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Génesis del Diferendo Estados Unidos -Cuba (Parte III)

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PARTE III
Diferendo estados Unidos – Cuba.
Desde la ocupación norteamericana hasta 1959.
Concluidas las hostilidades y suscrito el tratado de París, Estados Unidos se dio a la tarea de consolidar su injerencismo y materializar sus apetencias, para lo cual inicialmente concibió dividir a los cubanos, neutralizar cualquier acción contraria a sus intereses por parte de los patriotas que compartían la visión martiana sobre las pretensiones yanquis, y preparar el camino para adueñarse de Cuba bajo una apariencia de legalidad y buena voluntad. El primero de enero de 1899 quedó instaurado un gobierno interventor militar norteamericano, con el general John R. Brooke al frente.

Como el Congreso de Estados Unidos no estaba facultado para promulgar leyes con respecto a Cuba porque jurídicamente no asumía la soberanía sobre ésta, durante la ocupación se gobernó mediante órdenes militares, algunas de ellas muy necesarias a sus intereses. El 6 de enero, el gobierno interventor dictó un bando militar disponiendo el desarme general de la población, con el objetivo de liquidar toda posibilidad de resistencia armada y sentar las bases para la disolución del Ejercito Libertador, acerca de cuyo desarme traba en Washington una comisión de la Asamblea de Representantes de la Revolución Cubana.

El repentino fallecimiento del mayor general Calixto Garcia representó la desaparición de un escollo para Estados Unidos. Un paso posterior fue el envío a Cuba del asesor y representante personal del presidente Mc Kinley, Robert P. Forter, para persuadir al mayor general Máximo Gómez de que abandonara su campamento militar en las inmediaciones de la ciudad de Remedios, se trasladara a la capital, y aceptara el desarme y disolución del Ejercito Libertador a cambio de la dádiva de 3 millones de pesos.

Los puntos de vista divergentes entre Gómez y la Asamblea de Representantes con respecto a la disolución del Ejercito Libertador por empréstito o dádiva, llegaron a tal punto que, el 12 de marzo de 1899, ésta aprobó una moción destituyéndole de su cargo. El amplio movimiento popular de desagravio al Generalísimo provocado por esa medida colocó a la Asamblea en una difícil situación y tuvo que disolverse el 4 de abril de 1899, quedando expedito el camino para la realización de las pretensiones norteamericanas sobre el destino de la fuerza militar cubana. Nunca debió negociarse su licenciamiento; importante aspecto que escapó a los representantes de los intereses del pueblo cubano, quienes se enfrascaron en la discusión de cómo debía hacerse, cuando en realidad de lo que se trataba era de no admitirlo.

El mayor logro de la administración del general Brooke fue la liquidación del Ejercito Libertador, cuya presencia armada y experiencia en guerra de guerrillas resultaban una pesadilla para Washington durante la ocupación de la Isla, y como advirtió el senador Foraker, representaba un gran peligro porque, de producirse encuentros armados entre cubanos y norteamericanos, surgirían graves problemas y gastos que:

“Tengo la opinión que en cuanto los soldados americanos apunten sobre los cubanos, si es que lo hacen, habrá que pagar el daño; la administración en Washington tendrá que pagarlo y desde ahora les digo que no habrá fondos suficientes para hacerlo”. La eliminación del Ejercito Libertador, unida a la anterior desactivación del Partido Revolucionario Cubano con su órgano de prensa, Patria, y a la disolución de la Asamblea del Cerro, dejaron a los cubanos a merced del designio de los gobernantes norteamericanos.

El general Leonardo Wood*, al frente del gobierno de ocupación militar a partir de 1900, trató de neutralizar a los líderes independentistas:

“Propongo crear un comité integrado por el general Gómez, el general Rodríguez y algún otro de los antiguos generales, para que velen por los soldados viejos y lisiados de la guerra; darle al general Gómez $ 5 000 anuales, a Rodríguez $ 3 600 y a cualquier otro asociado $ 2 400. Estos hombres gozan de una gran influencia en él ejército y en el pueblo. En la práctica se están muriendo de hambre, al menos, viven de lo que les dan sus amigos”.
Por supuesto, Gómez rechazó la oferta y manifestó su renuencia a limitar su fidelidad política. El plan Wood no se materializó.

El 1ro. de enero de 1899, el general norteamericano reunió a varios altos oficiales del Ejército Libertador, entre ellos a Bartolomé Masó**, y los exhortó a respaldar la política de su gobierno hacia Cuba. Los cubanos lo acusaron de favorecer el control permanente de Estados Unidos sobre la Isla y uno de ellos, el general José Miró Argenter, le imputó estar planificando la anexión en vez de la independencia. Hipócritamente Wood lo negó.

