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A propósito de la caída en combate del Titán de Bronce y su ayudante Panchito.

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La valerosa actitud del Coronel Juan Delgado,el hombre que salvó los cuerpos de dos héroes.

Serían aproximadamente las tres de la tarde del 7 de diciembre de 1896, cuando las fuerzas españolas chocan con las avanzadas de guardia del campamento del Lugarteniente General Antonio Maceo, en San Pedro, Punta Brava. Luego de la sorpresa, Maceo imparte las órdenes precisas para contener al enemigo que se les viene encima.

Al Coronel Juan Delgado le ordena cargar contra la caballería española. Comienza el combate. Sin pensarlo dos veces el intrépido Coronel Delgado con un grupo de sus combatientes contraataca a la infantería con tal ímpetu que les causa de 25 a 30 bajas, haciéndolos retroceder en desbandada.

En esa avanzada se mantenía tiroteando al enemigo cuando, tiempo después, se enteró de la muerte de Maceo y de Panchito Gómez Toro. Y algo más grave, sus cadáveres permanecían abandonados en territorio enemigo.

El Coronel Dionisio Arencibia, quien fuera segundo al mando de las fuerzas que comandaba el Coronel Juan Delgado, y superviviente del combate de San Pedro, recuerda:

«Íbamos de retirada, desesperados, anonadados. De pronto el coronel Juan Delgado con el rostro descompuesto por el coraje que lo invadía, inflamado, hermoso, valiente, como si echara chispas por sus brillantes ojos negros se dirigió al coronel Sartorius,que iba con nosotros y le dijo:

—Usted es el coronel más antiguo, por tanto es el jefe superior aquí. Disponga lo que debe hacerse. Sartorius le respondió:

—Coronel Juan Delgado, si los generales que acompañaban al Lugarteniente no están presentes, la responsabilidad será de ellos y no nuestra.

«Juan Delgado le replicó vibrando de ira, porque por su mente pasó la imagen de la deshonra, del deshonor militar, toda la vergüenza de consentir que el cuerpo del General Maceo y de su ayudante, cayeran en poder del enemigo, que cual trofeos de triunfo inigualable, los exhibiría como fieras, deshonrándolos y deshonrándonos con sus violaciones, profanaciones y burlas.

—No, yo no permito la deshonra del Ejército Libertador; no podemos permitir que las fuerzas de La Habana sean culpables de la mayor deshonra que puede sufrir un ejército valiente como el nuestro.

—Si el cuerpo del General Maceo cae en poder del enemigo, mereceremos el anatema de todos nuestros compañeros, de todos los cubanos y aún de nuestros propios enemigos que nos llamarán cobardes.

—Antes que permitir tan enorme catástrofe, superior a la muerte misma, prefiero caer en poder de los españoles. Antes me presento a ellos que consentirlo y sobre todo que el General en Jefe sepa que estando yo en este combate, el General Maceo y su hijo fueron capturados por el enemigo…

«Levantando en alto su machete Juan Delgado nos gritó:

—El que sea cubano, el que sea patriota, el que tenga vergüenza, que me siga…

«Y sin mirar si le seguían o no, partió hacia el redondel donde todavía los tiros estaban desolando el lugar.

«El grupo que lo siguió era grande. Entre los que yo recuerdo íbamos los coroneles Baldomero Acosta, Alberto Rodríguez, Isidro Acea, Ricardo Sartorius, Andrés Hernández, Celestino Baizán, Emilio Laurent, el teniente coronel José Miguel Hernández, el comandante José Cadalso, los capitanes Hilario Llanca Ramón Delgado y yo; los tenientes Ignacio Castro y Francisco Arencibia, los sargentos Cleto Merchán y Esteban Carmona, los soldados Herculano Rojas, Antero Castaño, José María Herrera, José García (Cayuco) y otros oficiales, clases y soldados cuyos nombres no me vienen a la memoria.

«Caímos como una tromba sobre el campo de batalla, pero fuimos contenidos. El enemigo que aún estaba atrincherado nos repelió con tremendas descargas. Se nos ordenó seccionarnos en grupos para mejor hostilizar a los adversarios. Además se le daba la impresión de que representábamos imponentes núcleos de fuerzas.

«Al mismo tiempo evitábamos que saliera de sus atrincheramientos en dirección al campo de batalla por temor a que le atacáramos la retaguardia al marchar. En tanto el tiroteo se sostenía unas veces con más o menos intensidad, los españoles esperaban la oportunidad para retirarse».

