con urgencia salimos de la reunión a buscar noticias. La población estaba en las calles moviéndose activamente, interesada en obtener informaciones y con ánimo de celebrar el acontecimiento.
Pero pronto se conoció lo que realmente había sucedido. Un grupo de jóvenes valientes habían caído en el asalto y José Antonio, con solo 24 años de edad, el principal líder, alma y organizador de aquellas heroicas acciones, fue baleado y encontró la muerte con los disparos enemigos que impactaron su cuerpo, seguido por una ráfaga de ametralladora que lo derribó para siempre, junto a los muros de la Universidad, cuando regresaba de dirigir el asalto a la emisora Radio Reloj.
En el texto que se considera su Testamento Político, el líder del Directorio Revolucionario expresó: “Hoy, 13 de marzo de 1957 […], participaré en una acción en la que el Directorio Revolucionario ha empeñado todo su esfuerzo, junto con otros grupos que también luchan por la libertad. Esta acción envuelve grandes riesgos para todos nosotros y lo sabemos. No desconozco el peligro. No lo busco, pero tampoco lo rehúyo. Trato sencillamente de cumplir con mi deber. Confiamos en que la pureza de nuestras intenciones nos traiga el favor de Dios para lograr el imperio de la justicia en nuestra Patria. Si caemos, que nuestra sangre señale el camino de la libertad. Porque tenga o no nuestra acción el éxito que esperamos, la conmoción que originará nos hará adelantar en la senda del triunfo.”
Al trasmitir la imagen que guardo del gran líder estudiantil, rindo homenaje a aquellos héroes de nuestra patria. Era Echeverría un genuino líder de masas, generoso, valiente, de carácter abierto, resultaba ese tipo de persona que se gana inmediatamente la simpatía de los demás; cuando se hablaba con él se sentía que no había nada oculto.
Perteneció a la dirección de la FEU desde 1952 y en ese año comenzó a desempeñarse como vicepresidente de la Escuela de Arquitectura. Ya contaba con un amplísimo respaldo en el estudiantado universitario. Allí lo conocí, cuando esta organización debió tomar un carácter revolucionario y adoptar un dinamismo insurreccional más profundo; entonces José Antonio emergió como el líder indiscutible de los estudiantes e imprimió el impulso y el carácter revolucionario de su temperamento combatiente a todo el movimiento estudiantil cubano. Fue presidente de la FEU desde 1954 hasta 1957 y fundador del Directorio Revolucionario, brazo armado de la FEU. Fue bien conocido como uno de los principales líderes de la oposición a Batista y su régimen de facto.
La primera ocasión en que me encontré en una situación inusual con José Antonio, fue a finales del mes de abril de 1956, fecha en la que se produjo el ataque al cuartel Goicuría de Matanzas. Aquellas acciones terminaron en tragedia, porque el régimen conocía los planes de los combatientes. Faustino Pérez, destacado luchador clandestino, había estado en Matanzas poco antes del día que se había fijado para el levantamiento, con el propósito de evaluar con ellos el tema, pero el encuentro no se produjo porque Faustino no los encontró, y aquellos compañeros escribieron otra página heroica en nuestra historia.
Como los combatientes clandestinos conocíamos lo que iba a ocurrir, nos sumergimos en la clandestinidad absoluta; aquellos fueron días de ascenso revolucionario. En la medida en que más intenso resultaba nuestro trabajo, establecíamos relaciones con un mayor número de personas y el riesgo de caer presos aumentaba. La exigencia que nos imponíamos de ser discretos resultaba imperiosa y también la necesidad de dormir lejos de nuestros hogares. Sentíamos un respaldo creciente del pueblo, íbamos internándonos lentamente en la clandestinidad. Mal anda un gobierno que crea condiciones para sumir en la vida clandestina a los que van ganando el respaldo de la población. Cuando nos encontrábamos resguardados en una casa–refugio ante aquella situación, para nuestra sorpresa apareció José Antonio, quien había llegado hasta allí con el mismo propósito. Fue muy bueno conocer que los dueños de aquella vivienda eran tan amigos de nosotros, los del 26, como de los compañeros del Directorio.
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