Mucho se ha escrito recientemente sobre familia, a pesar de ser un campo de investigación con ciertas controversias y dificultades, entre ellas, una amplia muerte muestral, dificultad para realizar observaciones directas y aplicar algunas metodologías de investigación, pero sin lugar a dudas, el papel que ésta desempeña en la formación de las personas, la convierte en un objeto de investigación inaplazable.
La familia ha experimentado tantos cambios en un espacio de tiempo tan corto, que las definiciones tradicionales, válidas para gran parte de las familias que conocemos, dejan fuera otras formas familiares. No todas las familias son consanguíneas, también existen las familias adoptivas o de acogida. No todas las familias conviven en un hogar, también existen las familias “Living apart together”, que no cohabitan y si lo hacen es esporádicamente y por periodos de tiempo cortos. Todas las sociedades reconocen algún sistema familiar que generalmente suele coincidir con el modelo predominante. Si bien es cierto que en las sociedades modernas el modelo de familia nuclear sobresale respecto al resto, también lo es que ha experimentado cambios intrínsecos, especialmente en lo que se al replanteamiento de los roles, así como un mayor reconocimiento de otras formas familiares.
La complejidad de la familia no se desprende solo su composición. Se trata de una de las instituciones con mayor protagonismo en la totalidad de las sociedades, hasta el punto que ha sido definida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos como el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado. De ahí que como educadores debamos acercarnos a la misma con una actitud de aprehender de la realidad, y no dejarnos arrastrar por el fatalismo que nos lleva a considerar que cualquier intervención en este contexto sirve de poco.
Sería absurdo negar las evidencias empíricas de los cambios acontecidos en las familias (reducción del número de hijos, retraso de la maternidad, espacios cada vez más individualizados, contextos anómicos, crisis de los modelos educativos, pérdida o delegación de su función transmisora, etc.). Pero también lo es, negar su potencial educativo, incluso cuando actúa desde la ambivalencia o la ambigüedad. Ante el estado de contingencia en el que se encuentran instaurados los seres humanos, las familias, son islotes de seguridad.
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