Apreciando que los cubanos no cejarían en el empeño de alcanzar la independencia sin restricciones, los gobernantes norteamericanos comprendieron que no les sería fácil cambiar el espíritu de la Resolución Conjunta y pensaron en una fórmula para mantener la Isla “…ligada a nosotros por vínculos de intimidad y fuerza…”, justificándolos como necesarios para “…asegurar el perdurable bienestar…” de ella.
Los hombres de negocios estadounidenses desempeñaron un papel principal en tales circunstancias. George B. Hopkins, importante magnate, escribió al senador Spooner:

“…nos impresionamos de manera favorable con la magnífica oportunidad que se ofrece para la construcción de un tronco de líneas ferroviarias por todo el medio de Cuba hasta Santiago, con algunos ramales laterales hacia las poblaciones portuarias del norte y del sur… Si no se hace como una proposición comercial, debe realizarse inmediatamente con propósitos militares”.

“…consideramos que le corresponde al capital, americano construir este Ferrocarril y aquí pudiera ser promovido por las personas indicadas”.

“Queremos decir que no debe permitirse que se despoje a los americanos de los negocios ni de nada en Cuba. Es, y con mucho, el pedazo de tierra más valiosa que yo haya visto jamás… Ahora y siempre los intereses comerciales favorecen la anexión. Sobrellévense las condiciones actuales, o cualesquiera otras condiciones decentes, durante el periodo de tiempo relativamente corto, y los intereses comerciales llegarán a ser tan poderosos que podrán dictaminar y dictaminarán la política final de todo el pueblo…”.
Lo propuesto no sólo suministraría grandes ganancias a Estados Unidos, sino que, además, aumentaría su influencia en Cuba, estimularía el aumento de sus inversiones y comercio, y acondicionaría el camino para el control total en ella.

La mentalidad prevaleciente entonces en las altas esferas del gobierno norteamericano se evidencia en el siguiente fragmento de una carta del ex-presidente Grover Cleveland, de fecha 26 de marzo de 1900: “Me temo que Cuba debiera ser sumergida por algún tiempo antes de que pudiera ser un estado, territorio o colonia de los Estados Unidos del que estuviéramos especialmente orgullosos”. 60 La posibilidad del exterminio de la población cubana manejada años antes por Breckenridge, era nuevamente sugerida.

Mark Twain, célebre escritor norteamericano, refiriéndose a la Resolución Conjunta, escribió en él más importante de sus trabajos antimperialistas que existía un fuerte movimiento “…para evadirnos de nuestro contrato con Cuba establecido por el Congreso. Se trata de un país rico y muchos de nosotros ya comenzamos a pensar que el convenio fue un error sentimental”.
El 28 de julio de 1900, el United States Investor, principal diario de Wall Street, publicó en un editorial la previsión de Twain y comentaba que su país cometió “…un gran error cuando prometimos darla la Independencia al pueblo cubano. Por desgracia, el pueblo americano es impulsivo e indiscreto. Debemos romper el compromiso porque nuestro interés es hacerlo así. Retirarse de Cuba sería un crimen que no estaría justificado por una promesa hecha, por ignorancia, a los cubanos”. El vocero yanqui terminaba demandando proceder a la anexión para poner fin al problema.

El gobierno interventor dictó la Orden Militar No. 301 de fecha 25 de julio de 1900, estableciendo la convocatoria a elecciones para delegados a una asamblea o convención destinada a redactar y adoptar la Constitución de la república que se establecería en Cuba.
La Asamblea Constituyente celebró su primera sesión el 5 de noviembre de 1900. En ella el gobernador Wood se dirigió a los delegados:

“Será nuestro deber, en primer término, redactar y adoptar una constitución para Cuba, y una vez terminada ésta, formular cuales deben ser a nuestro juicio las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos»”
El 11 de febrero finalizaron los debates con la aprobación del texto constitucional. Al día siguiente, llegado el momento de discutir las relaciones bilaterales, la Asamblea Constituyente designó una comisión de cinco miembros para que se encargara de estudiar y proponer cuales debían ser sus bases. De inmediato Wood les hizo saber las instrucciones recibidas del secretario de Guerra de su país, Elihu Root, sobre los extremos que el ejecutivo norteamericano sugería y recomendaba.

