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Camilo

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Por Comandante Ernesto Guevara

“Recordar a Camilo es significar lo pasado, o lo muer­to, y Camilo es presencia viva de la Revolución Cu­bana, inmortal por naturaleza”, señaló el Che

Este artículo fue escrito en octubre de 1964, por el Comandante Guevara, para ser publicado en Verde Olivo. Diversas contingencias impidieron al Che –que era, como se sabe, exigente en todo y más que con nadie, consigo mismo– retocar algunos párrafos que no le parecían absolutamente logrados desde el punto de vista del estilo. Quería desarrollarlo más, hacer una “cosa más seria”, según sus palabras. Siempre quiso rendir a Camilo mayores homenajes. Pero este artículo, brillante y hermoso, es también un homenaje mayor. Cierra con las palabras que el propio Che había colocado en el prólogo de Guerra de Guerrillas: “en su renuevo continuo e inmortal Camilo es la imagen del pueblo”, síntesis de una verdad hoy aplicable a él mismo: imagen del pueblo todo de América combatiente.

El recuerdo es la forma de traer el presente y de revivir lo que ya ha pasado, o lo que está muerto. Recordar a Camilo es significar lo pasado, o lo muer­to, y Camilo es presencia viva de la Revolución Cu­bana, inmortal por naturaleza. Quiero simplemente dejar a nuestros compañeros del Ejército Rebelde alguna semblanza de quién era el guerrillero invicto y puedo hacerlo porque siempre estuvimos unidos desde las tristes horas del primer desastre en “Alegría de Pío»; y debo decirlo porque más que mi compañero de lucha, de alegrías y victorias, Camilo era de verdad un hermano.

No lo llegué a conocer en México, se incorporó a último momento, venía de los Estados Unidos, sin una recomendación previa y la gente dudaba de él, como se dudaba de todo el mundo en aquella hora aza­rosa. Vino en el Granma como una cosa más entre las ochenta y dos cosas que, a merced de los ele­mentos, cruzó el mar –para traer un nuevo acontecer en América. Conocí a Camilo antes de conocerlo por una exclamación que era un símbolo; fue en el momento del desastre de «Alegría de Pío». Yo estaba herido, tirado en un claro y a mi lado un compañero se desangraba disparando sus últimos cartuchos para morir peleando.

Se oyó un débil grito: «Estamos perdidos, hay que rendirse». Y una voz viril que no identifiqué sino como la voz del pueblo gritó desde algún lugar: «Aquí no se rinde nadie carajo». Pasó aquello, salvamos la vida, la mía personal gracias a la intervención del compañero Almeida y vagamos cinco hombres por los acantilados cercanos a Cabo Cruz. Allí, una noche de luna, encontramos a tres compañeros más, dormían plácidamente sin temor a los soldados y los sorpren­dimos creyendo precisamente que eran enemigos, no pasó nada, pero serviría después de base a un chiste mutuo que nos hacíamos el que hubiera estado yo entre los que sorprendiera, pues otra vez me tocó levantar bandera blanca para que su gente no nos matará, confundiéndonos con batistianos.

Seguimos 8, Camilo tenía hambre y quería comer; no le importaba cómo ni dónde, simplemente quería comer. Tuvimos fuertes «broncas” con Camilo porque quería constantemente meterse en los bohíos para pedir algo y, dos veces, por seguir los consejos del «bando comilón» estuvimos a punto de caer en las manos de un Ejército que había asesinado allí a dece­nas de nuestros compañeros. Al noveno día, la parte «glotona» triunfó; fuimos a un bohío, comimos y nos enfermamos todos, pero entre los más enfermos, naturalmente, estaba Camilo, que había engullido como un león un cabrito entero.

