Una las ve así, tan sencillas, y no se imagina la historia que va con ellas, a su lado, porque esa no se puede desprender tan fácil, por eso la periodista reescribe mil veces el texto con el temor de no estar a la altura de lo que merecen.
Con 27 y 26 años, respectivamente, realizaron una maestría en Agrobiotecnología y ahora buscan doctorarse. Eso lo tenían bien claro desde que estudiaban en la Universidad Central Martha Abreu de Las Villas, el cómo lo lograrían vendría sobre la marcha.
Pero la respuesta les llegó más rápido de lo que suele demorar, cuando, a pocos años de graduadas, a un científico alemán le dio por visitar el Centro de Bioplantas de esta provincia, donde ellas trabajan, para establecer convenios de cooperación relacionados con el control de plagas y enfermedades en cultivos de importancia para la agricultura de Cuba y Alemania. Fue así como comenzaron a soñar.
Claudia Linares Rivero y Geeisy Ángela Cid Valdés llevan más de un año viviendo entre experimentos con la sensación de estar haciendo lo que aman. Podríamos nombrarlas en otro orden pero, desde el día en que se aprobó el proyecto, jamás por separado.
Trabajan con plantas totalmente diferentes, aunque sus nombres sean muy parecidos. Claudia pretende elaborar de la Moringa oleífera un producto natural del cual solo sabremos hasta que el proyecto finalice; Geeisy lo hace con la Morinda royoc, más conocida como raíz de indio.
No pueden entrar en detalles porque el convenio no se los permite y la ciencia lo ampara porque, cuando se experimenta, están en juego muchas probabilidades.
Pero la historia no acaba aquí. Debieron viajar a Alemania para iniciar allá las investigaciones y cuando se sale de la Isla por vez primera, así sea para realizar un sueño, asoman muchos miedos. El primero fue el idioma.
“Yo apenas hablo un poquito de inglés”, me dice Claudia, “de alemán aprendimos lo básico y nos comunicábamos en español con el profesor Manfred Büchele, porque a él le gusta el idioma, pero si no llega a ser por Geeisy, que domina bastante el inglés, nunca hubiera intercambiado una palabra con los demás científicos que nos acompañaban en la residencia del Centro de Competencia Obstbau Bodensee (KOB), en Ravensburg.”
Lo segundo más difícil fue extrañar a los amigos, la familia, el café bien fuerte que le encanta a Geeisy, llegar a los 27 años de Claudia y no tener cerca a su madre y a su hermana para besarla ese día; mas ellas sabían que estaban ahí para obtener resultados científicos concretos, lo demás era circunstancial.
“El proyecto ha tenido muchísimo impacto, por la posibilidad de llevar hasta Alemania dos plantas imposibles de encontrar en ese país. Por ejemplo, la Morinda royoc, nativa de las costas cubanas, se emplea como suplemento nutricional y posee propiedades antioxidantes; aunque nos enfocamos en el estudio de sus raíces, por tener alto contenido de un compuesto bioactivo con propiedades antibacterianas y antifúngicas”, explica Geeisy.
Tantas horas de trabajo por parte de todo el equipo, integrado por cinco científicos cubanos y tres alemanes, han permitido su llegada a la fase de aplicación en vivo, la última a casi dos años de iniciado el proyecto. Sin embargo, las investigaciones con ambas plantas, en Ciego de Ávila, comenzaron hace mucho tiempo, Claudia me cuenta que lleva cinco años estudiando la Moringa y ese dominio de la planta agiliza todos los procesos.
¿Alguien creyó que el viaje a Alemania sería solo para hacer turismo y conocer otra cultura? Pues se equivocó.
“Las horas de trabajo para un científico siempre son intensas, sobre todo si hay resultados en juego que dependen de ti. Nosotras comenzábamos el día a las siete de la mañana y terminábamos muchas veces a las 9 de la noche, para regresar al laboratorio a las dos de la madrugada porque había que revisar algún experimento. Nuestra suerte fue estar en una residencia justo al frente del KOB, entonces se nos facilitaba un poco el trabajo.”
Y claro, dedicaron tiempo a conocer la ciudad, su gente, la nieve, pero no fue encontrarse en un lugar nuevo lo que más temor les dio.
“Pensé que no íbamos a regresar a Cuba el día planificado, porque por casi nada se nos va el avión”, me cuenta Geeisy. Debíamos tomar un tren desde la ciudad en donde estábamos hasta el aeropuerto, pero llegamos tarde y eso me preocupó, porque me moría de las ganas por regresar.”
Ya en Cuba, las muchachas tuvieron la posibilidad de trabajar in vitro con las plantas, de conjunto con uno de los integrantes alemanes del proyecto, algo así como un estudiante de intercambio que aprendería de nuestros científicos en uno de los mejores escenarios para ello: el Centro de Bioplantas; también irse con el reconocimiento de la Academia de Ciencias de Cuba, institución que le otorgara a Claudia el premio provincial por su trabajo en 2018.
Para cerrar el ciclo, ambas regresarán a Europa; allá concluirán con los resultados, que prometen ser halagüeños. La “gestación” habrá terminado cuando estas “madres primerizas” den a luz dos hijos internacionales que recorrerán cultivos de Alemania y Cuba.
Luego, seguirán de inconformes, en búsqueda de alguna categoría científica superior al doctorado y, como no la hay, se la inventarán dentro de un laboratorio, la harán crecer in vitro, luego la propagarán, no sé. Se me antoja verlas viejitas detrás de un microscopio haciendo ciencia, entonces hago público mi deseo porque sé que son tan emprendedoras como para tomarme la palabra.
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