Por la iluminación, la veracidad e influencia certera a la continuidad del proceso revolucionario cubano. Por la fiel lectura al pensamiento interconectado de valor espiritual e independentista martiano y la defensa a los signos identitarios de la cultura cubana, la soberanía y el crecimiento de la República. Hemos querido compartir esta entrevista realizada a los fervientes estudiosos de la obra del Héroe Nacional: Cintio Vitier y Fina García Marruz, en el marco del 110 aniversario de la muerte de José Martí.
Iluminaciones 1: Cintio y Fina, diálogo en vísperas de un aniversario de la muerte de José Martí
Apartamento de la calle Paseo, La Habana, 10 de mayo de 2005
Since I have walk’d with you through shady lanes…
John Keats
¿Quién no conoce ese sendero en sombras, ese continuo hablar, interrumpiéndose el uno al otro amigo, en el gozoso diálogo hasta la puerta de la casa, servida ya la cena? ¿Quién no escucha las nocturnas pisadas en la acera tornarse más opacas al cruzar por la yerba que nos trae al amigo, al bien llegado? ¿A quién, ya tarde, no le cuesta mucho despedirse y murmura generosos deseos, inexplicables dichas, bajos los fríos astros?
Fina García-Marruz. “Visitaciones”
Este diálogo no tuvo ni cuestionario, ni temas predeterminados, salvo la concertación tácita de que nos encontrábamos, como siempre que se visitaba la casa de esta pareja de martianos, a la vera del Apóstol de la Independencia de Cuba. En 9 días se conmemoraría el 110 aniversario de la muerte de José Martí y ese fue el pretexto para la entrevista, pero como siempre la conversación fue adonde quiso, entre tazas de café, ir y venir de sillones y palabras en total libertad para andar los caminos que mejor estimaron.
Cuando escuché por primera vez toda la grabación, supe que iba a ser imposible reproducir el misterio de aquella tarde habanera, con sus cuatro horas mágicas, que harían total resistencia al oficio del periodista. Imposible transcribir el ambiente, el color de la luz entre los libros y las fotografías, el tono de las frases y las pausas silenciosas, el olor que llega de la cocina y el viaje de la mesa del comedor al cuarto-biblioteca de Cintio, y de ahí a la sala. “Escribir es escoger; hablar es dejar correr”, afirmó José de la Luz y Caballero, y me recordaron Fina García-Marruz y Cintio Vitier al concluir “la entrevista”, previniendo otro gran riesgo: seguir literalmente el curso de un pensamiento que puede pecar de reiteraciones e ideas no totalmente acabadas.
Confieso que rearmar la conversación y “escoger” en el río deslumbrante que es un diálogo con Fina y Cintio, ha sido para mí, verdaderamente, una tortura. Entre otras razones porque aún cuando encontrarán las frases que fueron convocadas aquel día, no está toda la ternura que sobre ellas puso Fina, ni su duelo cariñoso —de esgrimista, diría Cintio— para que quede registrado exactamente lo que se quiso decir, ni la humildad del hogar, ni la emoción de escucharlos y verlos leer en voz alta las frases de Martí en libros gastados por el repaso continuo. Y a pesar de todo, ellos dicen tanto y tan intensamente, que es mucho todavía lo que se puede hallar en la copia literal de sus palabras.
Rosa Miriam Elizalde: ¿Qué es la patria, Cintio? ¿Es un concepto tan obvio?
Cintio Vitier: ¿Qué es la patria? Martí dijo aquello que siempre se cita: “Patria es Humanidad”, sí, pero dijo otra cosa: “La patria no es el objeto de unos cuantos tercos…” Eso es muy interesante, porque es casi una defensa de sí mismo. Y dijo también: “La patria es cosa divina”. Me di cuenta de una cosa: la patria no es la nación, no es el Estado, no es el país. La patria es la patria; una obviedad, que no es tal. La patria es algo por lo que un hombre es capaz de morir y también ese algo que está en un pequeño sabor y en un gran combate. Es el dulce de guayaba y la Batalla de Las Guásimas, ¿te das cuenta? La patria es algo mínimo y máximo. No es la naturaleza, exclusivamente. Muchos de los que se han ido de Cuba se llevaron con ellos la patria. Me refiero a los buenos cubanos. No son miserables y fanáticos todos los que se fueron o se los llevaron, muchos de ellos víctimas de errores —como esos niños de la Operación Peter Pan, espanto ocurrido en los primeros años de la Revolución, en el que estuvo involucrada la Iglesia.
Di una conferencia mínima —últimamente estoy escribiendo en el estilo bijirita— que titulé “Fe, Patria y Poesía”. Ahí me pregunto qué cosa es la patria y por qué en muchas regiones del mundo se relacionan las apariciones de la Virgen con la patria. La Virgen de Guadalupe es México; la Virgen del Pilar es España, en particular Zaragoza… Con esta Virgen culmina la rebelión zaragozana, evocada también en El Siglo de las Luces, de Carpentier. Ese libro está lleno de iluminaciones.
En 1916, miles de mambises pidieron a la Santa Sede que considerara a la Caridad del Cobre como la Patrona de Cuba. Muchos de ellos eran masones, o no practicaban ninguna religión en particular, pero creían en la Caridad del Cobre, una imagen de la Virgen que flotaba sobre el mar, en medio de la “furia del elemento”, como cantaba Miguelito Cuní. La encontraron unos pescadores, los tres Juanes de la devoción popular —el negro, el indio y el criollo—, y este hecho es el principio de la primera integración religiosa que se da en América.
Es decir, que de pronto me encontré con el enigma de la patria. Todos sabemos qué cosa es, pero no racionalmente. En el buen sentido de la palabra, es un misterio, una fe. Algo a lo que se llega por una circunstancia misteriosa. Te repito: algo que puede ser al mismo tiempo un sabor y una batalla; una costumbre placentera —un baile— y un sacrificio; un olor y un holocausto… Cuando uno se acerca se da cuenta de que es algo tremendo. Y esa fe, ese misterio, habita en creyentes y ateos por igual. Para mí un ateo que muere por el bien de la humanidad es como un mártir cristiano. No veo la diferencia, francamente.
Rosa Miriam Elizalde: Sé que usted está muy concentrado últimamente en estos temas, particularmente en la pregunta de por qué si tenemos tanto en común los que llevamos la patria dentro, estamos tan separados.
Cintio Vitier: Ha aparecido en este país un sacerdote, el Padre dominico Jesús Espeja, profesor de Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca. Es amigo personal de Frei Betto, de los hermanos Leonardo y Clodovis Boff, de Gustavo Gutiérrez, fundadores de la Teología de la Liberación. Vino a Cuba por unos días y se ha quedado por años, trabajando en la barriada de la Iglesia de Jesús Obrero… Él está propiciando una serie de conferencias y encuentros en San Juan de Letrán, la iglesia donde él reside en Cuba. Él ha llamado estas conferencias “El rumor del alma cubana”, y ha invitado a varios estudiosos marxistas, como el doctor Jorge Luis Acanda, profesor de la Universidad de La Habana. No es nada que se le pueda echar en cara. Es de un catolicismo puro, de gran apertura. A veces se ignora esta raíz de nuestra nacionalidad, en un grado tal que uno se queda asombrado. Yo estoy en esa batallita hace tiempo, y tú lo sabes.
Recientemente, me invitó Eduardo Torres-Cuevas a su taller “Los que pensaron a Cuba”, dedicado al Padre Félix Varela, en el Centro Hispanoamericano de Cultura. Di una conferencia bastante extensa y luego hubo debates, como también los hubo en San Juan de Letrán, donde Alfredo Guevara hizo esa preciosa pregunta: ¿Por qué, si tantas cosas nos acercan, estamos tan separados?