Tales instrucciones, con muy pocas modificaciones, eran los artículos que conformaban el cuerpo de la Enmienda Platt, la cual fue presentada en el Senado norteamericano el 26 de febrero por el presidente de la Comisión de Relaciones con Cuba, el senador Orville H. Platt. En la madrugada del 28 de febrero quedó aprobada, con la oposición de algunos congresistas simpatizantes con la causa cubana, como una enmienda al proyecto 14017 de la Cámara, que fijaba los créditos para el sostenimiento del ejército de ocupación militar en Cuba.

Paralelamente, la comisión designada por la Asamblea constituyente cubana para redactar el proyecto acerca de las relaciones a establecer con Estados Unidos, entregaba un informe contentivo de cinco declaraciones bases contrapuestas a las instrucciones impartidas por Wood, en especial a las relativas al reconocimiento del derecho de intervención y al establecimiento de estaciones navales en la Isla.

Ente las declaraciones de la comisión se destacaban la primera, por su antagonismo con respecto a la Enmienda Platt y al primer artículo del Tratado Permanente que sería igualmente impuesto, muy parecidos en su letra, pero con finalidades opuestas al contenido del documento cubano. Y la quinta, concerniente al verdadero objetivo de la “reciprocidad” comercial que esa nación establecería con Cuba.

Por mediación de Wood, la Asamblea Constituyente recibió una comunicación que en esencia planteaba la imposibilidad del presidente de Estados Unidos de modificar el texto de la Enmienda aprobada por ambas Cámaras, y de retirar el ejército de ocupación mientras esta no fuera aceptada como apéndice a la Constitución cubana. Ante el dilema “capitulación o rebeldía”, fue aceptada dieciséis votos contra once.

Al terminar la sesión, el general José Lacret Morlot, uno de los que votó “NO”, exclamó: “…Hoy, 28 de mayo de 1901, día para mí de luto, nos hemos esclavizado para siempre con férreas y gruesas cadenas».

En su escrito Voto particular contra la Enmienda Platt, el patriota Salvador Cisneros Betancourt expuso las razones de su oposición al documento:

“Que con dichas relaciones está de manifiesto que los americanos no vinieron a Cuba puramente por humanidad como pregonaban; sino con miras particulares y muy interesadas”.

“Que no debemos caer en una celada; vendiendo nuestra honra e independencia absoluta, por concesiones que hagamos a favor de los Estados Unidos, sin que por su parte nos concedan ventaja alguna”.
Sobre el hecho, Leonardo Wood expresó:

“Por supuesto, que a Cuba se le ha dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt (…) todo lo cual es evidente que está en lo absoluto en nuestras manos y creo que no hay un gobierno europeo que la considere por un momento otra cosa sino lo que es, una verdadera dependencia de los Estados Unidos, y como tal es acreedora a nuestra consideración. Con el control que sin duda pronto se convertirá en posesión, en breve prácticamente controlaremos el comercio de azúcar en el mundo. Creo que es una adquisición muy deseable para los Estados Unidos. La isla sé norteamericanizará gradualmente y, a su debido tiempo, contaremos con una de las más ricas y deseables posesiones que haya en el mundo…”.
El pueblo cubano no permaneció impasible ante la acción escamoteadora de su independencia, y así lo demostró el 2 de marzo de 1901 cuando una nutrida manifestación se dirigió al lugar donde se reunía la Asamblea Constituyente para pronunciarse contra le Enmienda, y después hacia el Palacio de los Capitanes Generales, residencia de Wood, para manifestarle el total rechazo al documento.

En carta dirigida a Root, el 25 de octubre de 1901, Wood se refirió brevemente al asunto, señalando: “Con el control que ejercemos sobre Cuba “por medio de la Enmienda Platt”, control éste que indudablemente pronto habrá de convertirse en posesión, combinado con otras tierras productoras de azúcar que ahora nos pertenecen, en muy poco tiempo dominaremos el negocio azucarero del mundo o, por lo menos, una gran parte de él… CONSIDERO A CUBA COMO LA MÁS DESEABLE ADQUISICION QUE PUDIERAN HACER LOS ESTADOS UNIDOS. POR SI SOLA VALE LO QUE DOS ESTADOS SUREÑOS, POSIBLEMETE TRES CUALESQUIERA, CON EXCEPCION DE TEXAS… ES PROBABLE QUE, TAN PRONTO NUESTROS PRODUCTORES NACIONALES DE AZUCAR COMPRENDAN QUE NUESTRA POLITICA ES DARLE UNA OPORTUNIDAD A CUBA, TRASLADEN, SIN LUGAR A DUDAS, SUS INDUSTRIAS A LA MISMA, Y LA ISLA, BAJO EL IMPETU DE UNA ENERGIA Y UN CAPITAL NUEVOS, NO SOLO SE DESARROLLE SINO QUE SE AMERICANICE GRADUALMENTE Y, EN SU OPORTUNIDAD, LLEGUEMOS A CONTAR CON UNA DE LAS MAS RICAS Y APETECIBLES POSESIONES DEL MUNDO”.