En aquella época; yo era más médico que comba­tiente e impuse un método de comida y, además, el que se quedara en un bohío resguardado y atendido. Aquello pasó y nos juntamos nuevamente, los días se juntaron en semanas y meses, valiosos compañeros quedaron en el camino; Camilo fue imponiendo sus condiciones hasta convertirse en el teniente de la vanguardia de nuestra única y querida columna, que luego sería la No. 1 “José Martí”, comandada personalmente por Fidel; Almeida y Raúl eran capi­tanes allí, Camilo teniente de la vanguardia, Efigenio Ameijeiras de la retaguardia, Ramiro Valdés, Teniente de uno de los pelotones de Raúl; Calixto soldado en otro; en fin, todas nuestras fuerzas nacieron allí donde yo era teniente Médico. Posteriormente, después de Uvero, se me dio el grado de capitán y a los pocos días, el grado de comandante al mando de una columna. Seguimos nuestra vida como columna independiente y, un día, Camilo pasó como capitán a la columna que yo comandaba, la cuatro, que lle­vaba este número para engañar al enemigo, pues le correspondía la dos. Camilo inició allí su nueva carrera de proezas, con una actividad infatigable y un celo extraordinario, se movilizaba una y otra vez en todos los sentidos cazando guardias. Una vez, mató al sol­dado de la vanguardia enemiga y el fusil que este llevaba lo recibió en el aire sin que tocara el suelo, tan cerca estaba de él. Otra vez su plan era dejar pasar el primero hasta que estuviera a su altura, y abrir fuego de costado en una emboscada que no se realizó como él quería porque alguien tuvo menos nervios y disparó algunos metros antes. Ya Camilo era Camilo, Señor de la Vanguardia, guerrillero completo que se imponía por esa guerra con colorido que sabía hacer.

En el segundo ataque a Pino del Agua, recuerdo mis angustias, Fidel me ordenó que me quedara con él y que dejara a Camilo la responsabilidad del ataque por uno de los flancos. La idea era sencilla, Camilo debía atacar y tomar un extremo del campa­mento y después sitiarlos, pero llegó el huracán y él y sus soldados tomaron la posta y siguieron hasta que al final se organizó la resistencia del enemigo y una lluvia de plomo empezó a mermar nuestras filas, en las que grandes compañeros como Noda y Capote, dejaron allí sus vidas.

El ametralladorista iba avanzando con la tropa pero en un momento dado se encontró en medio del huracán de fuego y con sus sirvientes muertos, dejando la ametralladora, ya era de día, el ataque se había iniciado de noche; Camilo se precipitó sobre la ametralladora para defenderla y salvarla, dos balas le dieron, una le atravesó el muslo izquierdo y la otra le perforó el abdomen, salió de allí y sus compañeros se lo llevaron; a dos kilómetros de él, con el enemigo de por medio, escuchábamos nosotros al rato una ametralladora mientras gritaban: «Ahí va la de Cami­lo… Ahí van balas de Camilo», y vivas a Batista, todos pensamos que Camilo había muerto; después celebrábamos su suerte pues la bala había entrado y salido por el abdomen sin interesar los intestinos ni ningún órgano vital; llegaron los días trágicos del 9 de abril y Camilo, el precursor, fue a crear su leyen­da en los llanos de Oriente, constituyéndose en el terror de las fuerzas que se movilizaban en la zona de Bayamo. Una vez estuvo cercado por seiscientos hombres, ellos eran veinte, y resistió un día entero al acoso hasta de dos tanques, para irse por la noche en una forma extraordinaria. Vino luego la ofensiva y ante la inminencia del peligro y la concentración de las fuerzas, se llamó a Camilo, que era el hombre de confianza que Fidel dejaba en su lugar, cuando iba a atender un frente determinado. Después viene la historia maravillosa de la invasión y su cadena de victorias en el llano de Las Villas, difíciles por la poca seguridad del terreno, magníficas por su audacia y al mismo tiempo se veía ya el sentido político de Camilo, su decisión en los problemas revolucionarios, sus fuerzas y su fe en el pueblo. Camilo sí era alegre, era dicharachero y burlón, recuerdo que en la Sierra a un campesino, uno de nuestros grandes héroes anó­nimos, magnífico, le tenía puesto un apodo que se lo decía con un gesto infame. Un día vino a darme las quejas como jefe de la columna para decirme que él no podía ser insultado, que él no era ningún «ventrílogo», como no entendí fui a ver a Camillo para explicar un poco esa actitud tan extraña, y es que Camilo lo miraba con un aire tan despectivo y le aplicaba la palabra «ventrílogo», que el campesino interpretaba como un insulto de terrible magnitud.