El socialismo está presente en los Evangelios, con independencia de las creencias trascendentes. Ayer el Padre Espeja estuvo a ver a Armando Hart,[1] y parece que fue muy buena la entrevista. Espeja es un hombre de profundas convicciones religiosas y, también, profundamente revolucionario. Hombre de infinita fe. De eso se trata. Y como yo también he tratado de transitar por ese camino, muchas veces bastante solo, hemos sido captados por el Padre Espeja, que tiene una excelente relación de amistad con los marxistas. Él siempre lo dice: “Me gusta más hablar con los ateos que con los creyentes”. Dios quiera que eso se logre entender en todos los ámbitos.
Este ejemplo lo está dando Chávez. Él es creyente. No sé si viste su intervención por la televisión, en diciembre. A su lado había un militar —el Comandante General del Ejército venezolano Raúl Isaías Baduel— con un rosario en la mano; estaba como rezando. Cuando Chávez lo nombró, él se puso de pie con su rosario en la mano.
Chávez y Fidel le hicieron un hermoso homenaje a Martí y a Bolívar. Por ahí está la salvación de América. Sin la menor duda. Chávez ha sido muy calumniado, pero cada vez crece más. Tiene una elocuencia muy de él, muy especial, y una memoria histórica muy fresca y musical. ¡Cómo canta las coplas de Florentino y el Diablo, que el pueblo venezolano tan bien conoce! Versos en que se ve también la pasión por la naturaleza americana. A nosotros nos las cantaba Julián Orbón, cuando llegó de Caracas, después de recibir un premio de un jurado en el que figuró Heitor Villalobos.
Rosa Miriam Elizalde: ¿Es posible superar definitivamente el esquema sectario que separa a revolucionarios y creyentes?
Cintio Vitier: Tenemos que agradecerle a Hart su comprensión en torno a esa relación entre el pensamiento revolucionario de Martí y el mensaje social de la revelación judeo-cristiana, con su radical exigencia de justicia y amor entre los hombres. Tanto Hart, como otros dirigentes revolucionarios, hablan con naturalidad sobre lo que le debemos a la enseñanza de Jesús de Nazaret. Es un tema que me apasiona y me preocupa. No se trata de defender fanatismos de ninguna especie. La Revolución está madura. Si en un principio se justificaba este distanciamiento, porque había mucha confusión, ya hoy no tiene sentido. Metodológicamente hablando, Martí nos ofreció la mejor fórmula posible desde que en plena juventud, durante la sesión sobre materialismo y espiritismo celebrado en el Liceo Hidalgo de México el 5 de abril de 1875, declaró: “Yo vengo a este debate con el espíritu de conciliación que norma todos los actos de mi vida”. Sin mengua de sus convicciones, que se inclinaron hacia la constante interrelación de espíritu y materia, eludía así el interminable debate teórico, buscando siempre una conciliación, no teórica ni filosófica quizás imposible, sino una conciliación para la acción conjunta, para los fines de la vida, que en la dedicatoria de Ismaelillo llamó “el mejoramiento humano, la vida futura y la utilidad de la virtud”.
Si respetamos a Martí en su integralidad, veremos no sólo el mandato de un antimperialismo radical y de una toma de partido por “los pobres de la tierra” que tanto nos compromete, sino también el puente ideal para que, más allá de polémicas divisionistas, podamos unirnos “todos los hombres de buena voluntad” (a los que él convocó al fundar el Partido Revolucionario Cubano) en la búsqueda y realización común de la justicia, el amor y la belleza.
Él nos decía: “Quien ni a Homero, ni a Esquilo, ni a la Biblia leyó ni leyó a Shakespeare, que es hombre no piense, ni que ha visto todo el sol, ni ha sentido desplegarse en su espalda toda el ala”. El legado griego, el mensaje juedeocristiano, el umbral renacentista de la modernidad, están en esas raíces culturales del humanismo integrador martiano.
Creo que lo más importante es la superación de esquemas sectarios que durante décadas retardaron la apertura a una visión y revisión desprejuiciada del fenómeno religioso en nuestra sociedad. Por otra parte, la institución religiosa de mayor peso histórico en nuestro país, la Iglesia Católica, no ha sido ajena a la trampa de los encastillamientos.
Se cometieron injusticias basadas en dos equivocaciones: la primera, creer que la religiosidad era incompatible con la Revolución. Doy testimonio de eso porque soy católico, lo que me costó algunas indiferencias y, como se diría, algunos rasguños en ese tiempo, como a otros compañeros de la misma fe.
La otra equivocación fue la persecución de los homosexuales. Yo quisiera que alguien me explicara: ¿qué relación tiene la homosexualidad con el marxismo? Que yo sepa Marx nunca se pronunció en ese tema. Eliseo Diego, que tenía mucho sentido del humor, me decía que se estaba fabricando una especie de marxismo victoriano, de la época del puritanismo inglés, que tanto le costó al pobre Oscar Wilde, quien siendo homosexual, recibió los elogios de José Martí. Eso fue un descomunal error. Sin embargo se ha superado totalmente. Pienso que esa es la mayor fuerza de la Revolución: su capacidad de rectificación.
Rosa Miriam Elizalde: Hemos hablado alguna vez de esto, pero me gustaría que lo comente. ¿Siente que ha ayudado en este camino Fidel y la Religión, el libro de Frei Betto?
Cintio Vitier: Estoy convencido de que ese libro fue un gran esfuerzo para allanar la conciliación. La cultura religiosa no es asunto exclusivo de las Iglesias, como la cultura política no es asunto exclusivo de los Partidos. Le escuché a Fidel más de una vez: “El que traiciona al pobre, traiciona a Cristo”. También dijo algo muy importante y sencillo, como son todas las grandes verdades: “Algo me enseñaron los jesuitas: la diferencia entre el bien y el mal”. Imagínate tú.
La Cultura con mayúscula es una y pertenece toda al pueblo. Ni la filosofía, ni las artes, ni la economía, ni la política pueden entenderse cabalmente sin el conocimiento del contenido y la historia de las religiones. Ninguna ignorancia es buena. No hablamos de proselitismo sino de información objetiva, aunque cierta inevitable atracción hacia las propias convicciones, siempre que no atenten contra la unidad del pueblo, es un derecho de conciencia.
Si decimos que somos hijos del Padre Varela, de José de la Luz y de Martí, tanto como de Céspedes, Gómez y Maceo, demos el lugar que ellos ganaron a sus convicciones para nuestra cultura nacional, incluyendo la masonería revolucionaria tan bien estudiada por el profesor Eduardo Torres-Cuevas a propósito de Maceo, y desde luego las religiones que hoy llamamos religiones cubanas de origen africano, que en tiempos de Martí aún no se habían estudiado a fondo.
Rosa Miriam Elizalde: Cintio no conozco a nadie que como usted y Fina puedan recordar frases de un pensamiento tan complejo como el de Martí, ¿cómo lo logran?
Cintio Vitier: Siempre estoy releyéndolo y yo pido a los cubanos que no lean a Martí convertido en consignas, en cintillos, en frases sueltas. Tenemos que hacerlo esperando sorpresas, que siempre están ahí… Ahora releo —un poco vanidosamente— algunas obras que escribí. Acaba de salir el tomo seis de mis Obras —que yo llamo “incompletas”, porque ¿cómo van a estar completas las obras de alguien incompleto, por favor? Contiene los dos primeros tomitos de mis Temas Martianos, que fueron el resultado de nuestros quince años de trabajo —de Fina y mío— en la Sala Martí de la Biblioteca Nacional, antecedente del Centro de Estudios Martianos (CEM). La Sala fue una iniciativa de Manuel Pedro González, quien propuso su creación en 1967, durante un congreso en Varadero dedicado al centenario de Rubén Darío. A Manuel Pedro le hicimos recientemente, más que un homenaje, un desagravio. Fue injustamente tratado y llegaron a hacerle acusaciones inverosímiles.