Gobiernos Pro-imperialistas de periodo e Intervenciones

El siguiente paso de Estados Unidos consistió en la elección de un gobierno cubano que respondiera a sus intereses. Retirado Gómez de la escena política y muerto repentinamente Calixto García, solo quedaba Bartolomé Masó como el candidato histórico de todos los cubanos. La figura escogida para ser contrapuesta a la Coalición por Masó, antinjerencista, fue Tomás Estrada Palma.

La posición antiplattista de Masó quedó reflejada en las declaraciones publicadas en el periódico El Mundo: “Hay un derecho contra el cual se estrellan todos los demás. Ese derecho es el de la fuerza, del que ha nacido le ley Platt, esa decantada ley que tan horrorosa decepción nos ha hecho sufrir…”.
Principal tarea de Estrada Palma –impuesto tras manejos fraudulentos- fue formalizar los tratados derivados del apéndice constitucional. El 22 de mayo de 1903, delegados plenipotenciarios de ambos gobiernos firmaron el “Tratado Permanente determinando las relaciones entre la República de Cuba y los Estados Unidos”, donde se incluían los siete primeros artículos de la Enmienda Platt, y un octavo referente a la concertación del propio tratado, llamado a ser la “base legal” para la firma de los demás.

Con anterioridad, fue firmado el “Convenio de 16-23 de febrero de 1903, entre la República de Cuba y los Estados Unidos de América para arrendar a los Estados Unidos (bajo las condiciones que habrán de convenirse por los dos gobiernos) tierras en Cuba para estaciones carboneras y navales”, preámbulo para la adopción del de 2 de julio de 1903, mediante el cual se reglamentaba el arrendamiento.

El 11 de diciembre de 1902, los plenipotenciarios de ambos países habían sancionado el “Tratado de Reciprocidad Comercial entre Cuba y los Estados Unidos” que, ratificado y aprobado en las distintas instancias, comenzó a regir el 27 de diciembre de 1903.

Con respecto al convenio de 16-23 de febrero de ese año, es preciso destacar que gracias a los esfuerzos diplomáticos de cubanos independentistas se logró que los territorios para bases no fueran vendidos o concedidos, sino arrendados, y que La Habana no figurara como territorio para ello, pues de los cuatro enclaves pretendidos –Nipe, Cienfuegos, Guantánamo y Bahía Honda-, solo se acordaron las dos últimas, -más tarde limitada únicamente a Guantánamo-, así como que Estados Unidos ejercerían jurisdicción sobre ellas mientras las ocupasen, pero la soberanía correspondía a Cuba.

En esos documentos, incluido el Tratado de Relaciones de 1934 se ha ignorado la temporalidad del arriendo, lo cual constituye un absurdo jurídico al no reconocer el derecho del propietario de algo arrendado a recobrarlo en determinado momento.

Él artículo I del acuerdo de 16-23 de febrero de 1903 establecía:

“La República de Cuba arrienda por el presente a los Estados Unidos “por el tiempo que las necesitaren” ** y para el objeto de establecer en ellas estaciones carboneras y navales, las extensiones de tierra y agua situadas en la Isla de Cuba que a continuación se describen…”.
Mientras en el III del tratado de 1934 se señalaba:

“En tanto las dos partes contratantes no se pongan de acuerdo para la modificación o abrogación de las estipulaciones del Convenio firmado por el Presidente de la República de Cuba el 16 de febrero de 1903, y por el Presidente de los Estados Unidos de América el 23 del mismo mes y año, (…) seguirán en vigor las estipulaciones de ese Convenio en cuanto a la Estación Naval de Guantánamo”. A lo anteriormente expuesto se suma la letra del Tratado Permanente del 22 de mayo de 1903, en esencia contenida en la Enmienda Platt. Nada hay más contradictorio entre sí que los artículos I y VII, cuya comparación no deja dudas de que Cuba era considerada por Estados Unidos como una propiedad.

