La categoría autocuidado ha sido denominada con términos similares, entre los que se encuentran: capacidad de autocuidado, agencia de autocuidado, cuidado de sí mismo/a, autocuidado de la salud, entre otros, los cuales se refieren al mismo fenómeno desde diferentes perspectivas. Es un concepto transdisciplinar, pues se encuentra vinculado con la psicología positiva, las ciencias de la enfermería, emociones positivas, estilos de vida saludables, calidad de vida, estado de salud y su percepción, entre otras.
Es hacia mediados del siglo xx, que la OMS considera lo psicológico y lo social como relevante en las enfermedades crónicas. Es destacable a la estadounidense Dorothea E. Orem (1983), experta en enfermería, considerada autora clásica y la más citada en este tema actualmente, quien propone un modelo para el estudio de la salud y el autocuidado en su Teoría general de la enfermería que está compuesta por tres subteorías relacionadas: del autocuidado, del déficit del autocuidado y de los sistemas de enfermería. Un concepto básico de ella es el de capacidad de agencia de autocuidado:
La cualidad, aptitud o habilidad de la persona que le permite realizar una acción intencionada para participar en el autocuidado; habilidad que es desarrollada en el curso de la vida por medio de un proceso espontáneo de aprendizaje que incluye: atender, entender, regular, adquirir conocimientos, tomar decisiones y actuar. (Orem, 1995: 70)
En lo anteriormente expuesto se evidencia cómo el cuidar de uno mismo implica conductas, autocontrol, decisiones, proyectos, capacidades, habilidades, que exigen acciones para la promoción de la salud como estrategia, y el uso de recursos para enfrentar los riesgos de enfermar. En el contexto epidemiológico de Cuba se han definido, desde marzo de 2020, las necesarias medidas básicas de autocuidado —aún vigentes y probablemente por largo tiempo—: utilización de medios de protección como nasobuco, mascarilla o cubreboca; lavado correcto de las manos; uso de gel antibacterial, hipoclorito o desinfectantes; limpieza total de todos los insumos que lleguen a casa; y limpieza personal; todo ello imprescindible para evitar la propagación del coronavirus.
En el cumplimiento de esas medidas, resalta la importancia que cada persona tiene en su propio cuidado para mantener la salud y el bienestar. «El autocuidado es un acto voluntario e intencionado que involucra el uso de la razón para dirigir las acciones, considerando que el autocuidado cotidiano es un elemento que se encuentra indisolublemente intrincado en la acción» (Rebolledo, 2010: 2). De igual modo, reclama la atención y toma de conciencia de su necesidad, como cualidad de la adultez.
La capacidad de autocuidado es justo lo que caracteriza no ya a la sabiduría, sino pura y simplemente a la «salud mental» propia del adulto: a la integridad personal bajo condiciones ordinarias de la vida, con las dificultades normales del vivir, y no ante la tragedia o la adversidad extrema. (Fierro, 2000: 4)
Si se apela a ella en lo habitual, más aún se requiere ante la adversidad que significa la COVID-19.
En los modelos clásicos se habla, además de la importancia de la persona en el cuidado, y en las diferencias culturales respecto a ello. De ahí las distintas definiciones de autocuidado que se expresan en contextos culturales y sociales específicos, lo cual demanda un análisis particular.
De forma sintética, resulta de gran utilidad tomar en cuenta que
se pueden distinguir en la relación autocuidado-cultura tres premisas importantes: 1) los comportamientos arraigados en creencias y tradiciones culturales, 2) la existencia de las paradojas comportamentales y 3) la socialización estereotipada del cuidado de acuerdo con el sexo. (Uribe 1999: 4)
La primera premisa indica la necesidad de comprensión de los referentes del pensamiento común en cada contexto y momento histórico concretos, lo cual se sintetiza en las obviedades ancladas en las creencias y tradiciones culturales de las personas, familias y grupos sociales. En cuanto a la segunda, una vez ubicados en lo cultural, es posible encontrar conductas contrapuestas que resultan paradójicas en relación con lo que se sabe de un tema, asunto relevante para comprender el contexto de la pandemia. La tercera alerta sobre los estereotipos y prejuicios sexistas aprendidos en el proceso de socialización de cada persona, que puede incluir la ruptura de lo considerado válido, por conocido, por lo que tomarlo en cuenta es fundamental para cuidarse adecuadamente.
La psicología es una fortaleza para este trabajo en todas las sociedades y debe poner énfasis en grupos sociales particulares. Por ejemplo, es muy importante promover el autocuidado de las mujeres, quienes están sobrecargadas en este aislamiento físico, cuando su función de cuidadoras se hace más evidente y fuerte; los trabajadores del sistema sanitario en general, que están más expuestos a contraer; y los adultos mayores, más vulnerables por padecimientos de enfermedades crónicas. Poner en práctica el cuidado personal evitará que los sistemas sanitarios colapsen, porque además de la COVID-19 seguimos conviviendo con enfermedades que igualmente necesitan del autocuidado para ser combatidas y así preservar la salud personal y el bienestar de la población.