Por iniciativa de Fidel —con Armando Hart entonces como Ministro de Cultura—, en 1976 se creó el Centro de Estudios Martianos y nos pidieron a nosotros, después de un eclipse de varios años, que fuéramos los directores de la Edición Crítica, la cual pasó luego a manos de ese muchacho magnífico, Pedro Pablo Rodríguez. Esa es, a mi juicio, la principal labor que está haciendo el Centro hoy.
Por supuesto, este análisis de la religiosidad martiana es uno de los que se debaten en el CEM. Si vamos a hablar de cultura general integral, hay que tomar como paradigma, como guía, la cultura de José Martí y en esta tiene un lugar preponderante la cultura religiosa. No sólo aquella que viene de la religión católica, sino que admiró también las grandes figuras de la Iglesia protestante en Estados Unidos. Es el caso de Ralph Waldo Emerson, Bronson Alcott, Henry David Thoreau…; todos ellos fueron muy admirados por Martí. Como lo fue Santo Tomás de Aquino, a quien llamó “el osado Tomás” porque asumió simultáneamente la Razón y la Fe, cosa que vino a Cuba con el Padre Félix Varela.
El Padre Varela no inventó esa conciliación. Eso venía desde la Edad Media, y estoy defendiendo la Edad Media, para salvar, como decía Federico Engels, la “concatenación histórica”. Si no se entiende la Edad Media, no se entiende la historia. ¿Puede llamársele oscura a ella sola? ¿Cuándo ha habido más oscurantismo y más horror en el mundo que en esta época?
Fina García-Marruz: En Carpentier, El Siglo de las Luces es un título más bien irónico, como el de su novela El recurso del método…
Cintio Vitier: Fíjate cómo Alejo Carpentier le pasó la cuenta a la Ilustración y al Siglo de las Luces, que trajo a América la guillotina para los esclavos. De ese aspecto de la gran obra de Alejo no se habla mucho tampoco. No se habla de figuras extraordinarias que se dieron durante todos esos siglos. No se habla de la reflexión de Martí, cuando distingue “los cinco siglos puros del cristianismo”. ¿Qué ideología, qué movimiento, qué religión ha tenido cinco siglos puros? Fueron siglos de persecución, desde el martirio de San Esteban hasta el Edicto de Milán, proclamado por el emperador Constantino, en que el cristianismo se convirtió en religión oficial del Imperio, alianza siempre peligrosa… Antes, acabaron con los mártires y con todo lo que pudieron acabar.
Rosa Miriam Elizalde: Me leí de niña “Hombre de campo” y me sorprendió mucho. Muchos lo interpretaron como una muestra del “ateísmo” martiano.
Cintio Vitier: “Hombre de campo” no es un texto de Martí antirreligioso, sino contra el sacerdote indigno, crítica que pueden apoyar los cristianos. En Martí el elogio de Cristo es absoluto. Y “Hombre de campo” termina, lo que se recuerda menos, “¡Hay otro Dios!”
Fina García-Marruz: De Cristo dijo: “el hombre de más idealidad del Universo”. Reiteradamente manifestó su creencia en un Dios creador, en la agonía de las “fuerzas sin empleo” que es el centro de los Versos libres, donde se llamó “Cristo roto” y “Cristo sin cruz”. Disfrutó deleites de contemplativo en la que llamara “la tarde de Emerson”, a cuyos pies depositó “la espada de plata”. Después de este homenaje, desde luego, Martí empuñaría esa espada, que era la de los hijos de Bolívar, la de los héroes de “los claustros de mármol”. En su carta testamento literario sentenciaría: “En la cruz murió el hombre un día: pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días”, y en su última arenga a la tropa mambisa exclamó: “Por Cuba me dejo clavar en una cruz”. Y por otra parte, como dice Cintio, Martí no desdeñó las religiones prehispánicas. Recuérdese su boceto de la estatua de Chac-Mool; acerca de él intentó escribir una obra dramática…
Cintio Vitier: No hay modo de presentar una imagen real de la concepción de la cultura que tuvo José Martí sin incluir la dimensión religiosa. Se trata de la religiosidad en general, del cristianismo, del budismo, del hinduismo, de la mitología en las religiones prehispánicas, de las cuales los cubanos no sabemos nada. ¿Qué cultura integral puede haber si no conocemos los orígenes de nuestra América? Los indios en Cuba desaparecieron, tuvieron una escasa presencia histórica, pero ahí está esa gran herencia de la cultura de los aztecas, los tamanacos, incas, nahuas…
Rosa Miriam Elizalde: Hasta el Gran Semí.
Cintio Vitier: Eso fue muy importante en la formación de Martí y está muy relacionado con su viaje a Caracas en enero de 1881. Cuando llega allí, conoce a Arístides Rojas[2] —que apenas se habla de él, y ello me asombra. Él fue la fuente venezolana de José Martí en asuntos de religiosidad prehispánica. Gracias a los estudios científicos de Rojas, se encariñó mucho con los tamanacos, de donde proviene la imagen martiana del Gran Semí, descrito en el Génesis de los tamanacos. Según estas tradiciones, por consejo o inspiración del Padre Amalivaca y su mujer, que fueron los únicos sobrevivientes de un diluvio —y este al parecer existió realmente, porque todas las culturas lo testimonian—, se logró salvar al género humano. Esta pareja salió del diluvio lanzando a sus espaldas semillas de la palma moriche —la palma venezolana— y por cada semilla, nació una pareja, padres de quienes hoy pueblan la Tierra. Fíjate que según esta tradición nacieron el hombre y la mujer juntos. Eso a Martí le encantó, y habló de ello. Muchas de las imágenes del ensayo Nuestra América están tomadas de las mitologías prehispánicas. Cuando Martí se refiere al “aldeano vanidoso” que vive “sin saber (…) de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos”, se hace eco de las asociaciones indígenas indicadas por Rojas en sus estudios sobre las lenguas americanas. El mito de Amalivaca fue utilizado admirablemente por Martí para cerrar ese ensayo. Allí introduce el emblemático cóndor, sobre cuyo lomo va sentado el Gran Semí que regó “la semilla de la América nueva”. Si no se conoce esto, ¿cómo se puede entender este pasaje?:
Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, que regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!
Los cubanos tenemos que conocer de dónde provienen asociaciones como estas, permanentes en la obra martiana, porque de lo contrario no podríamos entender las raíces de Venezuela, Chile, Bolivia, Perú… Conociéndolas, la amistad con esos países podría ser mucho más profunda de lo que es. Martí conoció y supo todo lo que se podía saber de aquellas culturas en su época. Se identificó con los nahuas, diferentes a los aztecas, que eran imperiales —imperialistas, diríamos hoy.
Fina García-Marruz: No se puede desconocer tampoco sus páginas sobre el Popol Vuh, el libro de los quichés de Guatemala…
Cintio Vitier: No se trata sólo del conocimiento y las influencias del cristianismo. Él partía de un hecho que consideraba esencial: la religión no la habían inventado los hombres; según él, era natural, innata, estaba en el ser humano por esencia.