El precio del arriendo en dos mil pesos moneda de oro –en la actualidad 4 085 dólares anuales, es decir unos 340 mensuales, es por demás ridículo. Por una elemental cuestión de principios, desde 1959 la Revolución no ha hecho efectivo los cheques y “…se coleccionan para exhibirlos en el Museo de la Base Naval cuando sea devuelta a Cuba”. En la práctica, el Tratado de Reciprocidad Comercial entre Cuba y los Estados Unidos fue otro instrumento para la consumación del dominio económico imperialista, cuyas primeras manifestaciones se apreciaban ya desde el siglo XIX. Entre la última década de este y principios del siguiente, Estados Unidos se convirtió en la verdadera metrópoli económica de Cuba, con inversiones millonarias y el control monopólico de su industria azucarera.

En el mensaje al Congreso, en diciembre de 1902, el presidente Teodoro Roosevelt expuso: “Insisto en aconsejar el planteamiento de la reciprocidad con Cuba, no solo por favorecer eficacísimamente nuestros intereses, dominar el mercado cubano, e imponer nuestra supremacía en todas las tierras y mares tropicales que se hallan al sur de nosotros…”.
La fraudulenta reelección de Estrada Palma en 1906 dio origen a la rebelión de los opositores, conocida como Guerrita de Agosto. Imposibilitado de dominar la situación, el presidente cubano protagonizó su último acto antipatriótico: la entrega de Cuba para la segunda intervención militar yanqui, en el citado año, la cual se extendió por 28 meses bajo el mandado de Charles Magoon. Este, asesorado por Frank Steinhart* y en complicidad con él, en menos de dos años despilfarró los 16 millones de pesos encontrados en el Tesoro y gastó los 100 millones recaudados, dejando una deuda ascendiente a 11, además de entronizar la corrupción administrativa.

Esa segunda intervención militar ocasionó millonarios gastos –independientemente del dinero despilfarrado y robado por Magoon-, que el gobierno yanqui cobró de los fondos del Tesoro cubano. El Negociado de Asuntos Insulares del Departamento de Guerra de Estados Unidos señaló en su informe correspondiente al 10 de diciembre de 1908:

“Juzgamos oportuno consignar que los gastos hechos por los Estados Unidos con motivo de la intervención y los desembolsos extraordinarios para el Ejercito de Pacificación de Cuba, mantenido en la Isla durante el Gobierno Provisional, ascienden hasta el 30 de junio de 1908 a la cantidad de $ 5 311 822.02 y esta suma se aumentará considerablemente antes de la terminación de dicho gobierno y crecerá aún más por los gastos que ocasionará la retirada y distribución de las tropas hoy en Cuba”.
En enero del siguiente año, el gobierno interventor instaló en el poder a José Miguel Gómez, “Tiburón”, con la advertencia de no alterar el orden porque, de hacerlo, la intervención adoptaría forma permanente.

El 20 de mayo de 1912 tuvo lugar el alzamiento armado del Partido de los Independientes de Color, el cual generó una violenta represión cuya secuela de horror y crímenes se elevó a alrededor de tres mil muertos y propició una nueva intervención militar. Ante esos incidentes, el embajador de Estados Unidos en Cuba, A.M. Beaupré, envió una nota al gobierno cubano informándole: “… que, como medida precautoria, se ha decidido enviar un cañonero a la bahía de Nipe, y reunir una fuerza naval en Key West en anticipación de posibles eventualidades. (…) que en caso de que el Gobierno de S.E. no pueda o deje de proteger las vidas y haciendas de los ciudadanos americanos, mi Gobierno, siguiendo la conducta de siempre para tales casos, desembarcará fuerzas para prestar la protección necesaria”. Estados Unidos dispuso de la titulada Primera Brigada Provisional, la cual traspuso los límites de la base naval de Guantánamo con el anunciado propósito de “ocupar y defender puntos estratégicos del interior”. El 30 de mayo, un grupo de fusileros yanquis desembarcó en Daiquirí para proteger a la Spanish American Iron Co, y dos días mas tarde su gobierno envió el siguiente despacho: “Mantenga una guardia regular de 200 hombres en Daiquirí y Firmeza, y 50 hombres en el Cobre, para proteger las compañías Spanish American, Juraguá y Cuba Copper. Esto es importantísimo”.
El 5 de junio, quinientos fusileros estadounidenses ocuparon la ciudad de Guantánamo; cuatro acorazados salieron de Key West, y cinco mil soldados se hallaban dispuestos para entrar en acción. El 6, fue ocupado El Cobre, y siete compañías se desplegaron a lo largo de la línea férrea Guantanamo-Western Railroad, para resguardar instalaciones azucareras yanquis. El 9, el embajador Beaupré pidió –para su protección- él envió a La Habana de un barco de guerra, y le llegaron dos. El informe de su gobierno, del día 10, expresaba: Los Estados Unidos no pretenden la intervención en Cuba, pero esperan y creen que el Gobierno cubano tomará prontas y enérgicas medidas para reprimir la insurrección”.
El levantamiento del Partido Liberal, en febrero de 1917, conocido como La Chambelona*, tampoco fue del agrado yanqui. Con el pretexto de “proteger el suministro de agua a la base y salvaguardar propiedades americanas”, destacamentos de marines traspasaron los límites de esa instalación militar y ocuparon diferentes puntos. De hecho, ese proceder representó un tácito apoyo al gobierno de turno, y demostró a los políticos que los futuros cuartelazos debían llevar el visto bueno de Estados Unidos.

