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Breves apuntes después de ver El Mayor

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Luego de 14 años de maduración, El Mayor llega a la segunda dosis del 42 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, para contarnos la vida de Ignacio Agramonte desde el lenguaje audiovisual.

Por Bismark Claro Brito y Laura Amelia Álvarez Sánchez

Siempre resulta oportuno regresar al devenir de la nación en que se vive. Ese repasar los acontecimientos, con sus respectivas causas y consecuencias, puede hacer más claro el camino a seguir para no frecuentar errores. Sobre todo, si se recurre al pensamiento de quienes estuvieron detrás de cada suceso, si se piensan como hombres y mujeres de verdad, con virtudes, defectos, aspiraciones encontradas.

Quizás el arte en Cuba ha asumido –sobre todo después de fundado el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC)– dicho ejercicio retrospectivo con mucha responsabilidad en formatos de series televisivas y filmes. Algunos clásicos así lo demuestran.

De las primeras, sobresalen Duaba, la odisea del Honor y Lucha contra bandidos: La otra guerra, por ser las más recientes. En tanto, el segundo apartado dispone de Baraguá (1986), Clandestinos (1987), El ojo del canario (2011), Inocencia (2018), solo a modo de ejemplo.

Y a esa lista de relatos audiovisuales que retoman la realidad histórica podemos añadir desde ya El Mayor, obra que representa a Cuba en la categoría “Largometrajes de ficción” del 42 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, en su segunda dosis, del 3 al 12 de diciembre de 2021.

Entre el ICAIC, el Ministerio de Cultura y las Fuerzas Armadas Revolucionarias lograron llevar a término una idea de más de 14 años de maduración: un filme de corte histórico, biográfico y militar que, desde la ficción, contara hechos reales. Pero… ¿en qué se concretó el presupuesto más elevado de la historia del ICAIC en las últimas tres décadas?

Fotograma de la película

Desde Lucía, en el ya lejano 1968, no se hacían tomas tan extensas sobre el campo. Solo para ilustrar, llegaron a estar más de 1 800 personas en una sola escena; además de la participación de 200 caballos y 500 figurantes. Y para los interiores, fueron empleados inmuebles frecuentados por Agramonte, hoy sitios patrimoniales.

Desde el punto de vista estético, sobresale una cuidadosa composición fotográfica que explora diversos planos y ángulos, así como un acercamiento a los efectos especiales a fin de recrear paisajes nacionales y foráneos de antaño. No obstante, en ocasiones pueden parecer exagerados o sobrar.

Por su parte, el audio sintetiza la experiencia visual de cada escena. Y es que no podía ser de otra manera, el sonido directo está acompañado por la música de José María Vitier. De más está insistir en la sensibilidad que aportan sus acordes a cada situación dramática, pues dan ganas de disfrutar hasta la pieza acompañante de los créditos: una mezcla del toque a degüello y de la canción que dedicara Silvio Rodríguez al Agramonte.

El equipo de realización logró, en resumen, confeccionar un espectáculo en cada una de las seis batallas presentadas en escena. Sí, seis. Pues, aunque se hizo un intento en rescatar tanto las contradicciones internas y externas de El Bayardo como su vida más íntima, por mucho fueron mayores las situaciones bélicas presentadas. Tal clase de historia.

Rigoberto López Pego contó, asimismo, con otros recursos. El reparto de la cinta está integrado por casi 50 personas y no es la primera vez que muchas de ellas se desenvuelven en creaciones de corte histórico.

Daniel Romero y Claudia Tomás interpretando la escena de la boda entre Ignacio Agramonte y Amalia Simoni

Con un marcado antecedente martiano desde hace una década, Daniel Romero encarna el rol protagónico y, a su lado, Claudia Tomás personifica a Amalia Simoni. En las escenas compartidas, ambos se complementan y logran situaciones armónicas, si de interpretación se trata.

En otros roles, Rafael Lahera nos devuelve la más reciente versión del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes; Ulyk Anello interpreta a Salvador Cisneros Betancourt, Enrique Bueno se convierte en Eduardo, el primo de Agramonte, y vemos a Gabriel Wood como el brigadier Julio Sanguily.

Algunas actuaciones, sin lugar a dudas, más logradas que otras; aunque de cierto modo todos los personajes aportan a la narración del material.

Sobre la estructura dramática también hay que volver. Atención: ¡SPOILER! Si bien las apariciones simbólicas de un pañuelo ensangrentado –al inicio y al cierre– pudieran remitirnos a la estructura circular donde coinciden planteamiento y desenlace, predomina la sucesión cronológica de los acontecimientos.

Este orden, remarcado por los subtítulos que aparecen con periodicidad de la mano de algunos fragmentos del texto, en ocasiones parece tender más hacia un documental sobre la primera etapa de nuestras luchas independentistas. Y es que para sostener la atención del público durante 112 minutos, se pudieron aprovechar más las herramientas que proporciona el audiovisual a la hora de contar.

Desde la visión agramontina del siglo XIX cubano, nos asisten temas tan universales como el amor, la familia, la traición, la migración y la justicia. De cierta manera, el relato contrapone el nacimiento y la muerte, como dos procesos simultáneos en medio de una guerra. También se revelan las concepciones de un abogado con profundo sentido ético en busca de la unidad nacional.

Pero por encima de todo, esta obra (nos) pone a dialogar (con) dos voces de nuestro pensamiento político. Son Céspedes y Agramonte quienes anteponen los intereses colectivos a sus posiciones individuales sobre la manera de construir una Cuba mejor.

Fotograma del filme. Daniel Romero, quien encarna el rol protagónico

Para este equipo, visualizar la obra póstuma de López Pego, después de casi dos años de postergado estreno, fue enfrentarse a una película que buscó más explicar la historia — OJO, con licencias artísticas– que lograr emoción en los espectadores. Al menos, para nosotros, fue así.

Este filme nos pone al frente de Ignacio Agramonte y Loynaz, ya no solo en su dimensión patriótica. Con poco menos de dos horas en pantalla, El Mayor resume los 32 años de su vida que son, por derecho propio, 32 años imborrables de la historia patria.

Tomado de Alma Mater

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