Fina García-Marruz: Habló que era un sentimiento, un conocimiento íntimo —no una idea—, que estaba en todos los hombres. El sentimiento de un Gran Ser Creador lo han tenido todos los hombres y todos los pueblos, dijo, aunque lo hayan llamado con nombres distintos: Alá, Yahvé, Zeus, Dios…
Cintio Vitier: Vamos al texto de Martí, para que no parezca que estamos falseando nada. Verás que él no defiende a una Iglesia en particular, sino a los Evangelios. La nota no tiene fecha. Está en el Tomo 19, de las Obras Completas, en las páginas 391-392:
Hay en el hombre un conocimiento íntimo, vago, pero constante e imponente, de UN GRAN SER CREADOR: este conocimiento es el sentimiento religioso, y su forma, su expresión, la manera con que cada agrupación de hombres concibe este Dios y lo adora, es lo que se llama religión. Por eso, en lo antiguo, hubo tantas religiones como pueblos originales hubo; pero ni un solo pueblo dejó de sentir a Dios y tributarle culto. La religión está, pues, en la esencia de nuestra naturaleza. Aunque las formas varíen, el gran sentimiento de amor, de firme creencia y de respeto, es siempre el mismo. Dios existe y se le adora.
Este es un credo. No es un credo católico, sino cristiano, puramente cristiano, como él lo dijo de sí mismo cuando salió del Presidio Político: “Pura y simplemente cristiano”.
Fina García-Marruz: Eso explica “Hombre de campo”. Él no podía ser católico, porque la Iglesia estaba entonces aliada a la Colonia…
Cintio Vitier: “Mi sangre por la sangre de los demás”, eso es el cristianismo para Martí. El sacrificio como redención, como lo concebía él, es puro cristianismo. En Martí es imposible separar al creyente libre del dirigente revolucionario. Ambos están imbricados en una fe a la vez histórica y trascendente. “Por lo invisible de la vida corren magníficas leyes”: basta evocar esa frase de su discurso “Los pinos nuevos” para intuir ese enlace que siempre, tácita o explícitamente, establece entre la historia humana, lo que llamó “la justicia de la Naturaleza” y la armonía cósmica final, asuntos centrales del compendio de sabiduría a que llegó en sus Versos sencillos, únicamente superado por el testimonio final de su Diario de campaña, donde historia, naturaleza y espíritu se funden en un paradigma humano.
Fina García-Marruz: La religión natural está también en un artículo sobre José de la Luz y Caballero, cuando dice que Luz ha creado “entre los hijos más puros de Cuba”, “una religión nueva y bella”, donde se aliaban la razón y la necesidad de lo maravilloso que tiene también el hombre.
Cintio Vitier: Martí admiró enormemente a Luz, que fue un hombre muy religioso. Ni siquiera de su maestro Mendive, que fue su verdadero padre en los años difíciles de la adolescencia, habló Martí con tanto fervor como de José de la Luz, “el silencioso fundador”, “el padre amoroso del alma cubana”. Ahora mira lo que dice Martí, a continuación, en esa página del Tomo 19:
Entre las numerosas religiones, la de Cristo ha ocupado más tiempo que otra alguna los pueblos y los siglos: esto se explica por la pureza de su doctrina moral, por el desprendimiento de sus evangelistas de los cinco primeros siglos, por la entereza de sus mártires, por la extraordinaria superioridad del hombre celestial que la fundó.
Fina García-Marruz: En uno de sus primeros Cuadernos de Apuntes es verdad que dice “El cristianismo ha muerto a manos del catolicismo”, pero en su poema dedicado al Cristo Muerto, escrito en México, en marzo de 1875, también habla de un Génesis nuevo, en él inspirado, y exclama:
Si el Génesis muriera,
Si todo se acabara,
El llanto de una madre vivo fuera,
Y porque el hijo por quien llora viera,
La nada con el hijo fecundara![3]
Es decir, habla de un nuevo Génesis, de un Dios encarnado en el sufrimiento humano. En El Presidio Político en Cuba, ese Dios está encarnado en Lino Figueredo, en Nicolás del Castillo, en Delgado, el joven que se suicida… Desde la experiencia atroz del Presidio Político, Martí fue capaz de vencer el odio, de sentir piedad por sus flageladores y de intuir en aquella pobre gente brutalmente torturada, la identificación de Cristo con los más desvalidos. Es lo de “El verbo se hizo carne”, del Evangelio de San Juan.
Es el Dios encarnado, la segunda persona de la Trinidad, aunque no lo llame así. Eso es “San Mateo 25”; es la Teología de la Liberación; es el Padre José Agustín Caballero. Mucho antes de Gutiérrez y de todos los demás teólogos de la Liberación, el Padre Caballero habló en Cuba de la trascendencia del capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, donde dice Jesús: “Cuanto hicisteis a unos de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Él acude a San Mateo en un artículo donde abogó por la supresión de los castigos a los esclavos, especialmente los que trabajaban en los ingenios.
Cintio Vitier: Lo escribió en el Papel Periódico de la Havana, en mayo de 1791. ¡En el siglo xviii!
Fina García-Marruz: Es un artículo que el Padre dedica a “mis predilectos paisanos”, y no sin ironía, que nos recuerda lo de Cristo: “Hay que ser mansos como las palomas, pero astutos como las serpientes”. Porque se ha dicho que sus “predilectos paisanos” eran los dueños de esclavos, y es verdad. Contaba con la previsible ignorancia de los esclavistas, pero Cristo había dicho: “No vine para los justos, vine para los pecadores”. Los pecadores en el lenguaje cristiano son los “predilectos de Dios”. No porque sean mejores, que desde luego no lo son, sino porque son los que necesitan “redimirse”, “convertirse”, “cambiar”… Cuando los llama “mis predilectos paisanos”, “nobilísimos cosecheros de azúcar”, “señores amos de ingenios”… Eso está lleno de ironía, de piedad, de astucia evangélica, un tono que se encuentra también en la obra del Padre Félix Varela.
Cintio Vitier: Nosotros encontramos ese texto del Padre Caballero cuando trabajábamos en la Biblioteca Nacional, y ¿sabes lo que nos pareció entonces?: un anuncio del comunismo.
Continúo con el texto de Martí:
Pero la razón primera —de que sea la religión más extendida— está en la sencillez de su predicación que tanto contrastaba con las indignas argucias, nimios dioses y pueriles argumentos con que se entretenía la razón pagana de aquel tiempo, y a más de esto, en la pura severidad de su moral tan olvidada ya y tan necesaria para contener los indignos desenfrenos a que se habían entregado las pasiones en Roma y sus dominios.
Pura, desinteresada, perseguida, martirizada, poética y sencilla, la religión del Nazareno sedujo a todos los hombres honrados, airados del vicio ajeno y ansiosos de aires de virtud; y sedujo a las mujeres, dispuestas siempre a lo maravilloso, a lo tierno y a lo bello. Las exageraciones cometidas cuando la religión cristiana, que como todas las religiones, se ha desfigurado por sus malos sectarios; la opresión de la inteligencia ejercida en nombre del que predicaba precisamente el derecho natural a la inteligencia a libertarse de tanto error y combatirlo, y los olvidos de la caridad cristiana a que, para afirmar un poder que han comprometido, se han abandonado los hijos extraviados del gran Cristo, no deben inculparse a la religión de Jesús, toda grandeza, pureza y verdad de amor. El fundador de la familia no es responsable de los delitos que cometen los hijos de sus hijos.
Cintio Vitier: Y sigue Martí: “Todo pueblo necesita ser religioso”. No se trata de que porque José Martí lo haya dicho, sea obligatorio creerlo. Su enseñanza principal fue la de “pensar por sí”. Considerar la educación como una imposición, como un látigo, es una aberración. Lo que importa es saber que Martí lo dijo. Continúa diciendo y ya termina:
Todo pueblo necesita ser religioso. No sólo lo es esencialmente, sino que por su propia utilidad debe serlo. Es innata la reflexión del espíritu en un ser superior; aunque no hubiera ninguna religión todo hombre sería capaz de inventar una, porque todo hombre la siente. Es útil concebir un GRAN SER ALTO; porque así procuramos llegar, por natural ambición, a su perfección, y para los pueblos es imprescindible afirmar la creencia natural en los premios y castigos y en la existencia de otra vida, porque esto sirve de estímulo a nuestras buenas obras, y de freno a las malas. La moral es la base de una buena religión. La religión es la forma de la creencia natural en Dios y la tendencia natural a investigarlo y reverenciarlo. El ser religioso está entrañado en el ser humano. Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que la justicia celeste la garantice.