A finales de 1920, el general Enoch H. Crowder fue designado como delegado personal del presidente norteamericano, en franca misión injerencista, con el pretexto de controlar la difícil situación económica y política del Estado cubano. Crowder debía aparecer como restaurador de la moralidad y defensor de los intereses de la Isla, para lo cual dispuso la celebración de nuevas elecciones, de acuerdo con un código redactado por él. Su vasta experiencia estaba avalada por una hoja de servicios que incluía la participación en la primera intervención militar y sus responsabilidades al frente de las secretarías de Justicia y Asuntos Extranjeros durante la segunda.

El nuevo proconsul * llegó a bordo del acorazado Minnesota, el 6 de enero de 1921, y realizó las elecciones en marzo, resultando electo Alfredo Zayas Alfonso, quien asumió la presidencia el 20 de mayo de ese año. El Programa de Crowder se centraba en dos aspectos fundamentales: solución de la crisis económica mediante un empréstito concertado en Estados Unidos, con las consabidas condiciones de fiscalización y vigilancia directa sobre la actividad estatal cubana; y la moralización administrativa con la constitución de un nuevo gabinete –“Gabinete de la Honradez”-, que respondiera a la política intervencionista norteamericana.

No hubo aspecto de la vida nacional en el cual él no se inmiscuyera a favor de los intereses de su país. Durante un viaje a Washington, en octubre de 1922, para informar de su misión y recibir nuevas instrucciones, fue designado embajador en la Isla.
Transcurrido tres años ocupó la presidencia Gerardo Machado Morales, con el beneplácito de Estados Unidos. El nuevo mandatario padecía los mismos males y vicios de los anteriores. Se caracterizó por una gran demagogia sobre la política económica, con la cual se enriqueció y benefició a la banca norteamericana, así como por el terror y la represión más feroces. Crowder recibió con complacencia ese gobierno y permaneció en Cuba hasta 1927, cuando renunció a su cargo.

El caso de la intromisión de Estados Unidos en Cuba no era único. Una fehaciente muestra de su injerencia en América Latina y de la sumisión de los gobernantes impuestos por él en ella, fue la VI Conferencia Panamericana que, celebrada en La Habana el 16 de enero de 1928, constituyó una farsa porque reunió al explotador, encabezado por el presidente Calvin Coolidge, con sus títeres para discutir cuestiones sólo beneficiosas a sus monopolios.

Durante este período, del seno del pueblo surgieron personalidades como Alfredo López, Julio Antonio Mella, Carlos Baliño, Rugen Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau, Antonio Guiteras Holmes y otros muchos, devenidos continuadores de la lucha iniciada en el pasado siglo y fieles exponentes del antimperialismo.

La figura del servil Machado se convirtió en estorbo para Estados Unidos, cuyo gobierno, entonces presidido por Franklin Delano Roosevelt, envió a Benjamin Sumner Welles. Este llegó a Cuba el primero de mayo de 1933, con la misión de lograr “la mediación” y ponerse en contacto con los jefes de la oposición.

El 12 de agosto, el tirano Gerardo Machado huyó del país, no a consecuencia de “la mediación”, sino por la situación revolucionaria. Sin embargo, la revolución resultaría nuevamente frustrada con el concurso de Estados Unidos, que a partir de ese momento trabajaría por sentar las bases para utilizar a “un hombre fuerte” sustentado en un ejercito y órganos represivos, siempre bajo su apoyo y asesoramiento.

La madrugada del 4 de septiembre, el embajador Welles resultó sorprendido cuando un grupo de sargentos y soldados, junto con fuerzas opositoras al gobierno de Carlos M. de Céspedes (hijo), provocaron un golpe militar del cual emergió la figura del sargento Fulgencio Batista Zaldivar.

