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Comunicar la innovación en alimentación: retos y oportunidades desde una perspectiva social y cultural

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La comunicación de la innovación en la producción alimentaria, y más concretamente sobre las tecnologías utilizadas en los alimentos o sobre los nuevos productos que se derivan de la innovación, ha sido objeto de mucha discusión y análisis, dadas las controversias acontecidas en las últimas décadas. El caso más claro lo ofrece la biotecnología aplicada a la alimentación, dados los posicionamientos de rechazo que se manifestaron hace aproximadamente un cuarto de siglo hacia los denominados alimentos transgénicos1, y que a lo largo del tiempo han incidido tanto en su reglamentación como en los procesos de autorización de nuevas variedades de plantas de cultivo modificadas genéticamente.

Esa inquietud no se ha desvanecido del todo, si bien el paso del tiempo ha evidenciado que otras muchas nuevas tecnologías que se han ido generalizando en la cadena productiva han pasado bastante desapercibidas y con total ausencia de debates públicos. Ni siquiera las cada vez más presentes aplicaciones nanotecnológicas, que una década atrás podíamos temer que heredasen algunas de las inquietudes que la biotecnología suscitaba, han dado lugar a ningún episodio de controversia en nuestro entorno cultural.

Concepciones sobre la percepción de la innovación

Ello nos obliga a rechazar algunas concepciones erróneas respecto a cómo a veces creemos que el conjunto de la sociedad percibe la innovación: tanto aquellas que presuponen que la innovación en alimentación suscita, en general, el rechazo de los consumidores, de las cuales se pueden desprender a veces reticencias por parte de las empresas en la apuesta por la innovación, como las que suponen que las mejoras que se incorporan a los productos a través de la innovación son una fuente segura de éxito, que mejora su valor añadido y su rentabilidad. Ninguna de la dos es correcta porque, en realidad, las innovaciones en alimentación no son percibidas de forma negativa o positiva en sí mismas: todo depende, en gran medida, del tipo de innovación de la que estemos hablando y del conjunto de ventajas y desventajas que se atribuya a esos nuevos productos o a las tecnologías utilizadas para conseguirlos.

Por regla general, la población se muestra bastante indiferente, con algunas excepciones, a la forma de producción de los alimentos, al contrario de lo que ocurre con los efectos que suscita su consumo. Los procedimientos utilizados por la industria agroalimentaria suelen ser desconocidos excepto para expertos y para aquellos que desempeñan su trabajo en el sector2, y puede producir elevadas dosis de incomprensión mutua. Por un lado, porque facilita que entre los consumidores se generalicen creencias que se corresponden poco con la realidad. Por el otro, porque propicia que los profesionales de la industria acaben interpretando de forma equivocada tanto actitudes y comportamientos de consumo, como lo que la gente espera obtener de los alimentos que tiene a su alcance.

Reducir esa incomprensión mutua es el reto que tenemos por delante y promover productos que satisfagan mejor las muy variadas expectativas que los consumidores ponen en los alimentos es la gran oportunidad que ha alimentado el éxito de la industria agroalimentaria a lo largo del tiempo. Pero ese mismo paso del tiempo nos ha transmitido algunas enseñanzas que debemos tener en cuenta. La primera y más importante: que la indiferencia generalizada de la población hacia cómo se producen los alimentos no impide que exista una parte que, aunque acabe siendo minoritaria, puede posicionarse más fácilmente contra una innovación, al ser más sensible a los mensajes que advierten de riesgos y peligros, que a los que advierten de beneficios. Por lo tanto, por regla general, no resulta especialmente recomendable poner el énfasis comunicativo en las innovaciones, sobre todo cuando las mismas ponen en cuestión una característica sensible del

Las innovaciones en alimentación no son percibidas de forma negativa o positiva en sí mismas: todo depende, en gran medida, del tipo de innovación y del conjunto de ventajas y desventajas que se les atribuyan producto, incluso por abstracta que resulte (como el controvertido atributo de “natural”), salvo que sea para enfatizar unos beneficios claros y reconocibles.

Evolución de la sensibilidad alimentaria

Una segunda cuestión relevante es que la sociedad va modificando su sensibilidad alimentaria con el paso del tiempo, por lo que hay que observar en cada momento qué factores están cobrando más fuerza y cuáles están perdiendo importancia. En un estudio reciente, pudimos constatar que existen factores de rechazo que afectan a todo aquello que se considere producto “ultraprocesado” y que tienen que ver con dos ejes claves de las representaciones sobre los alimentos: la salud y el control de peso (por su contenido en azúcares, en grasas, etc.). Constatamos también que los materiales utilizados en la venta de alimentos inciden con más fuerza que antes en la percepción del producto. Y no solamente por las graves externalidades ambientales que producen, por ejemplo, los residuos de plástico, sino también por las molestias que suscita la creciente manipulación y almacenaje de residuos en el hogar.

Igualmente se aprecia con claridad un rechazo creciente al consumo de productos de origen animal, que va muy ligado a nuevas sensibilidades hacia el bienestar animal, también a controversias en medios y redes sobre el maltrato animal en granjas, a la difusión de los consensos científicos sobre el impacto negativo sobre la salud del consumo de carne roja y procesada y también a la dimensión ambiental.

Considerando estos últimos ejemplos, es más evidente cómo se puede sacar un mejor partido de la comunicación sobre innovación alimentaria. Si innovamos en formas de producción o productos mejorándolos en algunas de las dimensiones mencionadas y podemos exponer ventajas claras y significativas respecto a una situación previa, la comunicación puede resultar muy beneficiosa. Ahora bien, si esa premisa no se cumple, hacerlo puede generar indiferencia o incluso puede suscitarse un debate claramente adverso, que haga que se ponga en cuestión dicho beneficio.

Finalmente, hay que recordar que se corran o no riesgos, la necesidad de comunicar sobre ciertas innovaciones resulta del todo inevitable, porque suponen transformaciones demasiado importantes en nuestra forma de alimentarnos y se identificarán precisamente por ello. Serían ejemplos pertinentes de esto la introducción en nuestro entorno cultural de productos hechos a base de insectos o el consumo de productos obtenidos mediante agricultura celular. Aminorar la percepción de incertidumbre que productos con esa evidente dimensión novedosa pueden generar, es también un reto, y superarlo pasa en parte por poner el énfasis en dimensiones del producto que se focalicen más en los nuevos beneficios y en las “continuidades”, que en el cambio. Pero también, seguramente, por procesos comunicativos más complejos, que no pueden ser desarrollados solamente por la industria agroalimentaria, sino a los que han de contribuir también diferentes actores que refuercen los mecanismos de confianza, garantizando su idoneidad, su seguridad o incluso autenticidad.

REFERENCIAS

  1. Espeitx Bernat E, Cáceres Nevot JJ (2005). Opinión pública y

representaciones sociales en torno a los alimentos transgénicos.

Revista Internacional de Sociología. 2005;63(40):207-228. https://doi.

org/10.3989/ris.2005.i40.226

  1. Espeitx Bernat E, Cantarero Abad L, Medina Luque FX, Cáceres Nevot

J J (2014). El papel de la información en las cogniciones y percepciones

hacia nuevas tecnologías aplicadas a los alimentos. Política y Sociedad.

2014;51(1):95-120. https://doi.org/10.5209/rev_POSO.2014.v51.n1.42482

Autor: JUANJO CÁCERES NEVOT

Fuente: ALIMENTACIÓN Y COMUNICACIÓN_Núm. 4

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