Los últimos acontecimientos de Nuestra América han venido confirmando las previsiones de Fidel, el Comandante, el hombre que hizo y hace de esta pequeña Isla en el mar Caribe lo que es hoy para cada uno de sus habitantes y lo que representa para el mundo.
Si algo hemos tenido siempre los cubanos es la compañía de Fidel, el susurro de sus ideas, la certeza de sus acciones, la confianza de su guía. Sigue ahí en los pioneros que juran ser como el Che cada mañana, en el obrero que sale a enfrentar el transporte de la ciudad, en la dignidad de los médicos que regresan, o que hacen regresar, de un país extranjero, luego de haber cumplido con su misión de sanar a miles; en los jóvenes, los ancianos, las mujeres… Simplemente está, porque el pensamiento estratégico de Fidel no es finito, no lo fue cuando habló de cambio climático, ni cuando alertó sobre la necesidad de unir a la izquierda latinoamericana, o cuando en cada discurso suyo en la Organización de las Naciones Unidas (onu), abogó por el uso que debían hacer los países del Tercer Mundo de sus recursos naturales como la única forma de no dependencia del imperialismo, como la alterativa al saqueo y la amenaza permanente a la guerra.
Y es que revisitar las intervenciones, artículos y reflexiones de Fidel nos lleva a identificar que es precisamente su preocupación por los problemas de la humanidad, lo que lo impulsa a la firme convicción de liderar la Revolución Cubana y la ola emancipadora de América Latina y el Caribe. La obra de toda su vida siempre colocó al ser humano en el centro de su pensamiento.
Es célebre aquel discurso de Fidel el 12 de octubre de 1979, en el XXXIV Periodo de Sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, cuando a nombre del Movimiento de los Países No Alineados cuestionó el orden mundial que se fundamentaba en el despilfarro y el despiadado saqueo a las riquezas y materias primas de los países subdesarrollados.
«No he venido aquí como profeta de la revolución; no he venido a pedir o desear que el mundo se convulsione violentamente. Hemos venido a hablar de paz y colaboración entre los pueblos, y hemos venido a advertir que si no resolvemos pacífica y sabiamente las injusticias y desigualdades actuales, el futuro será apocalíptico», sentenciaba entonces.
El peligro del daño que se hace a la naturaleza y, por tanto, al planeta, fue siempre un argumento de la lucha del líder histórico cubano. Una de las intervenciones más recordadas es la que hizo en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, el 12 de junio de 1992, denominada también Cumbre Mundial de la Tierra, donde aseveró:
«Es necesario señalar que las sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente. Ellas nacieron de las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad.
Han envenenado los mares y ríos, han contaminado el aire, han debilitado y perforado la capa de ozono, han saturado la atmósfera de gases que alteran las condiciones climáticas con efectos catastróficos que ya empezamos a padecer. Los bosques desaparecen, los desiertos se extienden, miles de millones de toneladas de tierra fértil van a parar cada año al mar.
«Si se quiere salvar a la humanidad de esa autodestrucción, hay que distribuir mejor las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta. Menos lujo y menos despilfarro (…). No más transferencias al Tercer Mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente. Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo (…). Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre», expresó Fidel.
Cuánta vigencia tienen aún sus advertencias sobre el carácter nocivo para el ser humano y la naturaleza de la decisión de convertir los alimentos en combustible. Cerca de dos décadas después, estas palabras constituyen un desafío a la realidad que vive el mundo; la relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza continúa en peligro, aún existen esas dos grandes amenazas para la especie humana: el cambio climático y la crisis de alimentos.
«Estados Unidos, Europa y demás países industrializados se ahorrarían más de 140 000 millones de dólares cada año, sin preocuparse de las condiciones climáticas y de hambre, que afectarían, en primer lugar, a los países del Tercer Mundo. Siempre les quedaría dinero para el biocombustible y adquirir a cualquier precio los pocos alimentos disponibles en el mercado mundial», expresó en una reflexión, el 30 de abril del 2007.
