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¿Quema o incendio de Bayamo?

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Algunos dirán, acaso con razón, 151 años después de aquel suceso que sacudió a una nación y al mundo, que no tiene mucho sentido discutir si lo acontecido el 12 de enero de 1869 en Bayamo fue “quema” o “incendio”.

Los entendidos en Gramática podrán defender que los dos términos lingüísticos representan una misma acción.

“Es una polémica que nada aporta”, dirán sobre el glorioso acto que convirtió a la ciudad en polvo y brasas humeantes antes de volver a verla esclava después de 83 días de libertad.

No obstante, sin ponernos “preciosistas”, debería decirse que durante décadas –muchos ni lo sospechan- se mantuvo sembrada la querella más allá de las trampas idiomáticas.

El investigador Aldo Daniel Naranjo, presidente de la Unión de Historiadores en Granma y director del museo Casa Natal de Céspedes, sostiene que varios libertadores lo llamaron indistintamente, como el propio Padre de la Patria; y que en todo caso debe subrayarse es el patriotismo demostrado con la temeraria acción.

Sin embargo, José Carbonell Alard, el gran historiador nacido en Manzanillo que se convirtió en bayamés atrapado por el pasado de la ciudad, nos enseñó hace rato que el término “incendio” se acrecentó en la neocolonia cuando los llamados académicos pagados por clubes de la burguesía comenzaron a acuñarlo.
“La historia insurrecta siempre reconoció la palabra quema, por lo tanto deberíamos decir así por un acto de justicia; un incendio puede ser provocado, pero también casual”, exponía con vehemencia el intelectual, ya fallecido, autor de Estampas de Bayamo (1982).

Quizá, desde esa perspectiva poco usada, tenga razón. Bien cabe agregar, para defender tal postulado, que el Diccionario de la Real Academia Española de la lengua (DRAE) expone, en su primera acepción, que quema es “acción y efecto de quemar o quemarse”. Luego, en la segunda señala también que es “Incendio, fuego, ustión”.

Así pudieran verse como sinónimos. Mas el DRAE define incendio como “fuego grande que destruye lo que no debería quemarse”. Y resulta justamente ese punto el que desata la polémica. ¿No debió nunca quemarse Bayamo? ¿Fue un acto bárbaro y destructor que no midió su alcance futuro?

Verdad que con las llamas se devoró una riqueza incalculable. Que se redujeron a cenizas, excepto la Iglesia de la Luz, todos los templos de Bayamo, como el Convento de Santo Domingo, donde se formaron José Antonio Saco, Manuel del Socorro, Carlos Manuel de Céspedes y otros grandes de la intelectualidad cubana. Que desaparecieron casi toda la papelería y los documentos oficiales y prácticamente todas las viviendas. Que fue un duro golpe para la cultura.
Para tener una idea: un año después de la quema un padrón de viviendas reporta solo 160 locales en buen estado, el resto de los 1 200 inmuebles existentes fue presa de las llamas y se convirtió en ruinas.

Pero algo debe quedar claro, por encima de “quemas” o “incendios”: lo que sucedió aquel 12 de enero de 1869 agrandó en la ciudad y en toda la nación la cultura raigal de la resistencia, de la independencia, de la Revolución eterna.

Jamás podemos juzgar el hecho con la mente y los ojos de estos tiempos. Debemos comprender, primero, el fervor del momento, el apremio de las circunstancias, el pensamiento radical de los principales promotores de la idea.

Aquella quema (o incendio), que sorprendió y admiró tanto a los colonialistas, fue heroísmo, dignidad, gloria… honor. Y de eso deberíamos vivir orgullosos toda la vida.

Tomado de CNC TV GRANMA

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