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Innovar y alejarse del agua tibia

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Si un concepto es transversal al informe central del recién concluido VIII Congreso del Partido, los resúmenes de las comisiones de trabajo y el discurso de clausura del Primer Secretario y Presidente de la República Miguel Díaz-Canel Bermúdez, es que la ciencia y la innovación son imprescindibles en el modelo de desarrollo cubano.

Obvio, no es un enfoque nuevo. Ha estado presente desde la intención de convertir a la Isla en un país de hombres y mujeres de ciencia, proclamada por Fidel apenas unos días después del primer año de la Revolución, hasta la ofensiva de los últimos 12 meses, en los que los innegables avances científico-técnicos nos han permitido responder a la pandemia de la COVID-19, incluso, en medio de una profunda y multicausal crisis económica.

Pero esa insistencia en hacer de la innovación un pilar en el diseño socioeconómico cubano, a todos los niveles y en todas las ramas del conocimiento —algo a lo que el Presidente cubano dedicó, incluso, su Tesis Doctoral—, representa un paso cualitativamente superior, en tanto implica no conformarnos con sobrevivir y resistir, sino plantearnos en serio crecer, con una prosperidad sostenible y duradera, de base científica y alejada del voluntarismo. La innovación vista no solo desde el academicismo, sino como fundamento o filosofía de vida. A fin de cuentas, el diccionario de la Lengua Española es muy explícito: innovar es “cambiar las cosas introduciendo novedades”; tan cerca del “cambiar todo lo que debe ser cambiado” legado por Fidel.

Innovar en el contexto nacional, de cara a los complejos desafíos de la Economía, no es inventar el agua tibia, ni mucho menos disfrazar de socialista prácticas capitalistas de larga data.

Ceder ante el reclamo de algunos que piden liberalizarlo todo generaría, quizás, la tan ansiada productividad de varios sectores, pero el costo social podría ser irreparable. No es que ahora no se noten las brechas de desigualdad al interior de la sociedad cubana, mas la voluntad expresa del Estado mantiene ciertos equilibrios a los que no podemos renunciar.

Innovar pasa por “aterrizar” la producción científico-técnica a los problemas concretos que deben ser dirimidos en el día a día (producir alimentos, humanizar y optimizar el trabajo, enfoque de economía verde y circular); innovar es construir colectivamente el conocimiento que lleve a mejores resultados (aun cuando suponga entrar en contradicción con indicaciones “de arriba”); innovar es echar por tierra el viejo axioma que reza “si no está roto no lo arregles”, porque hay “cosas” que, sin estar rotas”, no funcionan bien. De hecho, desde principios de los ´90, expertos en la llamada Psicología del Cambio están diciendo justo lo contrario: si no está roto, rómpelo… y haz algo mucho mejor.

El informe central del cónclave partidista señala con precisión los efectos del inmovilismo y la contemplación acrítica de los problemas, acaso la antítesis de la innovación. Dijo el General de Ejército Raúl Castro que, aun cuando en los últimos cinco años la economía cubana demostró “capacidad de resistencia frente a los obstáculos que representa el recrudecido bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos”, persisten “efectos negativos asociados al exceso de burocracia”.

¿Y qué es la burocracia, si no el más chato estancamiento de la capacidad de funcionar con eficiencia y pensar en alternativas, haciendo enrevesado, incluso, lo más sencillo? Sin embargo, la urgencia de entronizar un enfoque científico e innovador va más allá de contrarrestar los ejemplos puntuales y pedestres que nos hacen lamentar frente a una oficina cerrada, una firma y un cuño ausentes; o el desgano con que algunos asumen sus responsabilidades de cara a la población. Esos son solo las resonancias. Hay que ir a la raíz, como mandató José Martí.

La urgencia apunta a la credibilidad y la efectividad de algo tan grande y definitorio como la implementación de lo diseñado en los Lineamientos y la Conceptualización del modelo económico y social. Sin asomo de paternalismos, Raúl criticó que los encargados de “organizar, de manera adecuada, la participación de los diferentes actores” en la concreción de la letra de los Lineamientos no lo lograron; también fue de frente con los errores cometidos al calor de la Tarea Ordenamiento.

El efecto de estas deficiencias, en medio de un contexto al que no le han faltado “añadidos” (dígase más de 240 nuevas medidas para recrudecer el bloqueo o la paralización del turismo y la llegada de la COVID-19), lo hemos sentido en carne propia todos; por tanto, si bien la crítica no descubre nada nuevo, sí pone de relieve una verdad incontestable: nadie tiene patente de corzo para dejar de hacer lo que le toca.

En ese sentido, el Congreso puso en blanco y negro que solo dinamizando estos procesos estaríamos en condiciones de aspirar a la prosperidad y felicidad que nos merecemos. Lo dijo así, muy preciso, Díaz-Canel: “resistiremos, creativamente, a través del análisis profundo y real de cada situación, convocando al conocimiento experto, propiciando la participación popular y la innovación”. Me repito diciendo que esa sí es la base de todo. 

Tomado del Periódico Digital Invasor

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