Acontecer Avileño

Villa Cuba en Sochi

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Impresiones de cuatro de los nueve avileños que asistieron al XIX Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes.

“Ligero” error el de aquella pesada intervención cuando, en el foro dedicado a la salud, se le ocurrió a una norteamericana hablar de “la dictadura imperante en Cuba”.
Cuentan que el propio auditorio hizo innecesaria la palabra de algún cubano. Con el mayor respeto, un joven se adelantó para decirle: “Gracias a esa dictadura yo soy médico, porque me formé allí”. Y otro añadió: “¿Por casualidad hablas de la dictadura que ha situado médicos para salvar vidas humanas en todas partes del mundo; la que le tiende su mano a todo el que necesita ayuda solidaria?…»
Y cuando cinco o seis voces más sentaron libre opinión, la oradora no tuvo más remedio que evaporarse… sin que nadie se lo pidiera, sin que nadie la obligara.
Aunque única de su tipo, esa es una de las tantas anécdotas que la delegación avileña al XIX Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes recordará siglo arriba, como expresión de algo que Dalgys Zurita Jaime, periodista de Radio Surco, subraya con énfasis: “Yo no tenía idea de cuánto la gente ama a Cuba en el mundo. Una cosa es escucharlo, otra es vivirlo.”
“Desde que los cubanos llegamos a Sochi —agrega Alberto Echemendía Manzanares, dirigente juvenil en Morón— fuimos centro de un cariño que yo tampoco era capaz de imaginar: todos querían fotografiarse con nosotros, llevar a sus países banderas nuestras, fotos del Che, imágenes de Fidel, el Concepto de Revolución que llevamos impreso…
“A veces, en una actividad, veíamos banderas cubanas por un lado, por otro, más allá… y nos preguntábamos ¿De dónde será esa gente? Entonces comprendimos que muchos países llevaron nuestra insignia nacional. ¿Por qué? Porque ven a Cuba así: como bandera. No por casualidad la gerente de los edificios donde nos alojamos decidió llamarlos desde ahora Villa Cuba” —explica Maikel Pérez Valdés, máximo dirigente de la Unión de Jóvenes Comunistas en Ciego de Ávila.
Conmovida, Dalgys cuenta cómo, a la hora de acreditarse, un joven puertorriqueño lamentó no tener bandera (en gesto digno y valiente, había llevado la de su país, sin colores). Una muchacha cubana le regaló la suya y, convencida de que ambas naciones son “de un pájaro las dos alas”, le dijo: “Llévala, esta es también la bandera de los puertorriqueños”.
Demasiadas referencias para tan poco espacio. Por ello cierro con el agitado pulso de Jasiel Delgado Isac, profesor universitario, cuando un ruso se le acercó con un billete de mil rubros. Quería uno cubano, de tres pesos, con la imagen de Ernesto Guevara. El silencio devino impecable traductor. “Mi Che no se vende. Mi Che no tiene precio. Yo te lo doy. Llévalo dentro. Multiplícalo.”
Y uno de esos abrazos que nunca se olvidan fue la única y más hermosa forma de transacción posible.
“El verdadero reto —medita Maikel— está ahora en cómo llevarle todo eso, y más, a los miles de jóvenes avileños que no pudieron, y también merecían, estar en Sochi.”
Ustedes pueden, Maikel. Claro que sí. Para Ciego de Ávila el festival no termina. Comienza.

Tomado del Periódico Digital de Ciego de Ávila Invasor

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