Las condiciones atípicas que matizaron el desarrollo del curso escolar durante 2020 a causa de la Covid- 19 cambiaron el punto de mira de la sociedad respecto a estos profesionales, pues la reflexión sobre el perfil del docente ocupó el centro de atención de las familias y los educandos. Los maestros se convirtieron en motores de confianza, respeto y generosidad.
Esta etapa demostró que no bastaba tener muy buenos conocimientos sino que son expertos en enseñar, que además de explicar en forma compresible y clara, son buenos comunicadores.
Desde el monitor del televisor o en el grupo de Whatsapp, descubrimos que más allá de ser un almacén de contenidos, detrás del programa académico hay un humano que explica entusiasmado, o apasionado por la materia que imparte.
No sólo demostraron dominio de la disciplina sino, paciencia, modestia, energía, coherencia y que la interactividad y la práctica supera la cercanía física o el contacto directo. Conocimos que también tienen sentido del humor y disfrutan con placer la hermosa tarea de enseñar y de aprender.
La experiencia de los últimos meses demostró que en el mundo caótico en que vivimos, ellos nos aportan seguridad, que son como el árbol que luego de plantarse son un tronco estable y firme, que ofrecen sombra y cobijo.
Ratificaron que son adaptables y sencillos, porque en medio de una realidad convulsa son una referencia de resistencia y estabilidad.
Entendimos que así de compleja es su labor, pues su perfil es flexible porque no encaja en esquemas, pues salieron del pizarrón, la tiza y el papel para enseñar a pensar con el mensaje de texto, el dibujo, el emoticono, el otro idioma, el sonido a la imagen, y así entendimos que siempre existen alternativas.
Que a pesar de no ir a la escuela, son docentes puntuales que no faltaron a clases, y que la escuela, y cada miembro de la casa son una gran familia.
Indiscutiblemente nuestros maestros y educadores ratificaron, así, sin decirlo, que a pesar de todo, su presencia se necesita y que no pueden ser ignorados.
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