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Máximo Gómez, dominicano de nacimiento y cubano de corazón

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A la entrada del túnel de la bahía habanera está la estatua de un hombre a caballo con el machete desenvainado en dirección “al Norte brutal que nos desprecia”, como dijo José Martí, acompañado de dos banderas: la dominicana donde nació y la cubana por la cual luchó como el más cubano de los cubanos.
Es un reconocimiento de la Patria agradecida a Máximo Gómez Báez, el primero que nos enseñó lo efectiva de una carga al machete contra los colonialistas españoles, quien fue el General en Jefe del Ejército Libertador, el Generalísimo que siempre se opuso a la intervención de Estados Unidos.
Un 18 de noviembre de 1836 nació este hombre de complexión mediana, que aceptó el pedido de Martí de organizar, dentro y fuera de la Isla, el Ejército Libertador: “Yo ofrezco a usted, sin temor de negativa, este nuevo trabajo hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres…»
Máximo Gómez nació en el pequeño poblado de Baní, provincia de Peravia, a 84 kilómetros al oeste de Santo Domingo, capital de la República Dominicana, donde aún se conservan los horcones de la que fue la modesta vivienda de sus padres Andrés Gómez Guerrero y Clemencia Báez Pérez.
A los 16 años el joven Gómez se unió al ejército dominicano en la lucha contra las invasiones haitianas de Faustine Soulouque logrando obtener el grado de alférez y luchó luego con las tropas anexionistas españolas en la Guerra de Restauración Dominicana. Participó en el combate de la sabana de Santomé cuando mandaba las fuerzas de caballería el general Modesto Díaz, quien sería también destacado combatiente en la Guerra de los Diez Años en Cuba. Al cesar la anexión de Santo Domingo a España en 1865, con un costo de 20 millones de pesos y 20 000 bajas españolas, son evacuadas de República Dominicana las últimas fuerzas españolas y con ellas gran cantidad de oficiales de Reserva, entre los cuales se encontraba Máximo Gómez, quien llega a Cuba a bordo del vapor Pizzarro, en compañía de familiares.
Su firme decisión de luchar por Cuba hasta lograr liberarla de la ocupación colonial española, llevan a Gómez a sumarse a la conspiración e incorporarse al naciente ejército mambí el 16 de octubre de 1868, con el grado de sargento, sólo seis días después del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua, y se declara ciudadano cubano, condición que honró siempre.
Cuenta entre sus proezas con la dirección de la primera carga al machete, la que se convertiría en la más temible arma de los libertadores. Desde este momento el movimiento revolucionario contó con el jefe militar indiscutido, capaz de preparar un ejército popular y aguerrido y de enfrentarse al enemigo con extraordinarias posibilidades de triunfo pese a sus limitadas armas.
Por sus méritos de guerra y su capacidad militar es ascendido por Céspedes hasta el grado de mayor general, y asignado a las fuerzas del mayor general Donato Mármol Tamayo en la jurisdicción de Santiago de Cuba, continuando su larga cadena de victorias frente a las fuerzas colonialistas españolas.
En su larga vida al servicio de la independencia de Cuba Gómez sufre exilio en Jamaica por su participación en la Guerra de los Diez Años. Llega a Kingston donde se encuentra con Manana, su mujer, hijos y hermanas, sumidos en profunda miseria. Arrienda un pedazo de monte en Corbet y cuenta en carta a un amigo que “nos estamos manteniendo casi con mangos”.
El 2 de octubre de 1884, durante los preparativos para reiniciar la lucha armada en Cuba, junto con Antonio Maceo conocen personalmente a José Martí en Nueva York. Como consecuencia de sus actividades conspirativas por la independencia de Cuba, es hecho prisionero y encarcelado en la Fortaleza Ozama (República Dominicana). El 9 de enero de 1886 es puesto en libertad y expatriado de Santo Domingo, adonde regresa años después.
