Con profunda emoción y respeto, eternamente agradecidos, rendimos tributo en el aniversario 116 de su partida física, a unos de los hijos más preclaros de América, al excelso patriota dominicano y cubano por derecho propio, Máximo Gómez Báez.
Su deceso conmocionó la Isla. El pueblo lo lloró desconsoladamente. Fueron momentos de estremecimiento y luto no vividos antes en el país, como si con él marcharan a la eternidad las glorias del Ejército Libertador, y al unísono se diera el último adiós a Céspedes, Agramonte, Martí y Maceo: a los fundadores de la nación cubana. Tal fue su legado.
Para quienes lucharon a sus órdenes, Máximo Gómez fue un padre riguroso, estricto, pero amado. Para el pueblo, un ídolo, un ícono de múltiples y excelsos valores: entereza, audacia, temeridad, sacrificio, humildad, honradez, trabajo, ejemplo personal, firmeza de convicciones, inteligencia, mesura, desinterés, nobleza de espíritu, soberanía, incansable lucha por el bienestar del pueblo. Para él, la Patria estaba por encima de todo.
Como jefe militar, despertó entre sus contemporáneos opiniones diversas. Idolatrado, admirado, respetado y querido, era a la vez temido. Fue una rara simbiosis de ternura y noble corazón, revestido de una imagen impenetrable. El general Enrique Collazo lo reflejaría como un hombre “…ardiente, tenaz, de pasiones violentas y de un golpe de vista rápido y certero, audaz en sus concepciones y en la ejecución, de firmes propósitos y de un patriotismo y desinterés poco comunes.”
Bautizado en su momento como el Napoleón de las guerrillas, recibió de sus enemigos opiniones de respeto y admiración. Para el Capitán General Arsenio Martínez de Campos, fue “…el primer guerrillero de América.” El mariscal de campo Francisco Acosta Albear lo citaba como “…entendido y hábil general insurrecto.” El Capitán general Ramón Blanco y Erenas, reconocía en él, “…clara inteligencia y nobles sentimientos.” Para el General Federico Ochando, “…era quizás el carácter más organizador, y la mejor inteligencia militar de la insurrección.” El Mariscal de Campo Manuel Armiñán, su rival en la batalla de las Guásimas, lo reconocía como “…el que más valía de nuestros enemigos.” El General Manuel Aznar lo consideraba un “…émulo de Zumalacárregui…”, el legendario guerrillero vasco que combatiera a las tropas napoleónicas. El político español Antonio Cánovas del Castillo, lo identificaba como «…el único General que había en Cuba.”
Miembro del contingente de patriotas dominicanos que acompañaron a Carlos Manuel de Céspedes en los momentos iniciales del levantamiento en Demajagua, en el que sobresalían los hermanos Marcano y el general Modesto Díaz, su figura se convertiría en poco tiempo en símbolo universal de espíritu solidario y referente del internacionalismo revolucionario. Decenas de dominicanos siguieron su ejemplo sumándose al Ejército Libertador, lo mismo que cientos de combatientes extranjeros. En la gesta del 95 su cocinero era un español, lo mismo que su archivero. En su escolta y ayudantía, combatían más de una decena de españoles. Propugnador como Martí de la guerra sin odio, sobre España, afirmaría: “Yo he hecho la guerra a España, no a los españoles, a quienes respeto y quiero verlos unidos a los cubanos para que todos unidos terminemos la obra que ya toca a su fin.”
Gómez pasara a la posteridad como el ejemplo más representativo de la evolución y desarrollo del arte militar cubano en las gestas independentistas, el maestro y forjador de diferentes generaciones de jefes y soldados cubanos. En su honor, la Academia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias lleva su nombre. Fue, además, un hombre de cultivada y esmerada cultura. De ello da muestra en su poética definición del arte de la guerra irregular:
“El combatiente amó la montaña, el matorral, la sabana, amó las palmas, el arroyo, la vereda tortuosa para la emboscada; amó la noche oscura, lóbrega, para el descanso suyo y para el asalto al descuidado o vigilado fuerte enemigo.
Amó más aún la lluvia que obstruía el paso al enemigo y denunciaba su huella; amó el tronco en que hacía fuego a cubierto, y certero; amó el rifle, idolatró al machete. Y cuando tal amor fue correspondido y supo acomodarlo a sus miras y propósitos, entonces el combatiente se sintió gigante y se rio de España.”
Su visión política era coincidente y estratégicamente martiana. El Manifiesto de Montecristi lleva la impronta de su savia. Para Gómez, América era una, del Bravo a la Patagonia. Las Antillas, como hermandad de naciones, necesariamente deberían formar el escudo protector del continente. La causa independentista de Puerto Rico era tan suya como la cubana. Fue tal la universalidad de su figura, que los revolucionarios filipinos le escribieron solicitando sus consejos y asesoría en la lucha contra España.
Casado con Bernarda Toro Peregrín, Manana, inmaculada patriota cubana, engendró una familia en cuyo seno se respiraba armonía, nobleza, amor y humildad. Su hijo Panchito, modelo de joven revolucionario de todos los tiempos, émulo suyo, en los campos de Cuba, bajo las órdenes del general Antonio Maceo, demostrando la educación recibida, le escribiría:
“Me siento, papá, muy pequeño: hasta que yo no haya dado la cara a la pólvora, y a la muerte, no me creeré hombre. El mérito no puede heredarse, hay que ganarlo.”
Máximo Gómez hizo del trabajo y la pasión por la tierra un culto. “En mi vida no he odiado más que una cosa: la guerra. Es la agricultura el más grande amor mío; yo amo la tierra que desenvuelve mediante el alimento y el trabajo las fuerzas del hombre.” Había referido. Sobre la importancia formadora del trabajo escribiría en 1894: “…No hay médico más insigne para curar todos los males, como es el Trabajo, a él me he dedicado con ahínco y no me ha faltado pan para mis hijos.”
