¿Quién no se ha sentido triste alguna vez? A fin de cuentas, sentirse mal es natural. Sin embargo, la depresión ya es otra cosa.
«Lo que yo sé, es que nadie puede vivir así». Casi siete años después, Alejandro lo sabe, pero no siempre fue igual. Al principio de aquellos días, los peores de su existencia dice creyó que «la tristeza pasaría». En definitiva, es normal sentirse mal cuando finaliza una historia de amor, cuando se reviven los momentos de armonía y se repara en los planes por cumplir. ¿O no?
Ciertamente, todos nos sentimos tristes alguna vez, pero no todos nos deprimimos. De acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión es un trastorno mental que afecta a un 3,8% de la población, incluidos un 5% de los adultos y un 5,7% de los adultos de más de 60 años. A escala mundial, aproximadamente 280 millones de personas la padecen.
La depresión es distinta de las variaciones habituales del estado de ánimo y de las respuestas emocionales breves a las dificultades de la vida cotidiana. Puede convertirse en un problema de salud serio, especialmente cuando es recurrente y de intensidad moderada a grave. Puede causar gran sufrimiento a la persona afectada y alterar sus actividades laborales, escolares y familiares. En el peor de los casos, puede llevar al suicidio.
Alejandro apenas quería levantarse de su cama, y ni siquiera podía hacerlo. Permanecía casi todo el día encerrado en un cuarto, con la luz apagada, y envuelto en una sábana verde. Mirar al techo, dormitar, sentir culpa por reconocerse en ese estado. Dormitar para evitar la culpa. Ese era su ciclo.
Cuando intentaba ponerse de pie, sentía que su cuerpo pesaba una tonelada y que le faltaba el aire. Su familia creía que estaba «mal por lo del divorcio», «que debía poner de su parte», «salir con los amigos y pasar la página». «No eres el primero ni el último en esa situación».
Pero no. La depresión no se cura con voluntad y mente positiva. Es una enfermedad que, como cualquier otra, requiere tratamiento médico. Durante un episodio depresivo, la persona afectada experimenta dificultades considerables en su funcionamiento personal, familiar, social, educativo, ocupacionales y en otros ámbitos importantes, señala la OMS.
Alejandro no buscó ayuda y ni siquiera pensó en sí mismo como una persona enferma, aunque entendía que algo en él «se había quebrado». Más bien se ideó millones de excusas para justificar sus ausencias y su falta de productividad en el trabajo, y el resto de lo que alguna vez fue su mundo, se congelaba en el tiempo.
«Me salvó un amigo médico que fue de casualidad a visitarme y encontró la peor versión de mí. Lo que vino después no es que haya sido fácil, pero un día me miré en el espejo y quise afeitarme, parece una bobería, pero en ese momento entendí que la vida me importaba, y lloré muchísimo, sin que nadie me viera».
Las recomendaciones de la OMS indican que, según la intensidad y tipología de los episodios depresivos a lo largo del tiempo, los proveedores de atención de salud pueden ofrecer tratamientos psicológicos y/o medicamentos antidepresivos.
Aunque las causas de la enfermedad son multifactoriales y varían en cada persona, las mismas están dadas por una combinación de factores biológicos, psicológicos y sociales. Lamentablemente, hoy continúa siendo una condición muy estigmatizada. De hecho, muchas personas tienen ideas preconcebidas de cómo se supone que debe comportarse alguien con depresión, obviando que esta se manifiesta de forma diferente en cada individuo.
Todo eso conlleva a que las personas con depresión -o con alguna otra situación de salud mental- enfrenten, además de las circunstancias propias que impone la condición, expresiones o acciones discriminatorias, que dificultan aún más el proceso de recuperación.
Alejandro no es Alejandro. Es un hombre que ha asistido a terapia, que ha logrado continuar su vida sin fármacos, que ha buscado, y encontrado, recursos para «sostener sus emociones», que se ha documentado y ha comprendido mejor ese momento definitorio de su vida, y su salud mental en general. Sin embargo, el hombre detrás de Alejandro tiene miedo. No solo a una recaída, a la ansiedad con la que hoy vive (Sí, la ansiedad también es una enfermedad mental), miedo, a «que me juzguen, a que digan que yo estoy loco, a que dejen de contar conmigo».
Miedo a la soledad.
Tomado de la Revista Alma Mater
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