El despojo de los cadáveres

«Un grupo de los nuestros pudo ver que los guerrilleros estaban despojando de sus ropas los cuerpos de Maceo y «Panchito» Gómez Toro que estaban juntos. Minando la puntería los obligamos a huir. Tal vez a esto se deba que las dos camisetas finísimas que llevaba puestas el General Maceo no fueran rapiñadas por los guerrilleros y que hoy se puedan conservar una en el Ayuntamiento de Santiago de lasVegas y la otra en el Museo Nacional.

«Juan Delgado nos ordenó sostenernos a la vista de aquellos cuerpos para repeler cualquier intentona de los guerrilleros. La noche se nos echaba encima. Oscurecía rápidamente. Fue entonces cuando el coronel Juan Delgado formó tres grupos para que exploráramos bien el campo y llegáramos hasta los cadáveres.

«El primer grupo iba mandado por Miguel Hernández y tomó por la derecha; el segundo, mandado por el propio Juan Delgado, tomó por el centro, mientras el tercero, mandado por mí, se dirigió por la izquierda. El fuego había mermado un poco. Aun se escuchaba alguno que otro disparo suelto. A lo lejos se percibían los toques de corneta de los españoles ordenando la retirada».

El hallazgo de los cadáveres

«La suerte de encontrar los cadáveres correspondió al grupo de Miguel Hernández. Avanzábamos sigilosamente cuando escuchamos a Miguel Hernández gritar: «Aquí están…»

«Juan Delgado le respondió preguntándole quiénes eran los hallados. Miguel Hernández respondió que Maceo y «Panchito» Gómez. Juan Delgado volvió a preguntar si vivos o muertos y Hernández volvió a responderle: «Muertos…»

«Nos concentramos todos hacia el lugar donde estaba Miguel Hernández. La columna española ya había emprendido formalmente la retirada hacia Punta Brava. Se destacaron algunos tiradores para que fueran hostilizándola y al mismo tiempo vigilaran sus movimientos. Temíamos que retrocedieran a explorar también el campo de batalla.

«Más tranquilos ya, Juan Delgado dispuso la conducción de los cadáveres, los cuales fueron colocados en dos acémilas. Después dio la orden de marcha en dirección a la finca «Lombillo» a donde llegamos sin ninguna novedad.

El velorio

«Allí, en la finca «Lombillo» estaban los generales Pedro Díaz, José Miró y Silverio Sánchez Figueras con los restos dispersos de nuestras fuerzas que se iban incorporando.

«Los cadáveres fueron colocados sobre el tanque que como abrevadero de ganado existía en dicha finca. Con cera virgen se fabricaron cuatro velones cuyas mechas tuvimos que hacer con tiras de lienzo.

«En tanto el médico Máximo Zertucha examinaba las heridas de los dos cadáveres. Maceo tenía un balazo que le entró por el mentón y le salió por la parte posterior del cráneo y otra herida en el vientre, sin salida, según se dijo allí, «Panchito» Gómez tenía una herida de sable en el lado derecho del rostro que le seccionó casi todo el cráneo. Según nos dijeron, ambas heridas eran mortales.

«Al general Maceo el médico Zertucha le extrajo una bala que tenía en el cuerpo. Después velamos los cadáveres hasta la media noche.

El entierro

«Juan Delgado fue el que dio la orden de marcha poco después de las doce de la noche. Los cadáveres fueron de nuevo colocados en la acémila. Tomando el camino que de San Antonio de los Baños se dirige al Rincón y que es hoy una carretera, emprendimos la marcha más triste de toda mi vida de soldado mambí…

«Llegamos hasta la bodega «La Ceiba», por donde el camino hace un recodo. Abandonamos dicho camino para atravesar la línea del ferrocarril de Villanueva y tomar por el callejón del Verraco que entronca con la carretera del Rincón a Bejucal, la que también atravesamos.

«El general Pedro Díaz quería enterrar los cadáveres en la finca de Francisco Valiente, cerca del Rincón. Juan Delgado se opuso convenciéndole de que el sitio aquel era peligroso, ya que lo cruzaban constantemente columnas españolas que podían descubrir la huella de la sepultura.

«Se acordó entonces que Juan Delgado se encargara de señalar el lugar más adecuado, y como éste había dicho que tenía un tío político que era además hombre de toda su confianza decidió confiar a éste la importante misión.

«La fuerza continuó su marcha y de ella nos separamos Juan Delgado y yo con los cadáveres. Colocamos a estos detrás de una cerca de piedra y subimos llegando a la finca «Dificultad» donde vivía Pedro Pérez, el tío político de Juan Delgado.