Patriota incansable, pese a los denuestos y desencuentros del pasado, asumió de inmediato el llamado de Martí al “…placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres…” En el 95, cumplió el sueño cespedista de la invasión a Occidente y, tras vencer al ejército colonial en cruciales batallas, desplegó campañas como La Lanzadera y La Reforma, dignas de estudio en los más encumbrados tratados del arte militar decimonónico.
En 1884, mientras preparaba en Honduras el Programa de San Pedro Sula, llevado por su experiencia, patentizaba que “…El medio más seguro de vencer es saber por dónde, cuándo y cómo viene el enemigo. Procuremos que de nosotros se ignoren estas tres circunstancias.” Así vislumbró los destinos de Cuba, y se percató en su momento, del impacto y alcance de la intervención militar de Estados Unidos. Al respecto, el 8 de mayo de 1901 reflexionaba en profética carta al patriota puertorriqueño Sotero Figueroa:
“El triste pasado ya lo conocemos, y en el presente abierto tenemos el libro de nuestras tristezas para leerlo. Lo que tenemos que estudiar con profundísima atención, es la manera de salvar lo mucho que aún nos queda de la Revolución redentora, su Historia y su Bandera.
“De no hacerlo así, llegará un día en que, perdido hasta el idioma, nuestros hijos, sin que se les pueda culpar, apenas leerán algún viejo pergamino que les caiga a la mano, en el que se relaten las proezas de las pasadas generaciones, y esas, de seguro les han de inspirar poco interés, sugestionados como han de sentirse por el espíritu yankee”.
Ante la presencia estadounidense en Cuba y el imperio de la Enmienda Platt, fueron permanentes sus llamados a la unidad. “…Formar grupo es dividir, y dividir en política es la muerte o el agotamiento inútil…” había escrito en 1899 al cubano Martín Servía. Para asegurar los destinos de Cuba, la unidad era el arma política a la que siempre apeló. Amargas experiencias de desunión en las guerras pasadas, a las que se opuso siempre con firmeza, le habían servido de lección.
Dechado de virtudes cívicas y morales, el Generalísimo del Ejército Libertador Cubano se yergue en la historia de la Patria, como faro inagotable de luz y guía para el presente y el futuro de la nación. Su mirada auscultadora de cuanto observó, lo llevó a conocer, como pocos, la esencia de la idiosincrasia y la cultura de los hijos de esta Isla.
A los poetas brindó siempre deferente trato. En su Estado Mayor, en los pocos momentos de descanso en la campaña, organizaba conciertos de poesía para la elevación del espíritu y el enriquecimiento del alma.
Figura inspiradora, el matancero Bonifacio Byrne, como presintiendo la magnitud de su destino, adelantándose a su muerte, sentenciaría en 1900, en proféticos versos:
¡Émulo de Bolívar! En la historia
Tu nombre habrá de ser una alborada
!El sol es un reflejo de tu espada,
Y tu espada es un átomo en tu gloria!
Se purifica la mundana escoria,
Con tu austera figura inmaculada,
E igual a una mujer enamorada
Va siguiendo tus pasos la victoria.
¡Aún te sobra vigor! Tu brazo es fuerte;
Céspedes y Agramonte, conmovidos,
Tan grande y noble y generoso al verte
En una misma admiración unidos,
Desde el umbral de luz que hay en la muerte
Te esperan con los brazos extendidos!…
El 20 de agosto de 1998, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, visitó República Dominicana. Admirador sincero del Generalísimo, viajó a Baní, cuna del prócer, para rendirle tributo. Conocía Fidel la identidad de pensamientos que unía al ilustre banilejo con el humanismo martiano y que, hombre de paz que odiaba la guerra, soñaba con la creación de escuelas y la formación del pueblo, como forja de las generaciones futuras y fragua de la nueva nación. Ningún reconocimiento más leal a la memoria de Máximo Gómez, que el anuncio oficial de la donación por Cuba de un politécnico en la ciudad que lo viera nacer.
En ocasión de la visita, expresaría Fidel:
Hay un nombre que sintetiza esa hermandad: Máximo Gómez. Hijo humilde de este pueblo, supo convertirse en hijo insigne y entrañable del pueblo cubano por derecho ganado en su lucha por la independencia de Cuba, a la que aportó su brazo y su machete, su genio militar y su coraje, un notable talento político y un profundo pensamiento revolucionario.
Y concluía:
“…de aquel humilde campesino pudo surgir también un genio de las letras.”
El general que se considerase a sí mismo una “…aproximación de Don Quijote…” durante la guerra, escribía de noche hasta altas horas, legando a la posteridad una inmensa obra epistolar, reflexiones, literatura de campaña y su imprescindible Diario, documentos todos, en los que se revela la dimensión de su patriotismo y su personalidad.
Loable será el día en que veamos materializado el proyecto de sus Obras Completas, y los sueños de un mambí que trabajó incansablemente por rescatar su Cuartel General en la Quinta de los Molinos, la Casa en la que falleció en el Vedado Habanero, su tumba sagrada y está ceremonia que nos honra como patriotas cubanos. El espíritu de Eusebio Leal nos acompaña.
Nuestra gratitud eterna al Generalísimo. Su vida ejemplar, ilumina e inspira.
Muchas gracias.
René González Barrios
17 de junio de 2021
Tomado de http://www.cubadebate.cu/opinion/2021/06/23/maximo-gomez-su-vida-ejemplar-ilumina-e-inspira/
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