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UN VELO GRIS SOBRE LIMONES CANTERO

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Hasta Limones Cantero, intrincado sitio de la sierra del Escambray perteneciente al poblado de Trinidad, en la entonces provincia de Las Villas, llegó Manuel Ascunce Domenech, colmado de las ilusiones propias de sus 16 años de edad y con la satisfacción de haberse incorporado a una tarea justa y humana: enseñar a leer y a escribir a quienes la injusticia imperante en la Cuba neocolonial había negado ese derecho. Allí, en la casa de Pedro Lantigua Ortega, además de maestro fue un hijo más.

Este hermoso Proyecto de la Revolución, coincidió con las acciones llevadas a cabo por connotados asesinos contrarrevolucionarios que sembraron el terror entre la población campesina, dirigidos desde Miami y apoyados por la CIA, causaron daños irreparables a muchas familias en la Isla.

Vestidos de Verde Olivo, supuestos milicianos irrumpieron en la sala de la casa del campesino Pedro Lantigua. Iniciaba así una tragedia que todavía hoy late en pleno corazón del Escambray. La sed de venganza en los ojos de los intrusos delató sus verdaderas identidades. Eran miembros de la banda contrarrevolucionaria de Julio Emilio Carretero, entre los que se encontraban Pedro González y Braulio Amador Quesada. Llegaron dispuestos a asesinar al joven Manolito, como cariñosamente le decían a quien, desde hacía días, llevaba la luz de la enseñanza a aquellos que desconocían el don de las letras y los números.

Gritos de desesperación de los padres de la familia en el fallido intento de salvaguardar a Manuel Ascunce surcaron las guardarrayas. Él no titubeó. Alzó su voz y expresó: ¡Yo soy el maestro! El coraje aumentó la indignación de los bandidos, quienes arremetieron contra él y Pedro de la forma más brutal y cobarde.

A los bandidos poco les importó la edad del maestro. Sus 16 años no impidieron que una muerte brutal truncara su corta vida. Solo veían que defendía a la Revolución. Pedro Lantigua se sabía su principal protector ante la ausencia de su verdadera familia. Estuvo con él hasta el último aliento.

Ofensas, amenazas, golpes, punzonazos, forcejeos y torturas se adueñaron de la noche. Los límites de Limones Cantero, en la finca Palmarito, fueron testigos del horrendo crimen. A cada segundo, la ira aumentaba. Intentaron de todo para que el «maestrico» bajara su «hocico». Mas, el joven maestro y el campesino permanecieron firmes en sus ideas. La maldad y la ira no pudieron asesinar a sus ideales.

No bastaron los golpes. Decidieron, entonces, ahorcarlos con alambre de púas. Ni por casualidad podrían contar lo ocurrido. Para todos los guajiros sería un escarmiento. ¡La campaña de Alfabetización debía culminar, aunque costara la vida de inocentes!

Los primeros en llegar al lugar quedaron atónitos. Los dos cuerpos colgados en las ramas de una acacia evidenciaban que el odio de los alzados no admitía contemplaciones. Los cadáveres de Manuel Ascunce y Pedro Lantigua fueron bajados al poblado. Campesinos y brigadistas les rindieron el tributo merecido. Luego el del Maestro fue trasladado hacia la capital.

Los asesinos creyeron, tal vez, que con aquel doble crimen los demás brigadistas abandonarían la campaña. Pero ninguno de ellos dejó a un lado la cartilla y el manual. Tras aquel suceso, más de 700 000 cubanos aprendieron a leer y escribir.

El lomerío trinitario se ve diferente. Hoy el Maestro no se queda en casa de las familias. Todas las escuelas abren sus puertas puntualmente. Manuel Ascunce está presente, aunque el 26 de noviembre de 1961 el terror puso un velo gris sobre Limones Cantero.

 

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