Fina García-Marruz: Para él, entonces, la religiosidad no es algo que está en la superestructura, sino en la “esencia” misma del ser humano.
Cintio Vitier: Aquí asoma, desde luego, el político. Habla de la “conveniencia” social de semejante creencia y advierte también los peligros del fanatismo. Cualquier ideología, cualquier creencia se puede convertir en fanatismo.
Rosa Miram Elizalde: En un dogma…
Fina García-Marruz: No, en dogmatismo, que no es lo mismo que el dogma. Hay una diferencia entre uno y otra. Martí tenía un sentido muy preciso de las palabras, gracias al conocimiento de su etimología, de su raíz. Sabe muy bien cuando escribe que las palabras tienen una historia. Por ejemplo, él decía: “Las crudelezas del fuero juzgo”. Pensé que era un neologismo, que hay cientos en Martí. Sin embargo, él utilizó esta palabra con su sentido primigenio: la crudeleza era como se le llamaba a la crueldad en el fuero juzgo. Cuando busqué la palabra en el diccionario, ese era su significado exacto. Si se busca allí la palabra “dogma” en el Diccionario de la Real Academia Española, se descubrirá que no tiene un sentido peyorativo: se refiere al fundamento de una doctrina religiosa o filosófica; ese algo las constituye; son sus principios. Sí tienen un sentido peyorativo —incluso son opuestas al dogma— las palabras dogmático y dogmáticamente. Martí va la raíz de la palabra y por eso nos dice: “el dogma de la Patria”, “el dogma del Hombre”… Y no nos habla de cosas impuestas, sino de esencias. En sus textos hay un uso correctísimo del idioma. Cuando usa estas expresiones, se refiere siempre al dogma como “fundamento”, como “principio”, como algo que nos constituye.
Cintio Vitier: En los años 70 asistimos a un encuentro en Casa de las Américas, a propósito de la primera visita a Cuba de nuestro gran amigo Ernesto Cardenal, quien también es un ferviente defensor de la Revolución cristiana, con Fidel y con Chávez y con todo lo bueno de este mundo. De pronto se genera un debate sobre las creencias religiosas, en un momento en que eso no era bien visto. En el público, estaba sentado un amigo nuestro, que padece cierta discapacidad mental. De pronto, él comenzó a insistir para que le dieran la palabra… ¿Y sabes lo que dijo, con palabras entrecortadas?: “Yo soy marxista leninista y entiendo que Dios no creó al hombre”… el público asintió, tranquilizado. Pero de pronto dijo: “Pe, pe, pero el hombre sí creó la idea de Dios… por, por, por eso mismo, hay que respetarla”. Precioso. ¡Qué locura tan lúcida!
Fina García-Marruz: Martí distingue entre la religión innata y las religiones creadas por el hombre; entre la religión adquirida y aquella que llamó “innata”.
Cintio Vitier: Pero esa otra, la inventada, como decía nuestro amigo, también hay que respetarla.
Fina García-Marruz: Es esencialmente lo que dijo este amigo nuestro, y lo único recordable de aquel debate. Días después vino por la casa, y cuando ya se iba, le pregunté: “¿Tú, por fin, eres ateo o creyente?” Me respondió: “Yo-yo-yo no-no-no soy creyente, pe-pe-pero tampoco soy ateo”. Yo estaba a su lado en la puerta y le dije: “Espérate, entra. ¿Cómo es eso?” Respondió admirablemente: “Porque Di-Dios está ma-más allá de de que yo-yo-yo crea o yo-yo no crea”. Se lo comenté a José Coronel Urtecho y me dijo: “Un teólogo no te dice nada más profundo”.
Cintio Vitier: Es verdad lo que dice nuestro buen amigo. Él está más allá de todo.
Rosa Miriam Elizalde: Vi que sale otra edición de sus Iluminaciones.
Cintio Vitier: Se acaba de publicar la sexta edición de las Iluminaciones, la traducción que hice de este libro de Arthur Rimbaud que él escribió entre 1873 y 1875. Lo traduje, por supuesto, con la ayuda del Espíritu Santo… Nadie sabe francés lo suficiente para traducir a Rimbaud. Fue este un atrevimiento mío enorme. Este es el libro más importante que he publicado en mi vida.
Rosa Miram Elizalde: ¿Cómo puede decir semejante cosa?
Cintio Vitier: Ah, sí. Rimbaud es un genio de la poesía mundial de todos los tiempos. Tú sabes que comenzó a escribir a los diez años y a los diecisiete ya era el poeta sumamente original que conocemos… Se fue para África. Se despidió definitivamente de Europa para vivir como un mercader. Esta traducción la hice en 1951 y tuve el honor de tener como oyentes a Luis Cernuda y otros grandes poetas, aparte de Lezama, que siempre iba a mis “conferencitas” de la época, y yo a las de él, desde luego. Nos encontrábamos en el Lyceum Femenino de La Habana —donde está ahora la Casa de la Cultura del Vedado. Ese lugar fue muy importante, al igual que la Institución Hispanocubana de Cultura, que dirigía don Fernando Ortiz, quien invitó a Cuba a los exiliados españoles en los años terribles de la Guerra Civil. Gracias a él, conocimos a Juan Ramón Jiménez… Descubrimos a Machado, a Miguel Hernández, a la Generación del 27… Nosotros —el Grupo Orígenes— llegamos a la izquierda por la poesía. Todos los buenos poetas eran, o comunistas —como Vallejo y Neruda—, o izquierdistas.
Rosa Miram Elizalde: Sin embargo, hoy parece estar de moda la derecha, en la poesía y en todo lo demás…
Cintio Vitier: Pero la poesía no se deja engañar.
Rosa Miram Elizalde: ¿Por qué dice usted siempre que Revolución y Poesía siempre van juntas?
Cintio Vitier: En su última carta, dirigida a su amigo Manuel Mercado, aparece una frase que se cita mucho: “Mi honda es la de David”. ¿Quién es David? El que se enfrenta con el gigante Goliat, en un duelo personal. Un gigante super armado, así aparece en un capítulo del Libro de Samuel, que es donde se habla de esta historia. David, además, era poeta. Poeta y guerrero, como Martí. ¿Tú conoces otro caso igual? ¿De esa magnitud en las dos líneas? ¿Ambas fundidas? No, claro que no. ¿Sabes lo que creo? Que nos pasamos la vida discutiendo si esto es poesía pura y lo otro es poesía social, pero de algo sí estoy muy seguro: la poesía y la historia revolucionaria son indisolubles, cualesquiera que sean las apariencias de una y otra. En mi juventud se contraponían, por ejemplo, Nicolás Guillén y José Lezama Lima. Ambos supieron, finalmente, que esa contraposición era absurda.
Rolando Rodríguez —yo creo que no es investigador, sino detective— ha hecho un descubrimiento insólito: cuando mataron a Martí en Dos Ríos y revisaron en su bolsillito, traía entre sus papeles un poema de Stéphane Mallarmé. Como sabes, Mallarmé es un poeta “puro”, tachado de evasivo, un poeta de la invención de las palabras, que nada tenía que ver con política ni con Revolución y, sin embargo, estaba allí acompañando en su muerte a José Martí.
Nuestro Apóstol estaba traduciendo “La chair est triste, hélas’, et j’ai lu tous les libres”. Es el primer verso de su “Brisa marina” y dice: “La carne es triste ¡ay! y todo lo he leído”. Desolado poema, que sin embargo, termina con un verso exultante: “Mais, ȏ mon coeur, entends le chant des matelots!” “Mas oye, oh corazón, cantar los marineros!” Parece, de pronto, la despedida que pudo escribir Arthur Rimbaud al abandonar Europa.