Al cuartelazo siguieron días convulsos; se organizó un gobierno colectivo conocido como “Pentarquía”, ante cuyo derrumbe, el 10 de septiembre, Ramón Grau San Martín fue designado como presidente provisional de lo que se dio en llamar Gobierno de los 100 días. Estados Unidos se negó a reconocer esa administración y envió buques de guerra para estimular su caída, temeroso por las medidas populares contrarias a sus intereses impulsadas particularmente por el secretario de Gobernación, Antonio Guiteras Holmes.

Ante las intensas luchas de los obreros y estudiantes, el gobierno, casi siempre por iniciativa de Guiteras, dictó decretos en virtud de los cuales se estableció la jornada máxima de ocho horas en la industria azucarera y demás ramas de la economía; fijó el jornal mínimo; prohibió el empleo de menores de 18 años en labores nocturnas, y de 14, como aprendices; normó la obligatoriedad de emplear a no menos de un 50% de cubanos en cualquier centro de trabajo: rebajó las tarifas de gas y electricidad, e intervino la mal llamada Compañía Cubana de Electricidad, entre otras medidas de interés.

Motines y alzamientos contrarrevolucionarios, con la complicidad de la embajada norteamerica, consolidaron la figura de Batista. El 18 de diciembre concluyó su actividad directa en Cuba el embajador Sumner Welles, quien no obstante continuó influyendo desde su nuevo cargo de subsecretario de Estado en Washington. Le sucedió Jefferson Caffery, con la misión de utilizar a Batista para hacer saltar al gobierno y “normalizar” la situación del país.

Presionado por Batista, la burguesía nacional y la embajada de Estados Unidos, el 15 de enero de 1934, mediante un golpe de Estado, fue derrocado el presidente Grau, quien en entrevista publicada en el New York Times, el 20 de octubre de 1933, se había referido al no reconocimiento de su gobierno por Estados Unidos como: “! una intervención por inercia!”.
Carlos Hevia lo sustituyó por breves horas, mientras se hacían los ajustes necesarios para situar en el poder a Carlos Mendieta, recomendado por Welles. De esa forma se inició el mandato del reaccionario gobierno Batista-Caffery-Mendieta, caracterizado por su total entrega a las apetencias yanquis.

Aunque en 1934 fue derogada la Enmienda Platt, algunos de sus artículos continuaron vigentes mediante maniobras “legales”. En realidad, el gobierno de Estados Unidos no necesitaba ya recurrir al derecho de intervención porque había creado los mecanismos que le permitieran mantener su dominio: en primer lugar, una dependencia económica prácticamente total y, en segundo, los aparatos político-administrativo y militar estaban a su servicio.

Sin perder su esencia, la nueva política exterior norteamericana constituía un cambio cosmético con relación a la tradicional del Big Stick (Gran Garrote), al sustentar como base el reconocimiento del principio de no intervención.

En Cuba, la etapa de violencia y atropellos contra el pueblo reanudada por Mendieta incrementó el movimiento revolucionario; uno de los momentos más relevantes de esa situación fue la huelga general de marzo de 1935, devenida baño de sangre por instrucciones de Caffery.

Por esos años, Batista adoptó una actitud oportunista dirigida a atraer a las fuerzas antifascistas cubanas, en momentos en que los intereses del vecino del Norte coincidían con los del movimiento revolucionario internacional en la lucha contra el nazifascismo en ascenso. Como parte del rearme yanqui debido a la Segunda Guerra Mundial, en esa etapa se realizaron ampliaciones en la base aeronaval de Guantánamo y se establecieron bases aéreas en San Julián, Pinar del Río; San Antonio de los Baños, La Habana; un campo de aterrizaje en Camagüey y apostaderos navales en Caibarién e Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud.

Al término de la Segunda Guerra Mundial, en medio del júbilo cubano por la victoria, la insinuación de algunos voceros de retener las bases provisionales en el Caribe provocó inquietudes populares. La pronta reintegración a Cuba de las áreas del territorio nacional ocupadas por los citados enclaves militares se convirtió en factor aglutinante de la población, que frustró la intención yanqui de conservarlos.

Para entonces Estados Unidos promovió un reordenamiento de sus relaciones con América Latina y pasó a ejercer mayor dominio económico y político en la región. Un paso importante en ello fue la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA), en 1948, empleada para mantener a los gobiernos latinoamericanos atados a sus designios y dar visos legales a su injerencia.

