Nació en Baní, Peravia en la República Dominicana, un 18 de noviembre de 1836. Su infancia y adolescencia las pasó en su tierra natal. A los 16 años Gómez se unió al ejército dominicano en la lucha contra las invasiones haitianas de Faustine Soulouque logrando obtener el grado de alférez. Durante la reanexión de Santo Domingo a España (1861-1865), ingresó como voluntario en el Ejército español. Durante la Guerra de la Restauración (1863-1865) combatió contra las tropas insurrectas que pretendían recuperar la independencia para el país. Como tantos otros dominicanos leales a España, tras la victoria de los independentistas se trasladó con su madre y sus hermanas a Cuba.
Fue desde Baní, donde comenzó a madurar ese pensamiento que lo condujo a plantearse con el tiempo, sobre todo al calor del movimiento independentista en Cuba, la tarea histórica de lo que denominó “revolución de principios” o “revolución de los desheredados”.
«Dominicano de nacimiento, cubano de corazón», era la expresión de José Martí cuando, al referirse al general Máximo Gómez, reconocía la historia de un hombre comprometido con los destinos políticos de la Cuba colonial. Aquel joven amante del baile, la buena música, la poesía y de todo su entorno natal banilejo, decidió enrolarse en un proceso de liberación que lo llevó a convertirse, según sus propias palabras, en «revolucionario radical». Desde entonces luchaba, no por sostener los intereses de un caudillo militar en busca del poder político, sino por un ideal consistente en «cambiar cosas y hombres viejos, por cosas y hombres nuevos».
El 16 de octubre de 1868, sólo seis días después del Grito de la Demajagua, se sumó a la revolución y el día 25 dirigió la Primera Carga al Machete, operación militar en la que la caballería insurrecta a su mando derrotó a una columna española que se disponía a retomar la ciudad de Bayamo. Por sus conocimientos militares y su valentía fue ascendido rápidamente a Mayor General por el Presidente Céspedes.
Poco después de firmado el Pacto del Zanjón en 1878 decidió salir de Cuba junto a su familia, convencido de que resultaba imposible continuar la guerra. Estuvo en el exilio en Honduras, Jamaica, Costa Rica y por último regresa a su República Dominicana, adonde acudió Martí en marzo de 1895 para firmar con Gómez el histórico Manifiesto de Montecristi, en el que los líderes dejaban expresa su ideología de independencia y de que la guerra no era contra los españoles, sino contra las autoridades coloniales de España en Cuba, para ingresar a Cuba en el concierto de las naciones libres e independientes. También se dejaba explícito el carácter popular y democrático de la lucha y de la República a ser fundada, una «República con todos y para el bien de todos», rechazando cualquier desviación o interpretación de la causa como guerra racial, pillaje o aventurerismo.
Fue, sin dudas, libertador de un pueblo víctima del coloniaje y la esclavitud. En su praxis, legó una extensa hoja de servicios y un pensamiento político militar que asombró a conocedores del arte de la guerra, dentro y fuera de la Isla antillana. Sin embargo, “el primero en comprender el método de guerra que debíamos emplear” -como afirmó el joven oficial Manuel Piedra Martel-, el estratega de las campañas invasoras al occidente de Cuba durante el ciclo independentista, el artífice de campañas militares como La Lanzadera y La Reforma, aquel que le ofreciera a Cuba su brazo redentor “en lo más recio de la inmortal batalla”, odió, sobre todas las cosas, la guerra.
Nadie duda de la genialidad de Gómez como estratega y del valor con el que recorrió los intrincados montes en busca del «Ayacucho cubano». La audacia e intrepidez sin límites. Un ejército colonial muy superior en hombres y armamentos tras sus pasos y la muerte siempre al acecho.
Los consejos, las proclamas y las intervenciones de Gómez en la prensa, continuaron tras el establecimiento de la república el 20 de mayo de 1902.
Aunque fueron muchos los grandes patriotas cubanos, cuando se cita la trilogía de hombres fundamentales de la Guerra de Independencia, Máximo Gómez está junto a José Martí y Antonio Maceo.
Cualquier homenaje no será suficiente a quien, según José Martí:
«ha sabido ser grande en la guerra y digno en la paz.»
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