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San Isidro, un acto de reality show imperial

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La Revolución Cubana no acostumbra a mentir ni a disfrazar las verdades. A no mentir jamás, nos enseñó Fidel, el hombre que vive en cada revolucionario cubano

Se va Donald Trump. Pero unos cubanos, que provocan vergüenza ajena, lo reclaman como “su” presidente. “¡Trump 2020!”, gritan. Como presidente hizo casi todo para ahogar al pueblo de Cuba y tuvo el cinismo de decir que lo ayudaba. Cuando impedía, retrasaba o aumentaba el costo de la llegada de los barcos con petróleo, o impedía el comercio o las transferencias de dinero al país, decía socarrón: no saben gestionar la economía. Cuba, sin embargo, gestionó ejemplarmente los efectos de la pandemia y de la crisis económica internacional –y en un derroche de humanismo envió 53 brigadas médicas a países pobres y a países ricos–, creó sus medicamentos y ensaya sus propias vacunas, amortiguó los cuantiosos daños de las intensas lluvias… y no dejó a nadie desamparado.

Esos trumpistas nacidos en Cuba son “¡(…) desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios [y a sus negros], y va de más a menos!” en palabras de José Martí. Después de más de siglo y medio de luchas, ¿alguien duda que al imperialismo estadounidense le interesa Cuba y no la libertad o el bienestar de Cuba?

Existe una controvertida referencia histórica: la Malinche. Una esclava nahualt que fue amante y traductora de Hernán Cortés, y contribuyó con sus consejos a la conquista del territorio mexicano. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, malinche, hoy, es toda “persona, movimiento, institución, etc., que comete traición”, no importa si es hombre o mujer. El llamado Movimiento San Isidro es un acto del reality show en que Donald Trump convirtió su presidencia. Los allí reunidos son llamados “colegas” en un tuit del Encargado de Negocios de la Embajada de los Estados Unidos en Cuba.

No evado el hecho concreto. Un policía, de uniforme, lleva una citación al ciudadano Denis Solís. El receptor lo insulta, con palabras que no puedo reproducir, y lo amenaza. El policía no lo esposa, no lo golpea, no le coloca la rodilla en el cuello. Hay un video tomado por la supuesta víctima que lo atestigua. Denis es detenido por desacato. Ha recibido con anterioridad varias multas administrativas por alteración del orden y dos advertencias oficiales por asedio al turismo. El delito de desacato está previsto en el artículo 144.1 del Código Penal. Denis acepta los cargos y no apela. Pero antes grita que Trump es su presidente y se convierte en “disidente”. Los “huelguistas” de San Isidro exigen su liberación. Se declaran en huelga de hambre y de sed, pero al séptimo día Alcántara, el líder de la provocación –el que ha mancillado la enseña nacional en otros actos de esta extraña obra de teatro –, aparece en un video tomado por sus colegas –para usar el mismo término que el diplomático imperial–, impetuoso, mientras impide la actuación de las autoridades sanitarias, y no desfallecido en su cama (como la lógica médica indica).

Siempre existen los crédulos y los sinceramente preocupados por la salud de los “huelguistas”. Y también los que sugieren que no nos conviene que se mueran, como si la Revolución no peleara cada día y cada hora por la vida de todos sus ciudadanos, estén o no con ella, frente a los intentos imperiales por rendirlos de hambre y enfermedades. Si Denis está preso y no hospitalizado o fallecido, es porque en Cuba no existen desaparecidos, y la policía que hace cumplir el orden, como debe ser, no asesina ni tortura.

El reclamo es tan poco serio —digo, para los cubanos— que abundan los “ni, ni”. No estoy de acuerdo con los de San Isidro, pero tampoco con la actuación del Gobierno, dicen. Si somos serios en el análisis, debiéramos dejar a Denis (el pretexto), y buscar las verdaderas razones.

Aquí me salto cualquier suposición monetaria –aunque Denis confesó haber recibido dinero de una persona relacionada con atentados realizados en Cuba–, prefiero discutir ideas. Y no conozco los motivos del extraño viaje del escritor-periodista que para llegar a Cuba desde México, tuvo antes que pasar por los Estados Unidos. Pero los equilibristas ofrecen pistas: no se trata de un Decreto o de una decisión que alguien ha considerado errónea –en las declaraciones se mezclan todas y si mañana mismo el Gobierno decide algo más, será incorporado al saco–, no se trata de la libertad de expresión (mucho menos de la artística), sino de la construcción de una oposición política claramente auspiciada ya por el imperialismo, de la reinstauración de la democracia burguesa y de la muerte de cualquier atisbo de democracia popular. Aunque quizás muchos de los demandantes no lo sepan, el verdadero propósito es la restauración de la Cuba neocolonial. Para que no quepa duda, altos funcionarios del Gobierno de Trump han salido de inmediato a defender a sus actores de reparto. Saben que la función está por acabarse y necesitan clavar los últimos puñales.

Por eso es tan indignante leer algunos textos mercenarios que comparan a los heroicos combatientes de la clandestinidad durante la dictadura de Batista con estos desertores que piden fusiles en el ejército invasor, parafraseando a Martí. Sí, ya se unen las voces de cierta prensa trasnacional, atenta al último estertor trumpista. Dicen que vivimos en la era de la posverdad, una “situación en la que los hechos objetivos influyen menos que las emociones o a las creencias cuando se trata de definir la opinión pública”, según un Diccionario. Pero la Revolución cubana no acostumbra a mentir ni a disfrazar las verdades. A no mentir jamás, nos enseñó Fidel, el hombre que vive en cada revolucionario cubano.

Tomado del Periódico Digital Granma

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