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Responsabilidad compartida

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Por:Grether Martínez Segura

Difícilmente se olvida el primer día de trabajo. Desde entonces, pasas a ser “el nuevo”, y la etiqueta te acompañará por algún tiempo, mientras la incertidumbre de si darás o no la talla hace de las suyas. Tú que contabas los días para graduarte de la universidad, pues pensabas que con “la independencia” acabarían tus problemas. Pero tenía razón aquel profe cuando decía que lo bueno empezaba ahora.

Y el adjetivo encaja en lo complejo del tránsito de la vida estudiantil a la laboral, un giro de 180 grados, al que, como cambio al fin, cuesta adaptarse. Una etapa a la que algunos llegan con la mochila cargada de ilusiones, sin que expectativas y realidad logren ponerse de acuerdo en todos los casos. Porque, aunque todo esté perfectamente dispuesto, el cumplimiento del servicio social todavía deja tragos amargos para muchos recién graduados —tanto de la enseñanza Superior como de la Técnica Profesional—, que terminan diciendo adiós donde deberían echar raíces.

Ojalá y esos siempre fueran los menos, pero la realidad deja ver que la atención a los adiestrados está lejos de ser una prioridad común para las entidades empleadoras, que le ponen más o menos empeño, a pesar de las exigencias que fijan las mismas responsabilidades para todas. Precisamente ahí, empieza a torcerse el camino, si como alerta la M. Sc. María Josefa Luis Luis, investigadora auxiliar del Centro de Estudios sobre la Juventud (CESJ), “una experiencia mala en el primer empleo tiene alcance en la vida futura del joven”.

No es que el recién llegado demande más de lo que por ley le toca. Cuando decimos atención, estamos hablando de la responsabilidad que tan claro define el Código de Trabajo en su artículo 41: “El empleador posibilita al recién graduado su adaptación laboral, la preparación complementaria para desarrollar los conocimientos adquiridos y las habilidades prácticas, que le permitan desempeñar el cargo que ocupa o el que pasará a ocupar”.

Poco ayudan entonces el tutor que ve el formar “al nuevo” como una carga de trabajo más, y no como el relevo asegurado; el jefe que pone oídos sordos a las preocupaciones, miedos e inseguridades propias de los comienzos; las puertas cerradas a la superación y el crecimiento profesional. Se trata más bien, como explica la también coordinadora de la Red de Investigaciones sobre Juventud, de ajustar los intereses y no pensar que el adiestrado es un trabajador del todo formado, solo así, “las empresas pueden lograr que el joven permanezca en el centro, se adapte y desarrolle el trabajo con calidad”.

Mucho podría acortar ese camino la ubicación laboral anticipada, disposición gracias a la que, a partir del curso 2019-2020, los estudiantes en su último año de estudio son ubicados en un centro laboral, donde podrán realizar su trabajo de diploma, y posteriormente iniciarse en la vida laboral. Pero la inserción temprana bien que puede convertirse en arma de doble filo si, desde el primer momento, no se favorece la participación activa en procesos y actividades vitales para la entidad que fortalezcan la relación alumno-centro laboral. Un futuro profesional mal atendido o subutilizado corre el peligro de convertirse, a la larga, en un trabajador desmotivado.

Artículo completo en:

http://www.invasor.cu/es/opinion/responsabilidad-compartida

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