A Martí, evidentemente, le gustó ese verso y lo llevaba con él en el momento más intenso, más incandescente de su sensibilidad revolucionaria, cuando ya había escrito su carta a Manuel Mercado y estaba a las puertas de la muerte. Mallarmé se nos revela, gracias a ese papel, como uno de los amigos de José Martí. Te digo esto y podría añadir que Antonio Maceo, mientras descansaba entre una batalla y otra o se tomaba un reposo en sus largos recorridos por la Isla durante toda la campaña invasora, leía a Gustavo Adolfo Bécquer; las Rimas, de Bécquer. ¿Pero te imaginas cómo recibí esa noticia del más hermético y exquisito de los poetas franceses en plena manigua cubana?
¿Qué quiere decir todo esto? Que todos los poetas forman una sola familia, que todos, en cuanto tales, son o llegan a ser revolucionarios. La poesía siempre es pura, y siempre es social. Y siempre es revolucionaria, aunque la ideología del poeta no lo sea. Ese es mi último disparate. ¿Está claro?
Fina muestra un libro con fotografías de la extraordinaria pensadora María Zambrano, editado por la Residencia de Estudiantes, de Madrid. Palpa cada foto, en particular una de la escritora niña, con bata bordada, sombrero y cuidados bucles. Fina acaricia el cabello de la pequeña y su dedo parece traspasar la imagen en el papel. La niña sonríe. En otra página, la española aparece de perfil, muy reconcentrada…
Cintio Vitier: Narizona y linda que era.
Fina García-Marruz: Preciosa y lúcida mujer…
Cintio Vitier: Toda inteligencia. Yo creo que es la mujer más inteligente que ha tenido España en toda su historia. Ella fue nuestra maestra. Lo que recibimos en aquellas conferencias y seminarios suyos, fue siempre más, como he escrito por ahí. Ella nos enseñó que toda historia no ética es historia apócrifa. Entre todas las crisis contemporáneas lo que más está en crisis en el mundo del nuevo siglo es la eticidad, tanto individual como colectiva. Sin ella el hombre no tiene futuro.
Hablábamos de nuestra formación de izquierda. Nos hemos dado cuenta a estas edades —y cada vez se me hace más evidente— lo importante que fue para todos nosotros la Guerra Civil Española. Decidió nuestro camino en la vida. El único lenguaje que nos imantaba era la poesía: los poetas hispanoamericanos, pero sobre todo los españoles. Aquel fue un momento de oro y de martirio de los poetas de España. Martí fue el profeta, fallido por cierto, de la República Española, cuando habló en el Manifiesto de Montecristi, de la “República moral”. Eso era lo que querían en España y no lo que hay ahora, aun cuando parece que ha mejorado con Rodríguez Zapatero.
Rosa Miram Elizalde: María y los poetas de aquella espléndida generación padecieron el fascismo, en la versión franquista.
Cintio Vitier: Mira el caso de María. Nos contaba que cuando ella iba saliendo de España en un carro con su hermana Araceli, vio en el camino a don Antonio Machado que se dirigía a pie hacia la frontera. Él iba casi inválido…
Fina García-Marruz: Sostenido por su madre.
Cintio Vitier: María lo invitó a que subiera al carro. Ante la negativa de Machado, María Zambrano bajó del coche y llegó andando a la frontera con el poeta. María fue a México, mientras, su madre y Araceli se quedaron en Francia, donde les esperaba el calvario a que los franceses someterían a Araceli, tras la prisión en París de su compañero, Manuel Núñez. Estuvo preso dos años en un campo de concentración y finalmente fue extraditado y fusilado en Madrid. Los franceses se portaron muy mal. ¿Tú sabes lo que es tener a un hombre con la esperanza diaria de sobrevivir, pensando en su mujer —con la que estaba recién casado—, y enviarlo así a la muerte? María estaba destrozada cuando llegó a Cuba para impartir sus conferencias, después de haber pasado por México.
Rosa Miram Elizalde: De la fuga de Europa María Zambrano dijo: “Era como sentirse en vías de nacer a través de aquella agonía inédita”.
Fina García-Marruz: Y su hermana, imagínate lo que sufrió. Por eso María, a quien no le vimos nunca un gato cuando la visitábamos a su casa, terminó cuidando, compadecida por todo el sufrimiento de su hermana, los muchos gatos que al morir dejó Araceli en su casa. Araceli era una mujer muy vital, maravillosa, muy distinta a María, pero trataba de aliviar en algo aquella tragedia con su pasión por los gatos. Se rehízo, porque no era una mujer de estar rumiando mucho… No… Fueron expulsadas de Roma, tras la denuncia de los muchos gatos que tenían en su apartamento. Los animalitos iban con ellas a todas partes. Dicen que en la tumba de María se aparecen los gatos. Una cosa rarísima.
Cintio Vitier: Su tumba en Vélez-Málaga, es preciosa. Da ganas de vivir en ella.
Fina García-Marruz: Tiene grabadas esas preciosas palabras del Cantar de los Cantares que ella escogió para la tumba de su hermana: “Levántate, amiga mía, hermana mía y ven. Ya el invierno ha pasado…”
Cintio Vitier: Fina, hay una foto de María muy hermosa con uno de sus gatos… Esta historia de la tumba nos la contó Adolfo Castañón, un notable escritor mexicano que conocimos cuando me dieron el Premio Juan Rulfo en Guadalajara. Él había entrevistado a María en México y tuvo amistad con ella. Dio testimonio de que sí, que efectivamente la historia de las tumbas de las dos hermanas, llenas de gatos, era real.
Fina García-Marruz: Fíjate qué bella mujer… Y su hermana: ¡qué esbelta! Aquí está con su madre… Mírala de niña, chica, era un ángel… Un ángel… No, aquí María ya era anciana, que no fue la que nosotros conocimos. Este retrato de María, no debieron haberlo sacado. No tiene que ver con los años, sino con esta cámara así, encima de ella, desfigurando su rostro. Hay cosas que a una mujer no le gustan. Y ella era muy coqueta. Nuestra María es la de El pensamiento vivo de Séneca (1944), el rostro que aparece en esa primera edición, mujer de una belleza pensativa, de mirada tan llena de inquietud, a veces sobrecogida por el dolor del exilio.
Cintio Vitier: Recuerdo lo que publicó en la edición crítica de Paradiso, en el liminar que escribió a petición mía, poco antes de ir yo a Roma a presentar esta novela de Lezama. Dice allí que tuvo parte anónima y decisivamente en la fundación de Orígenes. A propósito de mi antología Diez poetas cubanos, había publicado en nuestra revista, en 1948, aquel artículo increíble que tituló “La Cuba secreta”…
Rosa Miram Elizalde: “En medio de la vida de Cuba tan despierta, Cuba secreta aún yace en su silencio. Y así, nada es de extrañar que este grupo de poetas cubanos hayan llevado y prosigan una vida secreta y silenciosa”, dice María en ese ensayo…
Cintio Vitier: Sí, entre esas cosas maravillosas que dijo, afirmó también que en Cuba había encontrado su “patria prenatal”, que era para ella “la poesía viviente, el fundamento poético de la vida, el secreto de nuestro ser terrenal”. ¿Cómo es posible una patria antes de nacer? Y dijo, también, que la poesía de Orígenes era la de un país próximo a entrar en la Historia.
Rosa Miriam Elizalde: Ella fue la Maestra, pero el Maestro, háblame de él.
