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Lenguaje de género: ¿necesidad o extremismo?

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Por Arlette Vasallo García

En los últimos tiempos el debate sobre el uso del lenguaje es un tema recurrente. Hay quienes defienden el lenguaje inclusivo como un paliativo a siglos de opresión y minimización de las mujeres y las niñas, y hay quienes enarbolan el uso del masculino como genérico donde cabemos todos y todas para mantener así la elegancia y pureza del lenguaje.

Casi todo se ha visto respecto al tema que apasiona a unos e irrita a otros: presidentes que lo han incorporado a sus discursos; gobiernos, como el francés, que lo ha prohibido en la educación nacional; proclamas oficiales con el llamado género neutro y academias que no dan su brazo a torcer en el asunto. Si bien esta entrevista no pretende desentramar el conflicto, ni mucho menos ser un punto final, la socióloga Danay Díaz Pérez nos confirma de qué manera el lenguaje es el reflejo subjetivo de la realidad, no tenerlo en cuenta nos puede convertir en legitimadores de la opresión, la discriminación, y la marginación que esta provoca en mujeres y niñas. La profesora nos ofrece alternativas para hacer del lenguaje un aliado de la emancipación femenina y no un cómplice del patriarcado.

¿Qué es lenguaje inclusivo? ¿Por qué surge?

Cuando se habla de lenguaje inclusivo generalmente suele asociarse con el género, utilizando expresiones neutras y evitando generalizar con el masculino, situaciones que conciernen a hombres y mujeres (por ejemplo, la historia del hombre, la explotación del hombre por el hombre, el cuerpo del hombre, son algunas expresiones comunes que se usan para hacer referencia a la humanidad). Pero el lenguaje inclusivo no solo se limita a ello, sino que debe usarse para desmontar estereotipos y estigmas fuertemente arraigados en la sociedad y transformarlos.

Pongamos por ejemplo una institución que solicita trabajadores para determinadas plazas. Si al emitir la convocatoria no se consideran elementos del lenguaje inclusivo, seguramente habrá sesgos de género en el proceso. Si una empresa de transporte emite un mensaje diciendo que se solicitan «choferes» para conducir ómnibus, difícilmente una mujer se presentará. Sin embargo, si la convocatoria dice que se solicitan «personas con licencia de conducción y dispuesta a manejar ómnibus», entonces serán más diversos quienes aspiren a la plaza y no sería extraño que una mujer opte por ella. Igual ocurriría con un anuncio que diga: «se solicita un mecánico» u otro que sea más inclusivo y señale «se solicitan personas con conocimientos de mecánica».

Al ser estos roles desempeñados tradicionalmente por hombres, es muy importante que se trasmitan mensajes donde las mujeres se sientan incluidas. Y no solo ocurre con el sexo, sino con otras variables como la edad, el color de la piel, las condiciones físico-intelectuales, entre otras.

¿Es una necesidad o un extremismo?

El lenguaje inclusivo ha cobrado mayor importancia en los últimos años, no obstante, existen posiciones muy conservadoras que se resisten a cambiar y solo abogan por el masculino genérico; mientras que otras consideran resolver inmediatamente el problema usando las y los. También algunas innovaciones como el uso de la @, la x o la e para designar modos genéricos, agregar «os/as» en las palabras, han causado rechazo en parte de la comunidad hispanohablante. También se ha criticado la imposibilidad de pronunciar la @ y la x, y de crear barreras en lectores de pantalla para personas ciegas o débiles visuales.

El lenguaje es una manera de construir la realidad y por medio de él podemos incluir, excluir, oprimir, inferiorizar, minimizar, discriminar determinados grupos sociales, incluso ejercer influencia en sus decisiones. La opción por un lenguaje inclusivo, además de tener fundamentos lingüísticos, tiene objetivos sociales como el de democratizar el lenguaje y dar visibilidad social a los géneros femenino y masculino[1], y a grupos históricamente subvalorados (mujeres, niños/as, adultos/as mayores, personas con discapacidad, grupos étnico-raciales, entre otros). Es importante resaltar la naturaleza social del idioma, pues se expresa en coordenadas sociales y evoluciona con los cambios y transformaciones que se manifiestan en la sociedad.

¿Cómo afecta el lenguaje sexista a niñas y niños? Y luego a las mujeres ya adultas

Estudios realizados en las universidades de Nueva York, Illinois y Princeton en Estados Unidos, demuestran cómo los estereotipos influyen en niños y niñas desde edades muy tempranas. A través de varios experimentos con infantes entre 5 y 7 años, los resultados evidenciaron que las niñas asocian con menos frecuencia los calificativos de «muy inteligente» y «brillante» a su género; mientras que se inclinan por otros calificativos como «trabajan muy duro». Sara-Jane Leslie, una de las investigadoras de este trabajo, lo asoció con investigaciones anteriores que analizaron cómo el estereotipo del genio limita las carreras de las científicas[2]. Otras investigaciones en el ámbito de la Educación Superior demuestran una división sexista entre las especialidades, donde hay una mayor presencia de hombres en profesiones que se asocian con tener «mucha inteligencia», «brillantez» o un «talento innato», como el caso de las Matemáticas y la Física[3].

