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Ignacio Agramonte y Loynaz: ejemplo de valor e intransigencia.

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Como otros precursores de la rebeldía mambí, Ignacio Agramonte y Loynaz, procedía de cuna adinerada y en ella se forjó, pero precisamente por la cultura que pudo ofrecérsele también conoció de las ideas más avanzadas de la época casi todas enmarcadas en la Europa del siglo XIX y más específicamente en Francia y sus predecesores utópicos como Juan Jacobo Rousseau.

Pudo más su visión patriótica que lo llevó a renunciar temprano a tales circundantes beneficios, incorporándose a la manigua redentora dejando atrás a su venerada esposa Amalia.

Fue uno de los líderes más sobresalientes de la Guerra de los Diez Años. En los tres años y medio de su vida militar participó en más de cien combates. Como jefe supo combinar los principios de la táctica con la lucha irregular en las condiciones de las extensas sabanas de Camagüey undamentalmente con el empleo de la caballería. Llegó a establecer una sólida base de operaciones en ese territorio y prestó especial atención a la preparación militar y general de los jefes y oficiales, para lo cual creó escuelas militares como la de Jimaguayú.

Conspirador en 1868, miembro del Comité Revolucionario camagüeyano el 26 de noviembre de 1868 en Las Minas y de la Asamablea de Representantes del Centro el 26 de febrero del 69 en Sibanicú. Asambleísta en Guáimaro, secretario de la Cámara de Representante hasta el 26 de abril en que como Mayor general ocupó el cargo de jefe de la División del Ejercito Libertador en la región agramontina.

Tratado con cariño y respeto por sus subordinados con el sobrenombre de «El Mayor», impuso estricta organización y disciplina a sus tropas. «El Bayardo», sobrenombre con el que pasó a la historia, es un símbolo de gallardía, patriotismo y valor. Los Veteranos de la guerra de independencia siempre llamaron a Agramonte: «Paladín de la vergüenza» y «Apóstol inmaculado«

El 8 de octubre de 1871, Agramonte dirige la acción combativa más conocida por su intrepidez, destreza e importancia política, el Rescate del brigadier Julio Sanguily Garritte; con poco más de 30 hombres enfrenta a una tropa enemiga de 120 que conducía al Brigadier y otros prisioneros, con ello evitó que las fuerzas españolas entraran a la ciudad de Puerto Príncipe con el segundo al mando del Ejército Libertador como prisionero. Esta brillante acción fue un ejemplo de capacidad organizativa, coraje y valentía

El 9 de Mayo 1873, en Jimaguayú se dirige el Mayor General Agramonte al campo de donde se había dispuesto una concentración de tropas de las Villas y el Oeste, llegando allí al mediodía entre las delirantes aclamaciones del ejército acampado. Su entrada en aquel escenario revistió caracteres de apoteosis, pues frescos todavía los laureles alcanzados en brillantes combates contra el enemigo de la Patria, prorrumpieron en entusiastas y atronadores vivas al general y a su ejército.

El 10 fue de jácara y de júbilo en aquel lugar; la oficialidad de Caunao daba un banquete a la de las Villas, al que asistieron el general Agramonte, con todo su Estado Mayor, y el valiente coronel Reeve, con su oficialidad de caballería. A las ocho y media de la noche había terminado la fiesta y entonces, supo Agramonte que a Cachaza lugar cercano, había llegado y acababa de acampar una fuerte columna española, de las tres armas. Ya a las dos de la mañana estaba en pie y preparaba la patrulla exploradora que salía, momentos después, a buscar al enemigo.

A las cinco del día 11 resuenan en los ámbitos del campamento cubano las notas alegres de la Diana y momentos después el gallardo general adopta las disposiciones procedentes para el combate. A las seis está dando órdenes a los jefes de infantería, mientras ya la caballería de Reeve, en el otro extremo del campamento, y que mira desde su posición Serafín Sánchez, realiza movimientos tácticos. El enemigo, estaba sobre las armas, porque ya a las siete de la mañana se escuchaba en el campamento cubano el tiroteo, entre nuestras patrullas y la tropa española, que avanzaba, en pos de aquéllas, razón por la cual se va sintiendo más cerca el fuego, hasta que irrumpe, con grandes precauciones, en el campo de Jimaguayú.

Agramonte, desde el principio del combate, decidió sostenerlo hasta la destrucción del enemigo, lo que le parecía posible, por su poderosa infantería y la situación en que la colocó. De seguro que si el Mayor no cae en la emboscada artera, que le costó la vida, Jimaguayú hubiera contemplado para los peninsulares un macheteo o una carga demoledora, de proporciones superiores.

Su muerte gloriosa, pero sombría, llega en el momento en que el general abandona su puesto para ocupar el de soldado; ocurrió yendo en compañía de cuatro hombres, cuando se dirigía imprudentemente hacia su caballería, situada en el lado opuesto del potrero. En el recorrido, recibe el disparo que le priva de la vida, procedente del flanco derecho, lanzado por la columna española.

El más insigne de los generales libertadores Máximo Gómez Baez es designado para sustituirle y expresa en distintos momentos sobre él… “vengo lleno de confianza en mis aptitudes a cumplir este mandato y con más razón cuando es muy difícil sustituir bien al Mayor General Ignacio Agramonte”… “Bolívar, hubiera podido ver en él a un futuro Sucre cubano”… “se había colocado en primera línea de todos los generales que combatimos, pues los conozco a todos. Estaba llamado, en lo porvenir, a ejercer grandes y altos destinos en su Patria”.

Efectivamente, solo trece días después, el 24 de ese mismo mes de mayo en 1873, había sido convocada una junta de jefes militares en las Tunas, en la cual se iba a proponer su nombramiento para el cargo de General en Jefe del Ejército Libertador, que hacía tiempo se encontraba vacante.

El Mayor no concurrió a la cita, había entregado ya su sangre generosa por la Patria sin aspirar a cargo ni encumbramiento alguno.

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