Cintio Vitier: Tienes razón, no hemos hablado de mi maestro: mi padre, Medardo Vitier. Fue un martiano cabal, que en 1911, diez años antes de mi nacimiento, fue premiado por el primer libro sobre el Apóstol de Cuba. Para mí su lectura y estudio ha sido la formación sustancial de mi vida. La casa en que me crié en Matanzas era una escuela, con la biblioteca personal de un maestro de la cultura cubana. Oí las mejores conferencias de mi vida siendo un niño. Lo escuche a él, y a Jorge Mañach, que fue un martiano indudable y escribió la mejor biografía que existe de Martí.
Cuando yo empecé a tocar el violín —y lo hacía bastante bien—, fui a amenizar una conferencia de Mañach, con una amiga, arpista, cuyo nombre se me escapa en este momento. Fue un 28 de enero, en La Progresiva, de Cárdenas. Yo tendría unos quince años. (Permíteme esta digresión: la música no es una sorpresa inesperada en nuestra familia. La madre de Fina era una pianista muy buena, y yo hacía dúo con ella. También toqué con Julián Orbón. Estudié mucho ese instrumento y quería ser un gran violinista, pero no me acompañaban las manos).
Rosa Miram Elizalde: ¿Cuál es su memoria más lejana, su primer recuerdo de Martí?
Cintio Vitier: Como tantos niños, lo primero fue La Edad de Oro. Comencé a leer con este libro. Mi casa era una escuelita. Mi padre era el director y mi madre, maestra normalista.
Rosa Miram Elizalde: ¿Qué encontró de particular en ese primer libro?
Cintio Vitier: La música. No sonaba como el periódico, ni como un libro de texto. Era otra cosa. El niño que yo era, como cualquier otro, no podía entender la mayor parte de las ideas, pero sí sentía algo muy especial cuando repetía las palabras. La música ya era entonces una pasión en mi vida, y lo sigue siendo. Es extraordinaria esa frase de Martí, cuando escuchó en México al violinista José White —Joseíto, le decían—: “La música es el hombre escapando de sí mismo”. ¿Sabes qué es lo más importante que ha pasado en mi vida? Mis hijos músicos.
Rosa Miram Elizalde: Pero, ¿cuándo usted descubrió que Martí lo acompañaría para siempre?
Cintio Vitier: Un poco tardíamente: cuando conocí a Fina. Ella era una martiana más consciente que yo. Escribió uno de los trabajos más importantes que conozco sobre Martí, en 1951, en la revista Lyceum. A mí me deslumbró ese texto y me di cuenta de que ahí estaba nuestro destino común. Antes de eso yo no había escrito nada sobre él. Sólo había recibido un premio martiano —un busto que aún está sobre mi mesa de trabajo, construida por mi abuelo, el carpintero.
Rosa Miram Elizalde: Usted tuvo también un abuelo (el materno) General de la Guerra de Independencia…
Cintio Vitier: Cierto, pero mi abuelo el carpintero era de los “pacíficos”. Le escuché una vez decir que no tenía miedo a morir; tenía miedo a matar. Era muy cristiano, protestante. Mi padre tuvo también esa formación en su primera juventud.
Rosa Miram Elizalde: ¿Y Lo cubano en la poesía?
Cintio Vitier: Recuerdo aquellas sesiones de Lo cubano en la poesía en el Lyceum femenino de La Habana, que entonces presidía Vicentina Antuña, entre noviembre y diciembre de 1957, como el convivio más emocionante de toda mi vida. Sin saberlo nos estábamos preparando para un triunfo que todavía parecía imposible. Hoy siento que aquel libro, rápidamente publicado en 1958 gracias a Samuel Feijóo, era mi despedida del mundo anterior a la Revolución. Fue también, en cuanto testimonio de la raíz poética de nuestra historia, mi umbral hacia ella. Es un libro que ha suscitado grandes polémicas, pero ahí está.
Rosa Miram Elizalde: Un libro capital de nuestra historia lírica, que me descubrió Agustín Pi, en la redacción del diario Granma. ¿Cómo se podía vivir en Cuba y tener pasiones literarias sin leer Lo cubano en la poesía?, decía…
Cintio Vitier: Ah, Agustín, tan exagerado… Un gran amigo y además, un lector incomparable. Tenía una capacidad de penetrar en la lectura y en la conversación, como pocos. Él nunca pretendió ser nada, ni aparecer en nada. Lo llamo el miembro silencioso de Orígenes. Sólo una vez escribió un artículo, que tituló “Los extraños músicos”, aquellos que iban de barrio en barrio, aquellos que tocaban en los restaurantes, con sus guitarritas, las músicas populares conocidas por todos. Ese trabajo de Agustín es maravilloso.
Fina García-Marruz: Es una lástima que no quisiera escribir.
Cintio Vitier: Era muy exigente.
Fina García-Marruz: Extremadamente exigente. Su talento humorístico era increíble. Hacía semblanzas. Por ejemplo, recuerdo sobre todo la que hizo de su entrañable hermano, amigo nuestro, Octavio Smith.
Cintio Vitier: Se divertía mucho con Eliseo y con Octavio. Hay una cosa que inventó sobre Octavio, muy simpática. Octavio era muy religioso, criado desde niño en colegios católicos —instituciones a las que no asistimos nunca ni Fina, ni yo. Los únicos de nosotros que habían pasado por esa experiencia eran Eliseo y Octavio, y este era además practicante, de misas diarias. Agustín inventa un cuento, en el cual se aparece Octavio en la Santa Sede para entrevistar al Santo Padre.
Fina García-Marruz: Pi le decía a Octavio, jugando, “El Simple”, porque era muy distraído.
Cintio Vitier: Supuestamente, después de un viaje dificilísimo, con muchos avatares y problemas de todo tipo, Octavio llega ante el Papa y le pregunta: “Santo Padre, ¿usted cree en Dios?”… Octavio era el primero que lo disfrutaba. Siendo el más religioso de todos, era un magnífico bailarín y a estas niñas (Fina y Bella) les encantaba el baile. No podían hacerlo ni con Eliseo, ni conmigo, ni con Agustín —que jamás dio un paso—, pero sí con Octavio, que era un trompo.
Fina García-Marruz: Era tan distraído que le ocurrían cosas muy cómicas. Llegaba y nos decía: “Acabo de conocer a una familia maravillosa en la Habana Vieja —que era donde él tenía su bufete. “Todos son músicos. Ella se llama Rebeca, y toca el violín; él se llama David, y toca el violoncelo, y el otro se llama Moisés…” Se quedaba pensando y luego nos decía: “Ah, me parece que son judíos”. Eran las cosas de Octavio que divertían a Agustín.
Cintio me alcanza un ejemplar de sus recientes Epifanías, un breve poemario que acaba de publicar la editorial Letras Cubanas. Persigue una errata que aparece en la contraportada, en una cita de Lezama donde habla de Vitier en los siguientes términos: “Ha sido un perenne viajero de la esperanza, un golondrinero estanciado y sedentario que echa a volar pájaros con el dorso púrpura de su lengua. (…) Su fe no se detiene ni hace caso a los límites, porque es un risueño promisor y una criatura confeccionada de sucesivos candores…”
Cintio Vitier: “Un perenne viajero de la esperanza”…, eso es verdad; “un golondrinero estanciado”…, bueno, ni yo mismo sé qué quiere decir…
Fina García-Marruz: A él le llamaba la atención la vida bastante sedentaria que llevabas…
Cintio Vitier: Ese soy yo, según él. Imagínate tú qué generosidad… El cariño es así.
Fina García-Marruz: Yo creo que lo mejor que define nuestra amistad con Agustín, con Octavio, con Eliseo, con todos, lo dijo Lezama en una dedicatoria que nos hizo a Cintio y a mí, en un retrato suyo, donde aparece él solo, con sus libros y cuadros, y que creíamos perdido. Esa dedicatoria dice: “La eternidad por testigo de que los quiere mucho, José Lezama Lima…”
Rosa Miriam Elizalde: Esta conversación ha ido por donde ha querido, pero la he disfrutado mucho.
