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Alejandro Gil: “En Inocencia queríamos estar más cerca del joven que del héroe”

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Cuando llegó tarde a una de las presentaciones especiales, se acomodó en una esquina del cine Yara. Nadie sabía quién era él. Y allí, en medio de la oscuridad —casi al final, cuando la película estremecía las fibras más profundas de los sentimientos—, de pronto escuchó cómo detrás de él una anciana cantaba bajito el Himno Nacional.

Luego le llegaron otras noticias. La de los teléfonos del Icaic, que timbraban con llamadas en las que se pedía que no retiraran la película de los cines de estreno. O de las colas o personas que lloraban sin pudor en los cines. O de una señora que, al terminar de verla, se paró en el vestíbulo del cine Chaplin, delante de la foto de los estudiantes encarcelados, a la espera de la muerte, y sin importarle nada se persignó despacio ante la imagen de los muchachos.

Ante esas reacciones, Alejandro Gil Álvarez se queda un tanto perdido. Es una mezcla entre la felicidad y el asombro, al ver lo que ha provocado su película Inocencia. En conversaciones con amigos y periodistas, Gil, este director de cine que se graduó de Periodismo con una tesis sobre Santiago Álvarez, ha pedido que alguien investigue esas reacciones del público. «O al menos que digan cuál es la conexión que logran con la cinta, qué ven en ella», explica.

—En lo que los investigadores se ponen de acuerdo, desde el criterio de Alejandro Gil, ¿cuál es la causa del impacto de su película en el público?

—Mira, en mis propias preguntas y en conversaciones con amigos y con la familia, yo creo que esa reacción se puede explicar por la manera en que al hecho histórico le llegó la brisa de lo artístico. La película narra un suceso histórico; pero a ese hecho le estamos devolviendo un carácter humano importante, donde el espectador, gracias al guión de Amílcar Salatti, puede dialogar sin muchas dificultades con el drama. Después están los encuadres, los trabajos de fotografía, de ambientación, que ayudan a complementar esa humanidad y que tributan a que la obra tenga una factura en la que el público se siente complacido y cree visualmente en la película.

—Algunas investigaciones aseguran que los cubanos se interesan más en reflexionar el presente y no ahondar tanto en el pasado. Inocencia, sin embargo, viene a cuestionar esos criterios. En su opinión, ¿qué sucede? ¿Los cubanos realmente están divorciados con la historia o con cierta manera con la cual se ha contado el pasado?

—En un momento del cine cubano, las historias que se acumularon abordaban las zonas más duras y marginales de la sociedad. Fueron un conjunto de obras, que entraron consecutivamente. Eso tuvo su etapa feliz, pero también han aparecido miradas que advierten que esa no es toda la realidad y piden una mirada más plural y hacia lo cotidiano.

«Después llegaron películas como Martí, el ojo del canario y Cuba Libre con un nivel de factura importante, donde se logra una desacralización de los héroes y la Historia, y eso influyó en el público de una manera importante.

«Inocencia sigue ese camino con una temática diferente. Solo que lo hace con un hecho conocido, pero con un abismo importante entre su relevancia y el modo en que se enseña en las escuelas, que es muy efímero, muy cogido con palitos y tendederas, como se dice popularmente.

«Ese abismo hace que el peso real de la Historia, los contextos, la carga humana tan fuerte, no se vea y la cinta, por el contrario, lo que hace es sacar eso. El enfrentamiento entre la inocencia y la violencia, entre la muerte y la juventud, entre el comportamiento más limpio frente a las acciones más oscuras… Eso provoca un encontronazo muy fuerte, porque es un tema universal. Y la película juega con todo eso. Con la histórico, lo permanente; pero que también se desmarca de lo panfletario, del teque y la barricada».

—Junto con los estudiantes, en esta película el gran rescatado de la historia es Fermín Valdés Domínguez. ¿Usted cree que en algún momento él pudo superar el trauma del fusilamiento?

—No, nunca. Yo sí creo que él pudo morir en paz al descubrir los cuerpos. Según la literatura, Fermín se desmaya cuando aparecen los cadáveres. Nosotros no quisimos que se desmayara. Quisimos que llorara por el encuentro, en una mezcla de dolor y alegría. Pero, bueno, era una marca. Él estuvo en prisión, estuvo junto con ellos, pudo ser uno de los fusilados cuando los seleccionaron al azar y eso provoca marcas que no se borran.

