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Editorial: Manos fuera de Venezuela

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Desde que Chávez los mandó al carajo en Mar del Plata, o antes, desde el “Por ahora” que se convirtió en victoria popular en las urnas, los imperialistas estadounidenses mastican a Venezuela, pero no la pueden tragar.

Lo han intentado todo: golpes de estado, sanciones económicas, congelación de fondos, persecución financiera, campañas mediáticas, subversión política. Mientras insiste en su muro de humo y distrae a los incautos, el mandamás del Imperio, Donald Trump, dice, incluso, que sobre la mesa están “todas las opciones”, incluida la militar.

Van por Venezuela, que es igual que decir van por su petróleo, sus minerales estratégicos, su agua. No por su gente. No obstante, han disfrazado la agresión de ayuda humanitaria como solución a una crisis de la cual son responsables directos. Azuzan a los guarimberos con dólares que desinflan al Bolívar y pagan viajes secretos y “capacitación” a los títeres de turno para que bailen la danza de los monigotes en el retablo de la vergüenza.

Es el viejo manual de siempre y, sin embargo, la prensa internacional y algunos gobiernos del mundo les han creído el cuento, o nos lo quieren hacer creer con tanto reportaje fabricado, declaraciones oficiales, “recomendaciones” y noticias falsas, que no es lo mismo, pero es igual de peligroso.

La oposición venezolana, al parecer, no ha sacado bien las cuentas, ni ha mirado los noticiarios de los últimos años. Están contando con que Washington entre con los tanques, quite a Maduro y les regale el poder político que ellos no han podido recuperar en dos décadas de chavismo. Deberían mirarse en el espejo de Libia, Irak, Yugoslavia o Afganistán… y aprender la lección. Deberían releer la Doctrina Monroe desempolvada hace muy poco por sus escribanos. Los yanquis nunca han dado puntada sin hilo.

Los otros olvidadizos de esta historia de amenazas e injerencias son los gobiernos de los países de América Latina que respaldan las pretensiones de Estados Unidos y sus marionetas venezolanas. Olvidan que en el imaginario imperialista son apenas traspatio, campo de juego, polígono de prueba, maquila. Aplauden el desvarío al tiempo que desoyen a sus masas populares.

En Brasil le gritan corrupto a Bolsonaro todos los días. En Argentina han vuelto a salir con los calderos a la calle. Duque es menos popular en Colombia que Santos y Uribe juntos. Almagro es un fantoche que causa vergüenza hasta entre sus conciudadanos. Menuda corte para un autoproclamado “rey”.

Adalides de la democracia y la libertad como dicen ser, los golpistas de hoy —de alguna manera herederos de los golpistas de ayer— pisotean sin pudor la voluntad popular expresada no una vez, sino varias, en un país que desde hace 20 años ha ido a las urnas con la naturalidad del día a día; sin traumas y con conciencia. En tiempos de postverdad y golpes suaves, los guarimberos maquillados de parlamentarios confiesan con desfachatez sus pretensiones de vender el país en pedazos, aunque para ello deban abrirle las fronteras a una intervención militar extranjera. ¡Cuánto patriotismo!

América Latina, el Caribe, la comunidad internacional toda, deben comprender la magnitud de la agresión que hoy se cierne sobre Venezuela, pues pone en riesgo el equilibrio de un mundo que, aunque ya no es multipolar, está en la obligación de salvaguardar a toda costa los contrapesos que todavía tiene.

Los argumentos para acompañar al pueblo y al gobierno venezolano en esta hora de definiciones están todos sobre la mesa. No es el chavismo o el Socialismo del siglo XXI lo único que está en juego. Se trata de la soberanía nacional y la autodeterminación, de la capacidad de un estado de regir su propio destino, sin interferencias ni presiones foráneas. Y así como van hoy contra la Patria de Bolívar, vendrán luego contra cualquier país de Nuestra América, si no anteponemos la paz a la barbarie. En el supuesto caso de que a alguien le faltaran razones o no creyera en las ya expuestas, siempre habrá una que será suficiente: Venezuela es de los venezolanos.

Tomado de la Redacción de Invasor

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