El artículo que a continuación reproducimos íntegramente publicado en la versión digital del diario Clarín de Argentina, el 11 de abril de este año, titulado: “Cuba, por la reinserción pacífica”, en el que su autor Aduardo Duhalde expresidente de esa nación latinoamericana, se plantea preguntas, que muchos dentro de Cuba, que dicen ser revolucionarios y actúan como lo contrario deberían hacerse. Duhalde que no es un político de extrema izquierda, analiza los temas sobre la isla desde una óptica considerablemente más objetiva y desprejuiciada que los personajes que mencioné. Si un político que no es cubano, ni socialista y tampoco vive en la isla es capaz de aproximarse con claridad a la realidad cubana, compararla adecuadamente con la de otros países y valorar la influencia del entorno internacional adverso en ella, la pregunta que se impone es: ¿Qué les impide a los “superrevolucionarios” internos hacer lo mismo? En mi opinión ellos son capaces de apreciar el escenario actual del país como cualquier otro observador, lo que ocurre es que este no refleja la Cuba que ellos desean, por eso para intentar llevarla a la que añoran, crean una virtual en la cual el socialismo ha fracasado y la única opción para salvarla es reinstaurar el capitalismo. Ese es el verdadero fin y del proviene su fingida ceguera. El artículo de Duhalde: En octubre del año pasado fui invitado a asistir como expositor al Segundo Diálogo Presidencial, organizado en Miami por la Cátedra Mezerhane sobre Democracia, Estado de Derecho y Derechos Humanos del Miami Dade College, bajo el título “¿Hacia la reinvención de los partidos políticos?”. Participamos un grupo de ex presidentes de América Latina, el secretario general de la OEA Luis Almagro, el ex primer ministro de España José María Aznar y otros altos funcionarios y ex funcionarios de la región. En el transcurso de la reunión, se nos propuso a los invitados firmar una declaración en la que se condenaba en durísimos términos al actual gobierno cubano y se convocaba a desconocer el resultado de las próximas elecciones a realizarse en la isla. Me negué a firmar ese documento porque sostengo que las naciones de América Latina debemos mantener una posición firme de defensa de nuestros derechos, proponiendo soluciones que pasen por el diálogo de iguales, privilegiando el respeto por los derechos soberanos de cada país y excluyendo explícitamente las intervenciones armadas, sobre todo las de potencias extranjeras. También rechacé, por supuesto, el Premio Payá 2018, que se otorgó a quienes firmaron y que se entregará en Lima durante la VIII Cumbre de las Américas que se celebra por estos días. Las épocas en que los EE. UU se concebían a sí mismos como los gendarmes del mundo, imponiendo un criterio propio –basado en su conveniencia- de cómo debían manejarse el resto de los países e interviniendo en los asuntos internos de las otras naciones son parte de un pasado al que nadie desea regresar. Los latinoamericanos en particular sufrimos la aplicación de la “doctrina del enemigo interno”, impulsada desde la Escuela de las Américas en Panamá, que dio como resultado las dictaduras sangrientas que asolaron nuestros países en la década del setenta. Nos costó tres décadas retomar el camino de la democracia. Por eso, nadie recibió con mayor alegría que nosotros el cambio de rumbo de la política exterior estadounidense respecto de Cuba que culminó en las iniciativas de apertura y diálogo de la presidencia de Obama. En ese contexto, hoy parecen absolutamente fuera de lugar, por desubicadas y ahistóricas, las actitudes de la actual administración, que ha adoptado la prepotencia y la falta de respeto como estilo y el levantamiento de muros y la imposición de exclusiones como estrategia, y pretende imponerlos a partir de presiones y alianzas espurias. Esas actitudes significan un lamentable retroceso en los avances logrados para finalizar con el bochornoso bloqueo que Estados Unidos impuso a Cuba en la década del 60 y que la ha mantenido aislada del continente. Por otra parte ¿Desde qué pedestal juzgamos a Cuba? ¿Desde unos Estados Unidos con una crisis social y moral descomunal, donde el racismo, el consumo de droga y la violencia sin sentido se cobran miles de vidas anuales? ¿Desde una América Latina azotada por la miseria, la desigualdad, la violencia, la inseguridad y la corrupción y con una clase política con menos del 20% de aprobación entre sus ciudadanos? ¿Con qué países comparamos a Cuba? ¿Con los países europeos? Por supuesto, en Cuba y en toda América Latina el nivel de vida promedio es inferior al de Europa. Pero si la comparamos con sus pares como Haití, República Dominicana, el Salvador, Nicaragua e incluso con todos los países de la región, tomando en cuenta su tamaño y las condiciones de aislamiento a las que ha sido sometida, su desempeño no es para nada malo. Cuba tiene, entre otras cosas, el más bajo nivel de analfabetos de toda América (incluido Estados Unidos) y un 4.4 % de mortandad infantil, la más baja de América, menos que, por ejemplo, El Salvador (16.8%), México (11.6%), Argentina (9.8%), Chile (6.6%) y Estados Unidos (5.8%). ¿Que Cuba tiene problemas políticos, sociales y económicos serios? Por supuesto. ¿Y quién no? Así las cosas, parece mucho más sensata y adecuada al momento histórico la actual política de la Unión Europea respecto de Cuba. Explico: el 12 de diciembre de 2016 se firmó el Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación entre la UE y Cuba, abriendo un horizonte de impulso y actualización a las relaciones políticas y posibilitando una mayor colaboración en beneficio de los pueblos cubano y europeo. En el marco de ese acuerdo, se establecieron instancias de diálogo en áreas como Derechos Humanos, Relaciones Comerciales, Cooperación para el Desarrollo y Ayuda Humanitaria. Ese creo que debería ser el rumbo a seguir hoy en la búsqueda de la reinserción de Cuba en el mundo, y no los intentos lamentables de la administración Trump de aislarnos, imponiendo sus políticas arbitrarias por la vía de la amenaza y la extorsión. Así y solamente así nos ayudaremos entre países hermanos a transitar hacia realidades más felices, con el menor conflicto y el menor dolor posible. Y eso no se logra con descalificaciones y amenazas ni mucho menos con intervenciones armadas abiertas o encubiertas, sino con diálogo, discusión y respeto por el otro. Todo con la mira puesta en la búsqueda de acuerdos y consensos.
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