Para el presente análisis, el autocuidado se conceptualiza como las «formas específicas del cuidado de sí que, desde el punto de vista físico, psicológico, social, espiritual, medioambiental y económico, tienen las personas aparentemente sanas o enfermas para mantener/mejorar su salud» (Alarcó et al., 2019: 6). Con este concepto es posible entenderlo como medida de prevención; y eso implica que es de vital importancia ponerlo en práctica antes, durante y después de la pandemia, ya que evita el contagio. Sin embargo, suele suceder que las personas comienzan a cuidarse solo cuando enferman; mientras tanto, minimizan su responsabilidad personal al respecto. Esto sucede con independencia del lugar de residencia, sexo, edad, color de la piel y las formas de gestión de la pandemia por parte de las autoridades correspondientes. Así se constata en nuestro caso y para cualquier país.
Entonces, es imprescindible promover conductas de autocuidado, trabajar sobre la percepción de riesgo, sensibilizar a la población sobre lo vital de este concepto para evitar contagios en cadena. La experiencia del trabajo grupal así lo indica y, además, que se ha podido extender a los familiares que residen en otros países.
El autocuidado responsable y el aprendizaje experiencial
El autocuidado responsable, propuesta de este artículo, se comprende como las prácticas concretas del cuidado de cada persona desde la ResponsHabilidad.[2] Es decir, poner énfasis en la capacidad de desarrollar habilidades para responder de manera consciente y con formas específicas del cuidado de sí, desde el punto de vista físico, psicológico, social, espiritual, medioambiental y económico, a situaciones cotidianas —habituales, favorables o adversas— con prácticas identificadas para prevenir, mantener o mejorar su salud y, en consecuencia, la de su familia, sus amistades y la sociedad en general.
La responsabilidad, etimológicamente, se refiere a la habilidad de responder a situaciones a partir de una reflexión valorativa de las posibles respuestas, en este caso asertivas, bien analizadas, orientadas al bienestar físico y mental, traducidas en pequeñas acciones cotidianas que permiten la transformación de la realidad desde las experiencias de aprendizajes.
El autocuidado debe ser aprehendido de forma consciente y la mejor manera es a través de la experiencia. De seguro, en la actual situación, hemos escuchado frases como: «no se va a cuidar hasta que no enferme», «ya no creo en lo del virus», «eso es una cortina de humo», «a mí eso no me va a tocar». Es que el pensamiento cotidiano se va configurando de acuerdo con disímiles referentes, en función de las diversas experiencias personales. Así como en la ciencia, las hipótesis hay que demostrarlas para afirmarlas como verdades; en la vida cotidiana, el criterio de certeza lo da la práctica, la acción (Martín Fernández, 2004). El error más común es que si uno, o alguna persona cercana, no ha vivido la situación, entonces no la cree del todo, puede no ser real; y solo será verdad cuando tenga esa vivencia. Las ultrageneralizaciones de la realidad que configuran provisionalmente nuestros juicios, según la acción o relación cotidiana de que se trate, pueden ser útiles en situaciones concretas, pero al mismo tiempo perjudiciales cuando perduran, se absolutizan como verdades inamovibles y no dejan espacio a la reflexión y al cuestionamiento de cada situación (Martín Fernández, 2004). Por tanto, el cuidado puede y debe comenzar para prevenir, para cuidar la salud y no la enfermedad.
Este aprendizaje, desde la experiencia sobre el autocuidado, es fundamental; puede suceder en cualquier etapa de la vida personal y colectiva, y debe ir acompañado de un proceso de reflexión para cada nueva experiencia, desde un pensamiento crítico, flexible y creativo (Romero, 2010). El aprendizaje experiencial es un proceso a través del cual los individuos construyen su propio conocimiento, adquieren habilidades y realzan sus valores directamente desde la experiencia (Asociación Internacional de Aprendizaje Experiencial, 2011).
Cierto es que toda experiencia vincula aspectos, tanto racionales como emocionales. También es importante aprender desde lo que se siente. Ello requiere de la implicación del sujeto y promueve un sentido de titularidad o propiedad sobre lo aprendido, que le otorga solidez a este proceso. Se consolida así un conocimiento significativo, contextualizado, transferible y funcional (Barcenas Alfonso, 2018). Este tipo de aprendizaje muchas veces no es considerado como tal, porque las personas van acompañadas de una matriz tradicional, reproductiva, mecánica, que limita su concepción como proceso de transformación interna que permite un cambio en la manera de sentir, pensar o comportarse en función de situaciones concretas. Por tanto, se trata de aprender de la experiencia las buenas prácticas de autocuidado e incorporarlas en la vida cotidiana, donde se realizan acciones de transformación necesarias durante la pandemia y se identifican aquellas que mantener como nuevas rutinas para potenciar el bienestar personal y colectivo, en el entorno de las familias dentro y fuera del país.
