José Julián Martí Pérez, el Apóstol de la independencia cubana y profundo latinoamericanista, dio continuidad a los ideales de emancipación de Simón Bolívar, con su oposición y denuncia del naciente imperialismo yanqui que, desde finales del siglo XIX, comenzaba a cumplir con la profecía del gran venezolano de que “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad”.
Este 28 de enero se cumple el aniversario 167 del natalicio de Martí, quien, en fecha tan temprana como 1889, alertó a su colaborador Gonzalo de Quesada sobre la intromisión norteamericana y le escribió: “Sobre nuestra tierra, Gonzalo, hay otro plan más tenebroso que lo que hasta ahora conocemos, y es el inicuo de forzar a la Isla, de precipitarla a la guerra, para tener pretexto de intervenir en ella, y con el crédito de mediador y de garantizador, quedarse con ella(…)”.
Los ideólogos del imperio y sus intelectuales afines persisten en los intentos por tergiversar las doctrinas del Héroe Nacional, e inclusive aportan especulaciones que ponen en duda la racionalidad de su legado, al que se le adjudica que la república concebida por él fue una invención o arrebato que no se correspondía con la capacidad y desarrollo político del pueblo cubano de la época.
Así, un académico de origen cubano, heredero actual de esa vil proyección, expuso hace algunos años en uno de sus textos “(…) Martí está sentado en un trono rodeado por esa neblina que cubre los altares. Para los cubanos, olvidarlo es, pues, una vía de liberación o, por lo menos, un aligeramiento”.
Las actuales campañas mediáticas enemigas en las redes sociales siguen la lógica de ese llamado a la “liberación” y “aligeramiento”, que lo mismo pueden servir para justificar en algunos el irrespeto a Martí y los símbolos patrios bajo el presunto derecho a la libre creación artística, o estimular el mercado de delincuentes y mercenarios pagados con fondos del gobierno estadounidense, que profanan monumentos del Apóstol o emprenden acciones terroristas contra nuestro pueblo.
La repulsa a esa afrenta y a sus promotores de dentro y fuera del país constituye el único homenaje digno que todo cubano patriota puede ofrecerle a José Martí este 28 de enero.
Vale recordar que la nueva nación que nació con la Enmienda Platt como apéndice a su Constitución y el tratado comercial con EE.UU., que dieron derecho a La Unión de intervenir militarmente en el archipiélago cubano y subordinó su economía y exportaciones al poderoso vecino, fue la negación del programa martiano antiimperialista por el que ofrendó su vida el Maestro.
En ese contexto, el pensamiento antiimperialista y latinoamericanista de Martí que prefiguró una América Latina unida frente al voraz imperio yanqui, resultó una doctrina muy incómoda para el nuevo proyecto neocolonialista que se inició en Cuba apoyado por una clase política proimperialista que gobernaría hasta enero de 1959.
Como era imposible diluir la grandeza del fundador del Partido Revolucionario Cubano, se trató de sepultar la esencia de su legado revolucionario en un discurso oficial que se refería a él como el poeta, el soñador, el romántico, el hombre de las letras, ajeno al bregar de la guerra.
Era la época que al decir del intelectual cubano Enrique Ubieta: “Los politiqueros jugaban con su nombre y entresacaban las frases más hermosas —como si ser martiano fuera cuestión de palabras—, pero la gente simple, la que albergaba el espíritu de Martí, juzgaba a esas personas por su comportamiento”.
Horas antes de morir en la manigua el 19 de mayo de 1895, durante el inicio de la Guerra Necesaria, completó aquel vaticinio al confesarle a su amigo, el mexicano Manuel Mercado, que su obra revolucionaria era “para impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América (…)”.
Y agregó la necesidad de “impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino, que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto y brutal que los desprecia (…)”.
La intervención estadounidense, peligro vaticinado por él, se hizo realidad en 1898 por su prematura desaparición y la caída en combate posteriormente del Titán de Bronce Antonio Maceo, lo cual dejó libre el camino al proyecto de la república neocolonial inaugurada en 1902, y presidida por Tomás Estrada Palma, anexionista disfrazado de su pasado patriotismo como combatiente de la Guerra de los Diez Años.
Y desde entonces, en esa frustración de la Patria imaginada por generaciones de mambises, tales ideas devinieron en proyecto emancipador de las vanguardias revolucionarias cubanas del siglo XX.
El líder de la Generación del Centenario, Fidel Castro, al señalar que el autor intelectual de la gesta del 26 de julio de 1953 fue José Martí, retomó su ideal y con él abanderó la última etapa de esas luchas por “la segunda independencia” del imperialismo, tarea histórica inconclusa señalada por nuestro Héroe Nacional para los pueblos de Nuestra América.
Tomado del Periódico Digital Invasor
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