La protesta de Baraguá, escenificada el 15 de marzo de 1878 por el Mayor General del Ejército Libertador de Cuba, Antonio Maceo y un grupo de oficiales de todas las jurisdicciones orientales, significó uno de los hechos más relevantes las luchas por la independencia cubana, allí se rechazó pactar una paz sin independencia y el plan de capitulación que le ofrecía el representante de la metrópoli española, general Arsenio Martínez Campos.
José Martí, el héroe nacional de Cuba reconoció el hecho y la grandeza de Maceo, a quien escribió el 25 de mayo de 1893: “[…] Tengo ahora ante los ojos la protesta de Baraguá, que es de lo más glorioso de nuestra historia”.1
Pero la Protesta de Baraguá fue más que un llamado a continuar la guerra tras el Zanjón, su propósito tenía un componente político e ideológico muy fuerte: salvar la Revolución iniciada el 10 de 0ctubre de 1868, mantener las tradiciones patrióticas, asegurar que las futuras generaciones de cubanos continuaran la lucha y la forja de la nación y desterrar el desaliento, la desunión.
El legado que nos dejó el General Antonio, representa la conducta a seguir en las actuales circunstancias, donde el enemigo imperialista cifra sus esperanzas en la “vulnerabilidad” de las nuevas generaciones y de determinados grupos o sectores de la sociedad, para intentar la división entre las fuerzas revolucionarias, la inercia, desmoralización y la falta de confianza en el gobierno revolucionario. Pretenden mostrar una sociedad sin futuro, para revertir los logros obtenidos en la construcción del socialismo y despojarnos de la independencia.
Hoy hay quienes asumen la misma posición de algunos de los que estuvieron de acuerdo con el Pacto del Zanjón, que terminaron militando en las filas del autonomismo o convertidos en agentes al servicio del gobierno español, conformándose a vivir sin independencia. La historia también les pasará la cuenta.
Aquellos que actúan de manera vergonzoza, declinan su frente ante el imperio estadounidense por un puñado de dinero, ceden en sus principios e instan a la deposición de las armas, tendrán siempre el rechazo del pueblo cubano, heredero de aquel gesto de dignidad del Titán de Bronce.
Los retos actuales y futuros requieren articular todos los medios y fuerzas con que contamos para fortalecer la unidad patriótica y moral del pueblo; desarrollar valores y patrones de vida revolucionarios; abrir cauce a legítimas aspiraciones individuales y colectivas y encontrar soluciones a los disímiles problemas que afrontamos en nuestra economía.
Lo expresado por Fidel el 19 de febrero de 2000, en el documento que se denominó Juramento de Baraguá, en el mismo lugar donde Antonio Maceo estremeciera la historia de Cuba se ha cumplido y debemos hacer que se continúe cumpliendo:
“Cuba se descubre a sí misma, su geografía, su historia, sus inteligencias cultivadas, sus niños, sus jóvenes, sus maestros, sus médicos, sus profesionales, su enorme obra humana producto de 40 años de lucha heroica frente a la potencia más poderosa que ha existido jamás; confía más que nunca en sí misma; comprende su modesto pero fructífero y prometedor papel en el mundo de hoy. Sus armas invencibles son sus ideas revolucionarias, humanistas y universales. Contra ellas nada pueden las armas nucleares, la tecnología militar o científica, el monopolio de los medios masivos de divulgación, el poder político y económico del imperio, ante un mundo cada vez más explotado, más insubordinado y más rebelde, que más que nunca pierde el miedo y se arma con ideas”.
Tomado de la Pupila Insomne, por Omar Pérez Salomón.
1 “Carta al general Antonio Maceo”, en ob. cit., t.3, p. 328.
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