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Ignacio Agramonte y Loynaz, El Mayor, alcanzó un sitio en la inmortalidad

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El 11 de mayo de 1873, en los potreros de Jimaguayú, con solo 31 años entrega su vida por la libertad de Cuba el mayor general del Ejército Libertador Ignacio Agramonte, uno de los grandes hombres de la Guerra de los Diez Años, cuyo legado permanece esculpido para siempre en las páginas de la historia nacional.

Ignacio Agramonte y Loynaz, a quien todos llamaban El Mayor, nació el 23 de diciembre de 1841 en la ciudad de Camagüey, y por sus méritos personales llegó a ser uno de los más insignes y valientes hombres que ha dado Cuba.

También sus contemporáneos lo llamaban El Bayardo, se dice que, por su figura esbelta, y por su cultura e inteligencia, alcanzó los títulos de Licenciado en Derecho Civil y Canónico en 1865 y de Doctor en ambas materias en 1867.

El gran amor de la vida de Agramonte fue su esposa Amalia Simoni Argilagos, luchadora independentista, activa colaboradora de las fuerzas mambisas y prestó servicios en hospitales de campaña.

Agramonte atesoró un ascenso constante en el orden militar, trayectoria que lo llevó a ostentar el grado de Mayor General del Ejército Libertador, y convertirse en uno de los principales líderes políticos de la insurrección hasta su muerte en combate, en el sitio conocido como Potreros de Jimaguayú, al Sur de Puerto Príncipe, el 11 de mayo de 1873.

Cuentan que fue un excelente jinete y esgrimista, con un valor personal a toda prueba, y que se exigía a sí mismo al máximo para poder exigir lo mismo a sus hombres, razones por las que era idolatrado por sus soldados.

Una de sus hazañas más relevantes en el campo de batalla fue el rescate del Brigadier Julio Sanguily, quien tras resultar capturado por una fuerte columna española iba a ser fusilado y Agramonte, con solo 35 mambises, realizó la audaz y heroica acción.

Cuando la lucha se tornó difícil por las carencias, discrepancias internas y otras calamidades que apuntaban hacia el fracaso, le preguntaron con qué contaba para continuar las hostilidades: “¡Con la vergüenza de los cubanos!”, contestó el Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz.

El 11 de mayo, antes de salir al campo de batalla, reúne a su tropa y les dice “la más alta y noble misión del hombre es el trabajo, cimiento de la sociedad, y el único medio de conquistar una patria honrada, que es el fin del programa que nos ha arrastrado llenos de amorosa fe, a estos turbulentos campos para convertirnos en obreros de la humanidad. Nuestra misión se va cumpliendo; vuestra disciplina y vuestra abnegación hacen de todos nosotros el núcleo fundamental de la futura República”.

Sobre el momento de su muerte, el Comandante en Jefe, Fidel Castro, expresó «Cruzando de un lado al otro del potrero para darle instrucciones a la caballería, se encuentra de repente con una compañía española; que sin ser descubierta todavía, había penetrado en el potrero de Jimaguayú, protegiéndose en las altísimas hierbas de guinea. En esas circunstancias, de una forma inesperada, Agramonte acompañado solo de cuatro hombres de su escolta, se ve de repente en medio de aquella compañía española y muere en aquella acción por una bala que le atraviesa la sien derecha».

Los soldados españoles capturaron el cadáver y, al reconocer los documentos, ordenaron trasladar el cuerpo hacia Puerto Príncipe, donde fue expuesto en el hospital de la Iglesia de San Juan de Dios. Aún se investiga qué sucedió cuando llevaron su cadáver al cementerio general con el propósito de desaparecerlo, y cuál fue el destino final de sus restos.

Sin embargo, lo cierto es que su pensamiento y acción han cruzado las fronteras del tiempo y constituyen fuente para el presente y futuro de la obra revolucionaria, porque figuras como Agramonte, plenas de sueños y virtudes, alcanzan un sitio en la inmortalidad.

Al caer en combate por la libertad de Cuba, Ignacio Agramonte y Loynaz, entró para siempre en la historia de su Patria, la misma que reverenció como patriota, abogado y militar, pero, sobre todo, como cubano de pura cepa. (Tomado de varios sitios web)
Editado por Maria Calvo.Para Radio Cadena Habana

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