Tenía un fogoncito especial para cocinar gatos y ofrecérselo como manjar a los que venían a incorpo­rarse, era una de las tantas pruebas de la Sierra y mucho más de uno quedó en ese examen preliminar al negarse a comer gato. Camilo era un hombre de anécdotas, de mil anécdotas, las creaba a su paso con naturalidad, unía su desenvoltura y su aprecio por el pueblo a su personalidad, eso que a veces hoy se olvida y se desconoce, eso que imprimía el sello de Camilo a todo lo que le pertenecía, el distintivo precioso que tan pocos hombres alcanzan de dejar eso suyo, en cada acción, y cierto; ya lo dijo Fidel, no tenía la cultura de los libros, tenía la inteligencia natural del pueblo que lo había elegido entre miles para ponerlo en ese lugar privilegiado adonde llegó con golpes de audacia, con tesón, con inteligencia y con devoción, sí  porque Camilo era un devoto de la lealtad, que la usaba en dos grandes líneas con el mismo resultado; tan devoto de la lealtad personal hacia Fidel que encarnaba como nadie y era devoto de la lealtad del pueblo: pueblo y Fidel marchan unidos y así marchaban unidas las devociones de Camilo. ¿Quién lo mató? ¿Quién liquidó su cuerpo físico que a la vida de los hombres como él tienen su más allá en el pueblo? No acaban mientras el pueblo no lo ordena. Lo mató el enemigo, lo mató porque quería su muerte, lo mató porque no hay aviones seguros, porque los pilotos no pueden adquirir toda la expe­riencia necesaria, porque tenía que volar sobrecargado de trabajo para estar en pocas horas en La Habana, y lo mató su carácter. Camilo, no es que midiera el peligro, lo utilizaba como juego, jugaba con él, lo toleraba, lo atraía y lo manejaba, y en su mentalidad de guerrillero no podía una nube detener o torcer una línea trazada, fue allí cuando todo un pueblo lo conocía, lo admiraba y lo quería, pudo haber sido antes y su historia sería la simple de un capitán guerrillero; habrán muchos Camilos, dijo Fidel, y hubo muchos Camilos, puedo agregar, Camilos que acabaron sus vidas antes de contemplar el ciclo magnífico que él ha cerrado para entrar en la historia; Camilo y los otros Camilos, los que no llegaron y los que vendrán, son el índice de la fuerza del pueblo, son la expresión más alta de lo que puede llegar a dar una nación en pie de guerra en su defensa de sus ideales más puros y con la fe puesta en la consecución de sus metas más nobles. ¡Queda tanto por decir para encasillarlo!, para aprisionarlo en moldes, es decir, matarlo; dejémoslo así en líneas generales, sin ponerle ribetes precisos a su ideología socioeconómica, la que no estaba perfectamente definida, pero sí recalquemos siempre que no ha habido ni antes de la guerra de liberación un hombre comparable a Camilo, revolucionario cabal, hombre del pueblo, artífice de esta Revolución, que hizo la nación cubana para sí, no podía pasar en su cabeza la más leve sombra del cansancio o de la decepción. Camilo, el guerrillero, es artículo permanente de evocación cotidiana, es el que hizo esto o aquello, una cosa de Camilo, el que puso su señal precisa e indeleble a la Revolución Cubana, el que está presente en los otros que no llegaron y en aquellos que están por venir en su renuevo continuo e inmortal, Camilo es la imagen del pueblo.

Tomado de la Revista Verde Olivo

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