Destacadas

Está en ella el alma de la tierra

Compartir en

El destino de Diana Rosa estaba escrito desde tantísimo antes de que ella supiera leer; mas, en un acto de inocente rebeldía, intentó borrarlo al colocar la carrera de Ingeniería Civil entre las principales opciones en su boleta de duodécimo grado para acceder al nivel superior.

Le gustaba el dibujo y eso bastó para que en casa el consejo fuera continuar sus estudios en el Diseño Gráfico o la propia Ingeniería Civil. Cursarla se hizo realidad por más de un par de estaciones, pero al final Diana Rosa tuvo que rendirse frente a la providencia.

Su historia, sin embargo, realmente no empieza hace tan pocos años, sino que se remonta a unas cuantas generaciones precedentes, cuando su tatarabuelo ―fuerza la memoria― compró unas tierras en Chambas con el retiro del Ejército.

De mano en mano, la actual finca Rincón Los Hondones la heredó en 2017 su padre, Osveldo Gómez Reina, un campesino de cuna y físico por profesión, que revolucionó esas 3.21 hectáreas con producciones agroecológicas. A días de hoy, con la velocidad de Internet y sus redes sociales, los hitos de ese pedazo de tierra anteceden cualquier visita.

La propia coordinadora en Ciego de Ávila del proyecto internacional Conectando Paisajes, Carmen Olivera Isern, no daría crédito de que, en un terreno áspero en el macizo montañoso de Bamburanao, un “loco” ―tal cual llamó a Osveldo― le iba a sacar provecho.

Lea aquí Rincón Los Hondones, ciencia en la locura

“Decían que ni la grampa se iba a dar por la degradación, pero mi papá empezó a innovar y a aplicar técnicas de conservación hasta lograr ahora buenas cosechas de cultivos varios” ―y ser premiado a finales de 2021 por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura―, cuenta Diana Rosa, que desde la cuarentena por COVID-19 fue perdiendo motivación por la Ingeniería Civil a falta de prácticas pre-profesionales, más las clases a distancia, y, en la misma proporción, ganando mayor afecto a su entorno de toda la vida.

“Me gustaba sembrar plantas ornamentales, pero no me veía como ingeniera agrónoma”, hasta que durante esa etapa de encierro donde la finca fungía ―y funge― de escuela con enfoque de paisajes del Centro Universitario Municipal (CUM) en la capacitación de campesinos y en la formación de futuros profesionales, les prestó atención a las clases de sus padres.

Osveldo Gómez Reina confesaba a Invasor que le gustaba enseñar, exponer las nuevas tecnologías, ver cómo sus alumnos adquirían saberes y destrezas, sin siquiera ser consciente completamente de la influencia que ejercía sobre su hija, que se convenció de que no era capaz de torcer el futuro.

Me motivó el mundo de las investigaciones, de aplicar la ciencia y la técnica en el campo y, después de terminar segundo año de Civil, decidí cambiar para Agronomía, enfocada en estudiar sobre agricultura sostenible en estos tiempos de muchos problemas alimentarios”, se da otra vez por vencida Diana Rosa.

Hija de guajiro intelectual y de agrónoma, no podía ser menos. En el mismo primer año cargó a cuestas con el orgullo de la familia y, a la vez, con el peso de la responsabilidad de participar en el Encuentro Internacional de Agroecología, Sostenibilidad Alimentaria, Educación Nutricional y Cooperativismo.

“El intercambio con productores del país y extranjeros y los recorridos por fincas agroecológicas reconocidas de La Habana, Mayabeque y Artemisa fueron excelentes experiencias.

Mi trabajo fue sobre Rincón Los Hondones, la producción de microorganismos eficientes en la loma, que luego los fumigamos para utilizarlos como fertilizantes, la tecnología aplicada en la actividad microbiana con arroz semicocido, los bioproductos que elaboramos a base de carbón y tabaquina, etcétera. Ese era el objetivo: que aprendiéramos unos de otros respecto a las diversas formas de hacer”, rememora.

A partir de entonces sus saberes los ha compartido en el Polígono Nacional de Suelo, también en la capital, en el evento Agrosos (Agricultura Sostenible) durante la jornada científica de la Semana Verde en la facultad y ahora prepara su ponencia para el Fórum Nacional de Estudiantes de Ciencias Agropecuarias.

“Presentaré los avances de mi tesis, referente al análisis del comportamiento de los microorganismos del suelo antes de empezar a producir, en aras de evitar que lo ataquen futuras plagas u hongos”, adelanta.

Diana Rosa es consciente de que, además de la teoría, la práctica “es verdaderamente donde uno más aprende”. Y ella, los fines de semana, de vuelta a la finca, junto a una que otra “refriega agrónoma” que pueda tener, valora los aprendizajes aportados por sus padres en la acción.

“El nuevo plan de estudio ―que rebajó a cuatro años la carrera― reduce no solo asignaturas imprescindibles tales como Sanidad Vegetal, sino también el tiempo de prácticas preprofesionales, afectadas también por los problemas económicos del país. Yo, por ejemplo, desconozco qué se hace en una industria, cómo se trabaja la agricultura convencional, del todo”, señala.

Aunque acentúe las íes con sus razones, Diana Rosa sabe que sus padres dejan huellas en pos de que ella no vuelva a equivocar su sendero. La agroecología se ha vuelto su modo de vida, pues “aunque no se noten rápidamente los resultados, no daña el medioambiente, produce alimentos sanos en tiempo de numerosas enfermedades y permite que las cosechas perduren”.

Tirará para el campo una vez termine la universidad, porque no pretende ser una ingeniera de oficina, distanciada de la realidad. “Se necesita nuestro conocimiento, que seamos la guía de los campesinos, incentivarlos a mejorar las producciones, a dejar el facilismo y el uso constante de insumos químicos”.

Comenta aquí

*