El 24 de febrero de 1895 ocurre el inicio de La Guerra Necesaria y el 25 de marzo Gómez firma con José Martí el Manifiesto de Montecristi, Programa de la Revolución y finalmente, en abril de 1895, desembarcan Gómez y Martí a Playitas de Cajobabo, costa sur de Guantánamo. En otra expedición arribaron a Cuba los hermanos Maceo por Duaba, cerca de Baracoa.
Pocas semanas después, luego de constituida la jerarquía militar del Ejército Libertador, con Gómez como General en Jefe y Antonio Maceo como Lugarteniente General, caía Martí en Dos Ríos, con gran pesar de Gómez, quien lo seguía como a un maestro, pero cuidaba como a un hijo. A finales de ese mismo año comenzaría la Invasión a Occidente, gesta militar libertadora librada por Gómez y Maceo desde Mangos de Baraguá hasta Mantua.
Muchos libros se han hecho de la vida de Gómez, de sus proezas militares, la férrea disciplina que imponía con su ejemplo, su posición antiimperialista y su integridad, cualidades que nunca podrían resumirse en pocas líneas. Baste citar dos momentos. Ante los esfuerzos de muchos emigrados luego de 1899 por lograr el reconocimiento de la beligerancia cubana por los Estados Unidos, Gómez expresó: «El reconocimiento de los americanos es como la lluvia: si viene está bien, y si no, también.»
Al producirse la intervención norteamericana en la guerra, Gómez se hallaba en el centro del país, diezmando las decadentes tropas españolas y a punto de avanzar por segunda vez a La Habana para invadirla definitivamente. Reaccionó airado ante la prohibición de entrar a Santiago de Cuba a las tropas cubanas, emitida por el general estadounidense William Shafter, pero no tomó acción alguna, no sintiéndose con derechos de cubano, a pesar de su papel preponderante en la campaña.
En 1898 se trasladó a La Habana, para vivir en la Quinta de los Molinos, donde fue recibido por una multitudinaria manifestación de simpatía. Al establecerse la Asamblea del Cerro como Gobierno Provisional, Gómez entró a formar parte de ella, pero se negó a dirigirla, alegando su carácter puramente militar y su condición de extranjero. El 12 de marzo de 1899, la Asamblea del Cerro acordó la destitución de Máximo Gómez como General en Jefe del Ejército Libertador, y la eliminación definitiva de ese cargo. Entonces Gómez, mediante un manifiesto a la nación, expresó: «…Extranjero como soy, no he venido a servir a este pueblo, ayudándole a defender su causa de justicia, como un soldado mercenario; y por eso desde que el poder opresor abandonó esta tierra y dejó libre al cubano, volví la espada a la vaina, creyendo desde entonces terminada la misión que voluntariamente me impuse. Nada se me debe y me retiro contento y satisfecho de haber hecho cuanto he podido en beneficio de mis hermanos. Prometo a los cubanos que, donde quiera que plante mi tienda, siempre podrían contar con un amigo.»
Al conocerse la noticia, las masas populares realizaron manifestaciones de condena a la Asamblea del Cerro y de solidaridad con Gómez. Durante tres días, el pueblo desfiló ante la Quinta de los Molinos en espontánea acción de desagravio. Días después de la destitución de Gómez la Asamblea se disuelve bajo presiones populares, quedando el pueblo de Cuba sin representantes.
El 2 de abril en carta abierta a Bernarda Toro, Gómez expresa en relación con la situación del país: “La actitud del Gobierno Americano con el heroico pueblo cubano, en estos momentos históricos, nos revela a mi juicio más que un gran negocio… Nada más racional y justo, que el dueño de una casa, sea él mismo que la va a vivir con su familia, el que la amueble y adorne a su satisfacción y gusto; y no que se vea obligado a seguir, contra su voluntad y gusto, las imposiciones del vecino. La situación pues, que se le ha creado a este pueblo; de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía».
El Generalísimo Máximo Gómez Báez falleció el 17 de junio de 1905, sin fortuna personal, en su villa habanera, a la edad de 69 años y rodeado del cariño y la eterna admiración del pueblo cubano al que ofrendó su vida.

 

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