Y es que el lenguaje es parte de la construcción de esa realidad donde las niñas deben ser «lindas» y los niños deben ser «inteligentes». Existe una asociación muy fuerte entre ser «genio» y el género masculino, que puede influir en los proyectos de vida de las personas y en sus futuras elecciones.

El lenguaje sexista refleja mensajes que expresan y transmiten discriminación hacia uno de los dos sexos (generalmente a favor del masculino, en detrimento del femenino), hace una representación sesgada, parcial o discriminatoria que asigna un estatus menor a valores, capacidades, aportes y roles de las mujeres, asume rasgos relacionados con los prejuicios culturales de género derivados del machismo, hace un uso reiterado y/o exclusivo del genérico masculino para denominar la totalidad de los temas sociales y culturales y emplea una redacción androcéntrica al considerar solamente la experiencia de los hombres. El hecho de usar las y los no es garantía de lograr un lenguaje inclusivo, pues aun así se pueden trasmitir ideas excluyentes y discriminatorias.

Por mucho tiempo en nuestros libros escolares se han empleado expresiones como «la historia del hombre», «la evolución del hombre», «el progreso del hombre», «la explotación del hombre por el hombre», entre otras, que han invisibilizado la figura femenina en la historia de la humanidad. Se ha entendido que el uso del vocablo «hombre» conlleva a una generalización para referirse a toda la humanidad, pero termina excluyendo la mitad de esa humanidad.

¿El lenguaje inclusivo va más allá del género? ¿Cuáles son sus recomendaciones para entablar un discurso inclusivo?

Ante el uso de un lenguaje androcéntrico y sexista se ha optado por usar un lenguaje inclusivo, de respeto verbal, no discriminatorio. Un lenguaje que no sea excluyente y que permita visibilizar a las mujeres, rompiendo con estereotipos y prejuicios sexistas. Para ello, es necesario modificar el enfoque androcéntrico de las expresiones. Se trata de incluir en las diferentes manifestaciones de la comunicación, en el lenguaje visual, verbal y escrito, un trato igualitario y respetuoso entre mujeres y hombres.

Se recomienda usar lenguaje inclusivo en el lenguaje verbal, escrito y gráfico, en documentos oficiales, invitaciones, convocatorias, informes, medios de comunicación, expresiones gráficas. En el caso del lenguaje escrito y verbal, no siempre es necesario recurrir a los/as, existen expresiones más cómodas que se muestran a continuación:

Para que las expresiones gráficas sean inclusivas se recomiendan los siguientes aspectos:

Ø Considerar que no hay un modelo de mujer, las mujeres son diversas por lo que es importante que se presenten a mujeres y hombres en papeles diferentes a los tradicionales.

Ø No encasillar a mujeres y hombres en situaciones y profesiones tradicionales.

Ø Usar de manera equilibrada el número de imágenes de mujeres y hombres.

Ø Destacar los logros de las mujeres y sus aportes en áreas no tradicionales como las ingenierías, las ciencias exactas.

Ø No usar la imagen de la mujer como objeto para llamar a la asistencia de una actividad, foro, conversatorio académico.

Ø Utilizar imágenes que muestren la diversidad de las personas en cuanto a color de piel, estatura, cultura, formas físicas, entre otras.

Es muy posible que nos representemos el lenguaje inclusivo como algo trabajoso, que exige más esfuerzo a la hora de comunicarnos y que nos hace perder el tiempo. Sin embargo, en la lucha por alcanzar sociedades más justas y equitativas, el lenguaje constituye una herramienta esencial. No es un asunto concluido, pues existen muchas perspectivas y posiciones diversas, muchas de las cuales están muy bien fundamentadas desde posiciones de poder, por eso constituye un asunto polémico. Sin embargo, es importante aprender a comunicarnos de una manera más respetuosa, considerando la diversidad de sujetos que conforman nuestra realidad y dignificando sus vidas.

Algunas herramientas para el uso del lenguaje inclusivo:

UNESCO, Recomendaciones para un uso no sexista del lenguaje, 1999.

CAIB. (2004). Manual de comunicación no sexista.

Manual de Género para Periodistas elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo “Recomendaciones básica para el ejercicio de un periodismo con enfoque de género” (PNUD)

Guía Básica de Lenguaje Inclusivo. Red de Investigadoras en diferenciales de Género en la Educación Superior Iberoamericana de la Universidad de El Salvador.

[1] Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. (2016). Guía de lenguaje inclusivo de género. Chile. Pág. 4.

[2] Lin Bian, Sarah-Jane Leslie, Andrei Cimpian “Gender stereotypes about intellectual ability emerge early and influence children´s interests”. En: Revista Sciences, 26 de enero de 2017.

[3] Caram León, Tania; Tejuca Martínez, Mayra; Fundora Nevot, Geydis; Ávila Vargas Niuva y Díaz Pérez, Danay. (2020). “Esa carrera es de machos…” Condicionantes de género en carreras de la Universidad de La Habana. En: Revista de las Ciencias Sociales, Vol. 7, №7. ISSN 2411–7358. Pp. 335–347.

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