De esta manera, se ha logrado que los vínculos entre las familias migrantes para el autocuidado excedan y superen las fronteras. Las familias han trazado estrategias para promover acciones conjuntas de autocuidado entre unos y otros miembros, demostrando y vivenciando que la distancia física no tiene por qué ser distancia afectiva. Así, por ejemplo, se ve en las narrativas conscientes de dos miembros del Psicogrupo Familia y Migraciones:
El autocuidado es imprescindible, mi familia y yo nos vemos desde la virtualidad, nos cuidamos unos a otros. Este grupo da esa sensación de pertenecer a cada país representado por todos los que estamos desparramados por el mundo e integrados en una sola reunión: la del Grupo Migraciones (mujer de 80 años, Argentina).
Yo siempre le digo a mi hija que tome las medidas de autocuidado, le he enseñado la manera en la que se hacen aquí en Cuba los nasobucos de tela (mujer de 64 años, La Habana).
El aprendizaje a través de la experiencia del autocuidado responsable durante esta etapa ha implicado que las familias atravesadas por la migración (Martín Fernández, 2000) también experimenten nuevas maneras de funcionar desde la distancia y aprender desde la experiencia, ya que se preocupan por la salud física y mental de las personas lejanas físicamente, pero cercanas desde los afectos. En el trabajo de orientación a distancia del Psicogrupo Familia y Migraciones resultó evidente la necesidad de estar disponible desde vínculos cercanos y armoniosos para brindar apoyo a los familiares que se encuentren fuera del país en el actual contexto. Los conflictos familiares precedentes son muy diversos y quedan a un lado cuando se trata del autocuidado y cuidado de la familia; estar vivos para volverse a ver pasa a primer plano (Martín Fernández et al., 2020a).
De las fronteras de tiempo, tarea y territorio
Cuando hablamos de fronteras, nos referimos a los límites físicos, geográficos, pero también psicológicos. Una buena práctica a mantener en la vida cotidiana para nuestro autocuidado es lo que se ha llamado «el respeto a las 3 T (tiempo, tarea y territorio)», o sea, respetar el cuándo, para lo que se pueden construir cronogramas y organizar rutinas donde cada actividad tenga un tiempo específico para iniciar y terminar; respetar el para qué de cada tarea concreta, a través de la identificación de las acciones que le van a dar respuesta; y respetar el dónde es definir un espacio, territorio o lugar adecuado para su realización. Nuestro tiempo es fundamental para el autocuidado y es un aprendizaje que contribuye a respetar el de otros, organizándolo también, para ser más eficientes, en todos los grupos e instituciones donde transcurre la vida. El aprendizaje sobre cuánto implica violar cada una de esas fronteras en nuestra vida cotidiana, y cuán frecuentemente lo hacemos, resulta muy valioso para nuestro bienestar y el ejercicio de cada uno de nuestros roles (Barcenas Alfonso et al., 2020).
La responsabilidad también tiene que ver con las formas de pensar, sentir y actuar de las personas en sus diferentes ámbitos de la vida cotidiana, la familia, el trabajo, el tiempo libre. Y, sobre todo desde el punto de vista subjetivo, es muy importante su expresión en las dinámicas que se establecen en cada una de estas esferas.
Es cierto que se hace necesaria la reiteración de un conjunto de acciones vitales, con distribución de ritmos constantes de espacio y tiempo, para el mantenimiento de la vida. El modo de vivir puede tornarse un mecanismo irreflexivo y estereotipado de acción, que conduzca a la rutina, al conformismo; o sea, existe la posibilidad de la monotonía, pero no su necesidad (Martín Fernández, 2004). De esta manera, cuando ocurre una situación de crisis, en este caso por la pandemia de la COVID-19, significa que cambia el ritmo de la vida afecta los tiempos y los espacios disponibles para la satisfacción de necesidades.
Se requiere del autocuidado, para prevenir el contagio, al realizar un conjunto de actividades y relaciones sociales que transcurren en las diferentes esferas de la vida cotidiana (Cancio-Bello Ayes et al., 2020). Es importante que estas esferas mantengan una complementación entre sí, para que las diversas acciones de autocuidado puedan fluir y naturalizarse como buenas prácticas. De lo contrario, un clima difícil —ya sea en la familia, en el trabajo o durante el tiempo libre— obstaculiza poner todos nuestros sentidos de forma consciente en función del autocuidado y el cuidado de otros. En momentos de crisis sanitaria es también necesario reflexionar sobre aquello que es posible hacer a pesar de las dificultades del contexto, y velar por hacerlo de una manera adecuada, respetuosa, decente, alegre. Reorganizar las prácticas habituales, dar el tiempo y la atención precisa a cada una de las esferas de la cotidianidad, y lograr satisfacer las necesidades que responden a cada una, también son maneras de cuidarnos y cuidar a quiénes nos rodean.
Autor(es): Jany Barcenas Alfonso, Claudia Cancio-Bello Ayes, Consuelo M. Martín Fernández
Tomado de:
Revista Temas: 102-103
http://temas.cult.cu/articulos-academicos/autocuidado-responsable-mas-alla-de-las-fronteras/
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