A partir de finales de la década del 40 acaecieron en América Latina una serie de golpes de Estado dirigidos a elevar al poder a las camarillas más reaccionarias. Siguiendo esa línea, Estados Unidos fomentó abiertamente la ocurrencia de una situación similar en Cuba, donde no obstante el servil sometimiento de los gobiernos de Ramón Grau y Carlos Prío, las autoridades norteamericanas no se sentían satisfechas ni confiadas con la situación interna, y aspiraban a un sometimiento más completo del país.

Durante la presidencia de Prío tuvo lugar otro de los muchos incidentes que provocaron la indignación de los cubanos, cuando el 11 de marzo de 1949 un grupo de marineros yanquis, pertenecientes a un buque de guerra anclado en la bahía de La Habana en “visita de buena voluntad”, ultrajó la estatua de José Martí situada en el Parque Central de la capital. La policía del régimen intervino, pero solo para proteger de la ira popular a los profanadores.

Tanto el gobierno norteamericano como los sectores más reaccionarios de las clases dominantes nacionales temían seriamente un triunfo del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), lidereado por Eduardo R. Chibás*, en las elecciones de junio de 1952. Si así resultaba, corrían el riesgo de que, sin que ello implicara un cambio social revolucionario, el movimiento popular se fortaleciera. La inminencia de la victoria ortodoxa conllevó al golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, encabezado por Fulgencio Batista, con apoyo estadounidense. Desde ese día, hasta el 31 de diciembre de 1958, Estados Unidos le prestó apoyo económico, político y militar, materializado con el envío de asesores, suministro logístico, misiones militares y preparación de cuadros. Las bombas y cohetes lanzados por la aviación del régimen contra los territorios y poblados ocupados por el Ejército Rebelde, llevaban la bandera de ese país y la base naval de Guantánamo fue utilizada para apoyar las operaciones militares de la tiranía.

Durante esta etapa el injerencismo yanqui no se detuvo. Esto quedó demostrado por la labor de los embajadores Arthur Gardner y Earl T. Smith, este último llegado a Cuba a mediados de 1957 en sustitución del primero, quien era íntimo de Batista y cuya labor comenzó a ser considerada a finales de 1956 por el ascenso de la lucha.

Smith dio pasos para penetrar las filas revolucionarias y propiciar el incremento de la actividad de la CIA; además, se encargó de transmitir personalmente a Batista las instrucciones de su gobierno sobre la estrategia a seguir para enfrentar la crisis política desatada en Cuba.

Según propia confesión en su libro The Fourth Floor (El Cuarto Piso) 78, llegó a Cuba con dos directrices fundamentales: borrar la imagen pública dejada por Gardner en el sentido de una estrecha vinculación de dependencia entre el régimen y su gobierno, y convencer a Batista de lo imprescindible de mejorar su propia situación.

La administración norteamericana seguía apoyándolo, pero preveía la necesidad de sustituirlo en un momento dado; realidad que explica el doble juego desarrollado por Smith al reunirse frecuentemente con figuras de la oposición burguesa.

Debido al auge de la lucha revolucionaria, Batista decidió una vez más suspender las garantías constitucionales y restablecer la censura de prensa, en franca contradicción con las instrucciones recibidas de sus protectores, que le habían recomendado presentar una imagen grata ante la opinión pública.

Como colofón a la situación creada, Smith y Batista se entrevistaron nuevamente el 17 de diciembre de 1958. Según el libro citado, el primero de ellos planteó:

“De acuerdo con mis instrucciones, le expuse al Presidente que el Departamento de Estado miraba con escepticismo cualquier plan o intención de su parte que significara permanencia indefinidamente en Cuba. Le sugerí a Batista que se pasara un año o más en España o en cualquier otro país y que no demorara su salida de Cuba más tiempo que el necesario para una ordenada transmisión de poderes”.
Posteriormente el diplomático norteamericano reconoció el carácter intervencionista de su papel: “Los Estados Unidos, diplomática, pero claramente, le habían dicho al Presidente de la República que debía irse de su propio país”.
El triunfo de la Revolución, el primero de enero de 1959, puso fin para siempre al ciclo de sucesivos regímenes al servicio de Estados Unidos. Los acontecimientos posteriores son conocidos: el gobierno norteamericano estaba erróneamente convencido de que a la larga podría solucionar cualquier situación interna en Cuba.

A partir de entonces se produjo un cambio radical en la historia de las relaciones entre ambas naciones, pues por primera vez Cuba pasaría de un estado de dependencia al de reclamo del respeto a su soberanía y autodeterminación.

Por DrC Sayly de la Caridad Rodríguez Santana. Coordinadora del Observatorio Social Universitario (OSU) de la UNICA.

Referencia Bibliográfica
Manual del Diferendo Estados Unidos Cuba,

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