—¿Qué puede explicar esa obsesión de Fermín Valdés Domínguez por encontrar los cuerpos?

—Habría que ir al componente psicológico. Él era un Valdés, un niño de la Casa de Beneficencia, que lo recoge un tío, un cura católico, y lo cría junto con una tía de ese hombre. No era la mamá de Fermín. Pienso que se debe empezar por ahí.

«Luego está la relación con Martí. Él se echó la culpa de la carta firmada por Martí donde este acusaba de traidor a un compañero de aula. Se dice que también era muy apasionado, una persona de «mecha corta»; pero de esos tipos de hombre está hecha a vida. En la guerra llegó a ser secretario de Gómez. No se dedicó a una especialidad elitista de la medicina, sino que trabajó las enfermedades profesionales: la de los vegueros, los campesinos…

«Ese es Fermín, que ha estado más a la sombra. En la historia de Cuba también hay muchos “antifermines”, que han manipulado su figura o lo han tratado de descalificar, y él es el símbolo de la resistencia, de la lealtad. No oyó ningún canto de sirena, no de dejar el pasado atrás, que dejara los cuerpos a un lado, como le propuso el editor del libro que escribió sobre el fusilamiento. Pero para él descubrir los cadáveres era importante, porque cerraba la historia del libro y un ciclo en su vida».

—Amílcar Saletti, el guionista, dijo que ustedes no querían que la historia se tragara el argumento. Si esta es una película histórica, ¿entonces por qué esa preocupación por no dejarse absorber por el pasado?

—Queríamos narrar un suceso histórico desde la contemporaneidad. Este era un acontecimiento muy de adolescentes, que tiene que ver con la limpieza y la tranquilidad de vivir en un mundo de cunas de oro y que, de pronto, se rompe. Por lo tanto, nos íbamos de lo épico, de las grandes batallas. Nosotros queríamos estar más cerca del joven que del héroe.

«También hay una dificultad. Hay zonas ocultas, que se encuentran en manos de los historiadores. No las dominas de la “a” hasta la “z”, y eso es terrible, porque empiezas a crear sobre remansos informativos que no conoces o no hay toda la información».

—¿Como cuáles?

—El mismo tema de los abakuás. Eso tiene que ver con la tradición oral de muchos años. Yo no puedo dar la veracidad del intento de los abakuás por liberar a los estudiantes; sin embargo, hay escritos que lo avalan. Esa área de duda le venía bien a la película, y no le hacía mal a la historia de Cuba. Todo lo contrario: acercaba las fronteras de nuestra identidad cultural. Por eso decidimos que esa participación levitara más en la zona de la verdad que en la fabulación, y se convirtiera en un espacio de diálogo y reconocimiento.

—Su primer acercamiento al tema de los Estudiantes de Medicina ocurrió en 1992 con su documental Inocencias. Casi 30 años después, ahora con la película, vuelve usted con el episodio. ¿Por qué esa obsesión de Alejandro Gil con el fusilamiento de los Estudiantes de Medicina?

—Efectivamente, lo primero que hice sobre los estudiantes fue el documental Inocencias, que se filmó en un momento muy complicado del país: plena crisis del período especial. Después me quedé conectado a la universalidad del tema. Esa misma carga emotiva me hacía meditar sobre la falta de relevancia que tiene el fusilamiento en nuestra sociedad, a pesar de que José Martí sí se la había dado.

«Cuando veía el homenaje todos los 27 de noviembre, yo sentía que había un desequilibrio entre la marcha y la comprensión de sus integrantes ante lo que había ocurrido en 1871. Sentía que era una marcha con muchos selfis, mucha risa, a pesar de que se avanzaba por lugares muy trágicos de la historia de Cuba.

«Todo eso me impulsó a hacer la película. Yo quería darle una vuelta a la página. Quizá ahora con Inocencia se marche con alegría; pero también desde el conocimiento y el sentimiento, y así el homenaje sea más rotundo».

 

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