Fidel no cesó en advertir, por otra parte, de las amenazas que implicaba el desarrollo acelerado y rapaz del capitalismo, el accionar impune del imperialismo sobre los seres humanos y los riesgos de que hechos económicos y políticos producidos por el hombre ponían, y aún ponen en peligro, la propia supervivencia humana.
Se refería a la concentración de la riqueza en pocas manos, la colonización y neocolonización de pueblos sobre la base de políticas de genocidio; a la segregación racial, la carrera armamentista y nuclear.
«El ruido de las armas, del lenguaje amenazante, de la prepotencia en la escena internacional debe cesar. Basta ya de la ilusión de que los problemas del mundo se puedan resolver con armas nucleares. Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia. No pueden tampoco matar la justa rebeldía de los pueblos y en el holocausto morirán también los ricos, que son los que más tienen que perder en este mundo.
«Digamos adiós a las armas y consagrémonos civilizadamente a los problemas más agobiantes de nuestra era. Esa es la responsabilidad y el deber más sagrado de todos los estadistas del mundo. Esa es, además, la premisa indispensable de la supervivencia humana», dijo Fidel, con su meridiano pensamiento, en la Cumbre Mundial de la Tierra.
La lucha por la paz, regional y mundial, fue otro de los pilares de su obra política y su liderazgo. Huella profunda dejaron en él las bombas atómicas que Estados Unidos arrojó sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en 1945, pero también aquel octubre de 1962, cuando se produjo la denominada Crisis de los misiles, que puso a la humanidad «al borde del holocausto nuclear» y «a mediados de 1987, cuando nuestras fuerzas se enfrentaban a las tropas racistas sudafricanas, dotadas con las armas nucleares que los israelitas les ayudaron a crear».
Fidel lo avizoraba entonces y hoy sus palabras resuenan como repiques en la conciencia de la humanidad. Ahora el mundo desanda por esos peligros como si caminara por un campo minado, se juega con la retirada y el incumplimiento de tratados nucleares, se bombardea a civiles sin el menor pudor, se desafía el poder nuclear de grandes potencias, se experimenta e inventa cómo hacer más destructiva un arma, y en esa espiral de violencia se mata indiscriminadamente.
Recordemos cuando el propio Fidel sentenciaba que bastaría el estallido de cien armas nucleares para poner fin a la existencia humana y que ningún país del mundo debía poseer armas nucleares, que esa energía debía ponerse al servicio de la especie humana.
La visión de Fidel sobre un orden internacional justo estuvo en su pensamiento político incluso antes del triunfo revolucionario de enero de 1959. La propia experiencia combativa de las luchas emancipadoras desde el siglo xix inspiraron el sentimiento internacionalista de la guerrilla comandada por Fidel en la Sierra Maestra que luego, desde los primeros años de la Revolución, tuvieron su expresión en el aporte, tanto militar como civil, del pueblo cubano a los procesos de descolonización en África.
Por otra parte, adquirió particular importancia su llamado a inicios de la década de los 80 a la cancelación o condonación de la deuda externa y a cambiar los términos de intercambio comercial desfavorables para las naciones del Tercer Mundo. «Esta deuda no solo es impagable, sino que ya, además, es una deuda incobrable», afirmó el líder cubano.
La unidad e integración de las fuerzas políticas mundiales, pero particularmente en América Latina y el Caribe, fue también una de las batallas de Fidel, a la cual dedicó sus esfuerzos para fomentar, promover y respaldar iniciativas como el Movimiento de los Países No Alineados y a la conformación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
La visión de Fidel para adelantarse a los acontecimientos, preverlos y alertar sobre sus consecuencias, así como su carisma y prestigio político para llamar a las cosas por su nombre en cualquier escenario, siguen siendo una guía para quienes en diversas partes del mundo sueñan con un planeta donde primen la coherencia y el sentido común para enfrentar los más complejos problemas, la colaboración y el multilateralismo, y también donde los seres humanos puedan ser dueños de sus propios destinos.
Para este texto se consultó un artículo publicado por el Centro de Investigación de la Política Internacional de Cuba, el 23 de noviembre del 2010.
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