«Pedro Pérez preguntó sin salir, cuando le tocamos a la puerta, quienes éramos. Juan Delgado después de identificarse le dijo: «Levántate enseguida que tenemos aquí algo grave».

«Don Pedro se levantó, abrió la puerta y salió con nosotros hacia donde estaban los cadáveres. Juan Delgado le dijo entonces: «Te entrego los cuerpos del Gral. Maceo y de Panchito Gómez, hijo del General en Jefe; murieron en un combate ayer tarde. Entiérralos de modo que jamás puedan los españoles encontrarlos, pues ya sabes que han de buscarlos».

«Nos retiramos, incorporándonos a nuestras fuerzas. Allí quedaron don Pedro y sus cuatro hijos, no tres como están en la placa del Cacahual, dándole sepultura a los cadáveres. Sólo Juan Delgado y yo sabíamos que allí estaban, pero ni siquiera sabíamos el sitio exacto porque ese lo escogió, para mayor reserva, don Pedro con sus hijos.

«Cuando Weyler implanta la reconcentración que obliga a los campesinos a abandonar el campo, Pedro Pérez tuvo que refugiarse en Bejucal, donde residían unos familiares. Allí perdió a unos de sus hijos por una de esas terribles epidemias que se propagaron en toda la isla. Pero cada cierto tiempo iba a la finca para verificar que todo estuviese en orden.

«Luego, de que pudiera ocurrirle algo a él, que guardaba tan importante secreto, le trasladó esta preocupación a Juan Delgado quiendesignó a su hermano, el Comandante Donato Delgado,–que no pudo asistir, pero envió a un hijo–, y al Coronel Dionisio Arencibia, para que lo representaran. Por su parte, Pedro Pérez les mostró, a los enviados de Juan Delgado, el lugar exacto donde se encontraban los restos de Maceo y de Panchito en la finca «Dificultad».

La exhumación

«Cuando terminó la guerra se decidió exhumar los restos del Lugarteniente General Antonio Maceo y de su ayudante, el Capitán Francisco Gómez Toro, en presencia del Generalísimo Máximo Gómez, el 9 de septiembre de 1899.

«Esa tarde acompañaban a Gómez, el patriota y venerable anciano Pedro Pérez y sus tres hijos, y el Coronel Dionisio Arencibia, los únicos supervivientes que guardaban aquel gran secreto.

«Cuando el anciano Pedro Pérez, habló con el general Gómez, le dijo con voz entrecortada y conmovido:

“Ciertamente, General, yo y mis hijos, éstos que usted ve aquí (señaló para Romualdo, Leandro y Ramón) somos los hombres que le dieron sepultura muy cerca de aquí, donde pronto le señalaré, al general Maceo y a su difunto hijo de usted.

“Mi sobrino Juan llamó a la puerta de este bohío, cerca de las 4 de la mañana del día después de la muerte del general Maceo; yo acudí a abrir con cierto temor, porque creí que fueran los españoles, mas a poco reconocía la voz de mi sobrino que me llamaba para darme una encomienda. Cuando salí fuera del bohío, él se encontraba a caballo, y en el suelo, sobre la yerba, sin poderlos ver porla oscuridad de la noche, señaló lo que a mí me parecieron dos bultos, al propio tiempo que decía:

“Esos dos muertos son Maceo y el hijo de Gómez; entiérralos antes de que llegue el día, y guarda el secreto. Clavó las espuelas al caballo y se fue enseguida. Además, yo no debía decir esto, según mi sobrino Juan, más que al Presidente de la República, o a usted, General. Mi misión está cumplida.

“Mis tres hijos y yo trasladamos los cadáveres al lugar de la sepultura; ya venían los claros del día y tuvimos que trabajar mucho para cavar bien honda la fosa; sin embargo, pudimos hacerla, terminando nuestra obra antes de llegar el día. Juntos juramos guardar este secreto, y así lo hemos cumplido los cuatro”».

El Coronel Juan Delgado murió en combate cerca de El Cano, el 23 de diciembre de 1898, junto a sus hermanos Donato y Ramón, Comandante y Capitán, respectivamente, del Ejército Libertador cubano.

Fuentes:

El Coronel Juan Delgado, por José Cadalso Cerecio, Comandante del Ejército Libertador cubano.

Revista Carteles, 31 de diciembre de 1950.

7 de Diciembre de 1896, por Dionisio Arencibia, Coronel del Ejército Libertador cubano. Superviviente del combate de San Pedro.

Revista Bohemia, 8 de diciembre de 1946

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