La sensibilidad humana y la valentía distinguieron al intelectual revolucionario Rubén Martínez Villena, dirigente del Partido Comunista de Cuba en la lucha contra la dictadura de Gerardo Machado, y uno de los más importantes poetas de su generación.
Rubén, quien a través de los tiempos deviene paradigma de la juventud cubana, se supo sensibilizar con las causas justas a través de su prolífera pero corta existencia, especialmente cuando la vida de su amigo Julio Antonio Mella peligraba como consecuencia de una huelga de hambre, tras ser encarcelado sin pruebas, bajo la acusación de terrorista.
Valiente, porque supo enfrentarse al entonces presidente de Cuba, Gerardo Machado, al que acusó de ser un salvaje, una bestia, y a quien calificó, con un memorable apelativo, como “un asno con garras”.
Pablo de la Torrente Brau en el libro Pluma en ristre -una compilación del Canciller de la Dignidad, Raúl Roa- narra que el encuentro entre Rubén y Machado acaeció en casa de un ministro del Gobierno cuando el poeta le habló al dictador de las virtudes de Mella, y le pidió que autorizara su excarcelación bajo fianza.
Pero la respuesta de Machado fue hiriente:
“Mella será un buen hijo, pero es un comunista… Es un comunista y me ha tirado un manifiesto, impreso en tinta roja, en donde lo menos que me dice es asesino… ¡Y eso no lo puedo permitir!”
Ya Rubén no pudo contenerse, preso de la ira y con tono desafiante le espetó:
“¡Usted llama a Mella comunista como un insulto y usted no sabe lo que es ser comunista! ¡Usted no debe hablar de lo que no sabe!”
Machado “se replegó como un tigre que iba a saltar”, y con esa furia le contestó:
“Tiene usted razón, joven… Yo no sé lo que es comunismo, ni anarquismo, ni socialismo… Pero a mí no me ponen rabo, ni los estudiantes, ni los obreros, ni los veteranos, ni los patriotas… ni Mella. ¡Y lo mato, lo mato!…”
A renglón seguido, los acompañantes de Machado lo rodearon y arrastraron hacia el auto mientras Rubén, irritado, increpaba al dictador. De inmediato, aún en el patio de la casa del Ministro Barraqué, le expresó Rubén a Muñiz Vergara:
¡Yo no lo había visto nunca; yo no lo conocía; sólo había oído decir que era un bruto, un salvaje! ¡Y ahora veo que es verdad todo lo que se dice! ¡Pobre América Latina, pobre América Española, capitán, que está sometida a estos bárbaros! ¡Pero éste no es más que un bárbaro, un animal, un salvaje… una bestia…, un asno con garras!
Rubén Martínez Villena, quien nació en el poblado de Alquízar, en la actual provincia de Artemisa, el 20 de diciembre de 1899, fue el principal artífice ideológico de la convulsa Revolución que derrocó al machadato. Su amigo y compañero de luchas Raúl Roa señaló: «desafió mil veces la muerte y quemó alegremente su vida».
Villena fue asimismo el principal organizador, prácticamente desde el lecho de muerte, de las Huelgas Generales de marzo y agosto de 1930 que provocaron la huida del dictador. Además, constituyó la figura más destacada de los participantes en la Protesta de los Trece, con la cual se inició en la labor política.
Evelio Tellería Alfaro apuntó que Rubén Martínez Villena perteneció a una generación a la que correspondió el alto honor de encarnar, con la palabra y la acción, la continuidad histórica de las luchas independentistas de 1868 y 1895, en medio de los vaivenes de gobiernos sumisos y sangrientos tras el surgimiento de una República atada de pies y manos por su vecino del Norte.
El 16 de enero de 1934 la tuberculosis que lo azotaba extinguió su existencia. Solo tenía 34 años de edad cuando su vida quedó apagada como luz que “despedía el último destello, pero sus ideas y simiente continuaron irradiando para guiar a otras generaciones de revolucionarios cubanos”.
A 84 años de su muerte la Comunidad universitaria avileña lo recuerda como hombre de lucha, verbo ferviente y sensibilidad de poeta. Uno de los poemas del ´´muchacho de ojos tristes ´´, es el mejor cierre:
Canción del sainete póstumo
Yo moriré prosaicamente, de cualquier cosa
(¿el estómago, el hígado, la garganta, ¡el pulmón!?),
y como buen cadáver descenderé a la fosa
envuelto en un sudario santo de compasión.
Aunque la muerte es algo que diariamente pasa,
un muerto inspira siempre cierta curiosidad;
así, llena de extraños, abejeará la casa
y estudiará mi rostro toda la vecindad.
Luego será el velorio: desconocida gente,
ante mis familiares inertes de llorar,
con el recelo propio del que sabe que miente
recitará las frases del pésame vulgar.
Tal vez una beata, neblinosa de sueño,
mascullará el rosario mirándose los pies;
y acaso los más viejos me fruncirán el ceño
al calcular su turno más próximo después…
Brotará la hilarante virtud del disparate
o la ingeniosa anécdota llena de perversión,
y las apetecidas tazas de chocolate
serán sabrosas pausas en la conversación.
Los amigos de ahora –para entonces dispersos—
reunidos junto al resto de lo que fue mi «yo»,
constatarán la escena que prevén estos versos
y dirán en voz baja: —¡Todo lo presintió!
Y ya en la madrugada, sobre la concurrencia
gravitará el concepto solemne del «jamás»,
vendrá luego el consuelo de seguir la existencia…
Y vendrá el mañana… pero tú ¡no vendrás!…
Allá donde vegete felizmente tu olvido
—felicidad bien lejos de la que pudo ser—,
bajo tres letras fúnebres mi nombre y mi apellido,
dentro de un marco negro te harán palidecer.
Y te dirán —¿Qué tienes?… Y tú dirás que nada;
más te irás a la alcoba para disimular,
me llorarás a solas, con la cara en la almohada,
¡y esa noche tu esposo no te podrá besar!
________________________________________(1922)
Recopilación realizada por el Observatorio Social Universitario.
Fuentes consultadas:
• Blog Poeticus.
• www.cubasí.cu
• www.radiocadenagramonte.cu
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