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El Martí que quiero que conozcan mis hijos

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Cuando yo tenía 14 años y apareció en mi puerta el primer joven que me deslumbró, cuya mirada se instaló en mi mente y me despertaba en cada aurora, y buscaba involuntariamente con mis ojos su figura en cada paso hasta llegar a la escuela y luego de retorno a la casa, me creí en presencia del primer amor.

Pensé con algo de inocencia, que este brotaría tan violento y apasionado como los que te muestran en las novelas; y sin poner pausa a mis ilusiones, coincidí una buena mañana con un pequeño texto del Maestro que decía:

“No creas, mi hermana Amelia, en que los cariños que se muestran en las novelas vulgares, y a penas no hay novela que lo sea, por escritores que escriben novelas porque no son capaces de escribir cosas más altas (…) Una mujer que ve escrito que el amor de todas las heroínas de sus libros (…) comienzan de modo relámpago, con un poder devastador y eléctrico- supone, cuando sienta la primera dulce simpatía amorosa, que le toco su vez en el juego humano, y que su afecto ha de tener las mismas formas, rapidez e intensidad, que esos afectillos de librejos…”

Entonces miré a mi alrededor, y percibí cuántas adolescentes como yo, se entregaban sin peros a aquella primera atracción, y muchas quedaban con el alma rota, algunas hasta llegaban a formar parte de los alarmantes números que reflejan los embarazos en la adolescencia o, peor aún, enfermedades de transmisión sexual.

Al final de aquel texto Martí decía: “¿Tú vez un árbol? ¿Tú vez cuánto tarda en colgar la naranja dorada, o la granada roja, de la rama gruesa? Pues, ahondando en la vida, se ve que todo sigue el mismo proceso. El amor, como el árbol, ha de pasar de semilla a arbolillo, a flor y a fruto.- Y en Cuba, se empieza siempre por la fruta”.

Desde ese momento, elegí leer a Martí por voluntad propia, ya mis padres se habían encargado de hacerme florecer los valores humanos de Bebé, las frecuentes dudas del Meñique, el respeto a lo ajeno que me mostró la Nené traviesa, y la maldad que viene unido a la ambiciones impuras.

Pero elegí leerlo, como si estuviera escuchado los consejos de un gran amigo o del eterno confidente que hoy, 14 años después, ya representa en mi actuar.

Entonces, aunque hay características de la personalidad que nacen con uno, aprendes a moldear tu carácter con buenas acciones. Comprendes que dejar flores a tu paso, sin lauros ni reconocimiento más que el de tu propia conciencia, te crea la seguridad eterna de que cuando menos te lo imagines alguien extenderá su brazo para ayudarte a ti: “Las cosas buenas se han de hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí; y porque allá dentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser príncipe: ser útil.

Dejas de sentir admiración por el que tiene, y te haces aliado del que siente, del que es, y el que da.  Descubres “que más bella que la luz del sol sobre la tierra es la de una buena acción sobre el rostro del bueno”.

Si algún oportunista aparece en tu sendero y se intenta aprovechar de tu bondad, y te traiciona, entonces asumes que: “Quien se da a los hombres es devorado por ellos (…) pero es ley maravillosa de la naturaleza que sólo esté completo el que se da…”; y ante la traición adviertes que “cuando se ha amado verdaderamente queda más que cólera, lástima: y el amor compasivo que se tiene a los criminales”.

De la mano de Martí, reconoces al envidioso a través de la “guataquería”, de la adulación desmedida y a la hipocresía. Esto no quiere decir que dejemos de reconocer los méritos ajenos o de agradecer cuando alguien nos reconoce, pero atentos: “la alabanza justa regocija al hombre bueno, y molesta al envidioso. La alabanza injusta daña a quien la recibe, daña más a quien la hace”.

Yo, sin dejar de ser presumida, veo pobre al que intenta minimizarme con prendas o ropas caras, y cómo hay de estos últimos; la visión martiana y real te permite entender que: “Un alma honrada inteligente y libre, da a al cuerpo más elegancia (…) que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma… quien lleva a dentro belleza interior, no necesita afuera belleza prestada”.

Y hasta para el matrimonio que hoy construyo pienso en Martí, y aprendo que “No es amor la solicitud de los presuntuosos, ni las vanidades de la mujer, ni los apetitos de la voluntad. Amor es que dos espíritus se acaricien, se entrelacen, se ayuden a levantarse de la tierra en un solo y único ser…”

Por eso más allá del Martí Héroe que conoce la mayoría, yo pretendo que el Martí hombre y amigo, sea el que verdaderamente conozcan mis hijos. Ese ser de inteligencia admirable, indiscutiblemente universal y que se niega a morir, porque supo y avizoró demasiado.

Por Adialim López,para Radio Surco.

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