Cintio Vitier: Me gusta la manera en que hemos hablado, así tan libremente, sobre tan diversos temas. Pero te habrás dado cuenta de que todo tiene relación con el objetivo esencial que motivó este diálogo: lo que no debemos olvidar de Martí. Con el in promptu que me caracteriza en los últimos tiempos, quisiera insistir en la coincidencia en José Martí del gran revolucionario y el gran poeta. Y la relación que eso puede tener, a mi humilde juicio, con la poesía misma.
Hasta qué punto se puede sostener —como yo, intrépidamente, lo hago a esta altura de mi vida— que la poesía es revolucionaria. Un ejemplo fue Paul Claudel, que era reaccionario ideológicamente. Se atrevió a defender a Franco. Pero su poesía lo levanta a uno hacia el bien, hacia la utopía, hacia lo imposible, en un sentido siempre crecedor.
Fina García-Marruz: Neruda admiraba a Claudel.
Cintio Vitier: En Martí tenemos la encarnación de esos dos misterios, la Revolución y la Poesía, Él nunca abandonó una por otra.
Fina García-Marruz: No, nunca abandonó ni la poesía ni la Revolución, como hicieron otros revolucionarios y poetas. Mira lo que dice al final de los Versos sencillos, cuando un amigo le propone que abandone la poesía. Él responde: “¿Dejar a la que nunca me deja?” “Verso, / o nos condenan juntos, / o nos salvamos los dos”. Y explica por qué el revolucionario no puede separarse de la poesía: cuando él está agobiado, la poesía lo ayuda a llevar la carga. Igual que el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar la cruz. En los Versos Libres habla de que “esperaba de rodillas” a la poesía.
Cintio Vitier: Cuando trabajaba de traductor en la Casa Appleton y vivía miserablemente, habla de que están “mis fuerzas sin empleo”. Hacía alusión a que estaba a punto de quedarse fuera de la Revolución. Había tenido aquel disgusto con Maceo y Gómez, en Nueva York, en 1884. Se acababa de retirar del Plan Maceo, en el momento más doloroso de su vida.
Fina García-Marruz: Se hubiera quedado fuera de la Historia de Cuba. Recuerda que le escribió a Gómez: “A usted creo que lo amo; a la Revolución que usted representa, no”. Creo que en ese momento se manifestó en Martí, una especie de temor al caudillismo. Es algo que recorre América Latina, una plaga que padecía el continente, después de liberarse de España. Muchos que habían sido héroes en la guerra, se habían convertido en hedonistas en la paz. Había también un temor, un sentimiento que yo llamo “el complejo agramontino”, porque tengo varios amigos camagüeyanos que son así. Es “el alma criolla” que se encabrita a la menor sospecha de que se le quiere imponer algo. Martí lo comentó a propósito de la actitud de José Dolores Poyo, amigo muy cercano en la creación del Partido Revolucionario Cubano.
Esa “alma criolla” es la que tiene también Agramonte, que ve la posibilidad de que Céspedes se convierta en un tirano y lo presiona continuamente con el Parlamento en la manigua. Martí —que se parecía más a Agramonte que a Céspedes, sin embargo, le da la razón a Céspedes. Este no podía estar entretenido con los debates parlamentarios en medio de la guerra. Por eso viene su deposición y fracasa el 68. Martí tuvo eso muy presente, y ya en el 95 él trata de superarlo, a pesar de que se equivocó con Gómez, tanto como Gómez se equivocó con él.
En tierras de Cuba, Gómez dijo dos veces: “No me le digan a Martí Presidente, porque yo no sé qué les pasa a los presidentes —menos Juárez—, que cuando llegan al poder se les sube el cargo a la cabeza”. ¡Qué desconocimiento de José Martí! Si nunca se le subió en la cabeza ser José Martí, ¿se le iba a subir a la cabeza ser presidente, que era ser muchísimo menos? Lo quería, pero lo desconoció —después lo llegaría a conocer mucho más profundamente.
Sin embargo, ese “no me le digan”, tiene un tono afectivo. Martí no dice: los “que aman a Cuba”, sino los “que me la aman”. Como cuando la madre afirma: “El niño no me come nada”. Yo siempre he sentido que en ese dativo de Gómez hay un tono afectivo, aunque la expresión resultó molesta, desde luego, para los que se la oyeron.
Cintio Vitier: Hay muchos elementos que están ahí gravitando, entre ellos cómo llevar la crítica interna de la Revolución. En la primera página del primer número de Patria, aparece un artículo de Martí que se titula “Nuestra prensa”. No sé cómo no se le ha sacado más partido a ese trabajo. Él dice allí que cuando la República esté segura, se podrán abrir las puertas a la libertad, aún cuando esa libertad sea usada en mal sentido. Pero mientras la República no está segura, “la única voz que se ha de oír es la voz de ataque”. Ahí está la política periodística de Martí, cuando funda el Partido y se da cuenta de que la cosa empieza concretamente.
Fina García-Marruz: Lo que pasa es que la República no ha estado segura nunca en América. La idea de Martí es que, cuando hay un enemigo muy poderoso —y siempre lo hemos tenido—, entonces no se puede permitir esa controversia en público. Está la lección del 68. Aunque esta es una idea peligrosa, si no se aprecia el contexto real. Martí también dice que la crítica interna es necesaria a las revoluciones, y no la externa utilizable por el enemigo. Y llamó “el peligro mayor de las revoluciones”, son los “Fanáticos” (y esta palabra la enfatizó con mayúsculas). Este es un punto importante, porque frente a un enemigo con fuerza mayor, podemos salir victoriosos, pero cuando un órgano interno se nos enferma, puede causarnos la muerte.
Cintio Vitier: Por poderoso que sea el enemigo, advertía Martí, es necesaria la crítica interna. Fanatismos nunca. Un fanático no será nunca martiano. Creo que la Revolución nunca ha seguido la norma del fanatismo. Yo siempre lo digo y lo repito, y es verdad, y nosotros lo hemos vivido: además de todas las cosas buenas que ha hecho la Revolución, que son indudables, ha sabido rectificar, cuando se ha equivocado.
Rosa Miriam Elizalde: Entonces la gran batalla es…
Cintio Vitier: Ella sigue estando contra el imperialismo. Con los “americanos” no hay arreglo. Cada vez son más atrevidos, más omnipotentes, más crueles, más hipócritas…
Rosa Miram Elizalde: ¿Hasta dónde cree que llegará esa crueldad?
Cintio Vitier: No sé, pero veo a Bush más siniestro que a Hitler. No sé si tú estarás de acuerdo con esto, pero Hitler nunca dijo mentiras. Habló abiertamente de que quería acabar con los judíos y los comunistas. Afirmó que estaba convencido de que había una raza superior, la aria, y que esta debía dominar el mundo. Lo dijo todo, abiertamente. Esta gente, no. Esta gente dice que lo que quiere es salvar al mundo y traer la democracia. Es la hipocresía típica de los poderosos que han perdido todos los escrúpulos.
A mí me asombra que en México no se haya estudiado a Manuel Mercado, “mi hermano silencioso”, como lo llamaba Martí, porque le escribía poco. Pero hay que ver qué confianza le tenía Martí a este hombre como para dedicarle su testamento antimperialista, lo más importante de todo su epistolario. Y horas antes de que lo mataran. La última carta de Martí es asombrosa: quiere impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan sobre nuestras tierras de América… La historia contemporánea, convertida cada vez más en una lucha planetaria contra el imperialismo norteamericano, demuestra que no exageraba.
Por: Rosa Miriam Elizalde
Comenta aquí